Por Angelica Alvaray,
13/11/2012
La semana pasada fue reelecto
Barack Obama como presidente de los Estados Unidos. La contienda fue reñida,
los temas que se discutieron eran álgidos, pues no solo se trataba de los
planes de gobierno, sino de cuáles deben ser la visión y los valores del país
en el siglo veintiuno. Vimos a algunos representantes del partido republicano hacer
declaraciones ominosas sobre el aborto y los derechos de la mujer, en términos
que parecían ser dictados por algún sacerdote de la Inquisición. Vimos al actor
Clint Eastwood reclamarle a Obama en una silla vacía, todas las promesas
incumplidas, como parecía que era el sentimiento de una mayoría de la
población. Sobre todo vimos a un Obama ausente, como sentado en esa esa misma
silla vacía durante el primer debate presidencial, cuando se discutieron los
temas de la economía –el crecimiento, el desempleo, los impuestos y recortes
presupuestarios– que son los que más preocupan a los norteamericanos.
Los resultados de la votación
popular reflejaron la dificultad de esa pugna: 50% Obama, 48% Romney, fueron
los últimos números. Un país dividido en dos mitades casi exactas en cuanto al
número de votantes, pero totalmente diferentes en su composición: de un lado la
población más conservadora, anclada en un pasado de éxitos, aferrada a una
forma de hacer las cosas; del otro la diversidad de género, raza y cultura, la
que busca cambios y cerrar brechas, alcanzar nuevos horizontes. Ante ese país
dividido, se paró Obama al conocer su triunfo y llamó otra vez a la unidad de
la nación.
El discurso de Obama fue
excelente, un retorno a la gran oratoria del líder, a quien últimamente se le
había visto pusilánime, dubitativo, casi aceptando una derrota inminente. Pero
el triunfo lo envolvió en una bocanada de inspiración. Porque un líder no solo
debe hacer, también y primordialmente debe inspirar, señalar la visión de país
hacia la cual se moverá el conjunto. Y eso
fue lo que hizo en su discurso.
“For
the United States of America, the best is yet to come”. Con esa frase comenzó a enunciar ese país posible:
acceso para todos a las mejores escuelas y los mejores profesores, un país
líder mundial en tecnología, descubrimiento e innovación, generador de empleo
de calidad, un país que no esté acosado por la deuda, ni debilitado por las
desigualdades, que no esté amenazado por la capacidad destructiva de un planeta
que se calienta.
Por otra parte, reconoció que
el pueblo norteamericano quiere resultados concretos y llamó al consenso entre
republicanos y demócratas, para lograr dirimir los conflictos que hasta ahora
han obstaculizado los cambios. Pero también llamó a la participación del
ciudadano, como lo ha hecho en anteriores oportunidades: la democracia no se
trata sólo de ejercer el voto, aunque las elecciones no son poca cosa,
“consiste en saber qué podemos hacer todos juntos, mediante una labor tan
frustrante y difícil, pero necesaria, como es el autogobierno”.
Ese tema de la participación
activa del ciudadano es clave para la democracia del siglo XXI en cualquier
parte del mundo. Hoy en día no se trata de salir a votar y luego sentarse en la
casa a ver por televisión los resultados. Se trata del trabajo previo, o mejor
dicho, del trabajo permanente. Se trata de qué estamos haciendo para mejorar la
sociedad que tenemos, cómo estamos participando en un cambio. Con la democracia
no solo vienen los derechos sino también las responsabilidades –nos recuerda
Obama–, debemos manejar al país para entregar un legado seguro de aquí a veinte
años.
Se trata entonces del presente
y del futuro, de lo que estamos haciendo y de lo que podemos hacer en el
colegio de nuestros hijos, en nuestra comunidad, en el trabajo, para que
tengamos mejores oportunidades, para que nuestros hijos y los hijos de nuestros
vecinos también las tengan. Nos hemos habituado a dejar a los políticos solos
en esa tarea de cambio social, que debe ser una tarea de todos. Necesitamos
buscar espacios para la participación, crearlos de ser necesario. Y seguir
adelante con esperanza, que fue, por cierto, uno de los puntos finales de ese
discurso:
“I have
always believed that hope is that stubborn thing inside us that insists,
despite all the evidence to the contrary, that something better awaits us so
long as we have the courage to keep reaching, to keep working, to keep fighting”.
(La esperanza es ese sentimiento tenaz dentro de
nosotros que insiste, a pesar de la evidencia en contra, en que el futuro nos
reserva algo mejor, siempre y cuando tengamos el coraje de mantenernos en la
búsqueda, de mantenernos trabajando, de mantenernos en la lucha).
Es necesario buscar dentro de
nosotros esa llama y salir a luchar, a insistir en que las cosas pueden ser
mejor, a buscar un mejor destino. Nadie lo va a hacer por nosotros. En nuestro
caso, en vez de buscar culpables de los resultados electorales, se trata de
salir a acompañar a los candidatos en los que creemos, a meter el hombro. Y por
supuesto, de salir a votar.
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