Escrito por Alfonso Echávarri Gorricho Sábado, 17 de Noviembre de 2012
Cuando oímos hablar de civismo, tal
vez a muchos de nosotros el término nos suena a algo parecido a no tirar
papeles en la calle y a respetar jardines. Esto es así porque coincide de
alguna manera con una de las definiciones que la Real Academia de la Lengua nos
aporta: “comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia
pública”.
Pero ser una persona cívica es mucho
más que esto, es más que alguien que cumple una serie de normas de ciudadanía.
Porque las normas pueden ir cambiando y lo que ayer caracterizaba a un
ciudadano como cívico, hoy puede que no lo sea. El civismo que esta sociedad
nos vende va excesivamente de la mano del opinar de la mayoría. Estaremos de
acuerdo que no es muy cívico pisotear y destrozar los jardines de la ciudad,
utilizar cualquier rincón de la calle para hacer las necesidades, impedir el
necesario descanso de personas mayores y de niños durante la noche.
Cualquier persona estaría dispuesta a
llamar la atención o a denunciar por falta de civismo, que no puede depender
exclusivamente de normas y mayorías, sino de estructuras con más base, apoyadas
en la moral y en la ética. Si algo no es cívico hoy, no tiene sentido alguno
que lo sea mañana.
La pregunta que se nos presenta es si
este espíritu cívico, esta lealtad al equipo que formamos todas las personas
que compartimos un espacio común, realmente puede convertirse en una fortaleza,
que junto a otras posibilite a la persona trabajar en su propio bienestar y en
el bienestar de los que le rodean.
En definitiva, si una actitud cívica
también es un elemento que proporciona felicidad. Al fin y al cabo estamos
hablando de sentirnos parte de algo, de no estar fuera. Pero la justicia,
en sentido amplio y como elemento de bienestar humano, tiene que tener una
visión universal y no mayoritaria. Justicia como tarea y ocasión de
entendimiento, más cercana a la conciencia moral que al código. Justicia para
todos, no solo para la mayoría. Para todas aquellas personas que pueden hablar,
como para otras tantas que no lo pueden hacer. Entiendo la justicia como una
fortaleza cívica que garantiza las oportunidades en las personas, empezando por
el derecho a la vida. Una justicia con los otros, no en oposición a los otros o
sobre los otros. ¿Utopía?
Si en este momento está pensando en un
sistema político, en una sociedad concreta, en un marco jurídico estructurado,
puede que sí. Pero no hablamos de esto, sino de una postura, de una decidida
actitud personal que permita que las personas que tenemos alrededor, pareja,
hijos, familiares, amigos, vecinos y compañeros de trabajo, tengan la
posibilidad de desarrollarse plenamente como personas y sean tratadas con la
dignidad que merecen. Con justicia. Y esto ya no depende de un concepto tan
difuso como es “la sociedad” sino que depende de cada uno de nosotros. Es
entonces cuando la justicia se convierte en verdadera fortaleza que trabaja,
junto a otras fortalezas, en proporcionar salud y bienestar a la vida en
comunidad.
Todos conocemos líderes. Personas con
un atractivo especial que movilizan masas y posibilitan cambios. Grandes
personajes de la historia pasada y presente. No me refiero a ídolos coronados
por las modas que se desploman calamitosamente cuando llega el otoño. Lo cierto
es que también hay multitud de líderes que no conocemos y que probablemente no
vamos a conocer jamás. Pero que están y pasarán por esta vida sin meter ruido.
Todos estamos llamados a ser líderes. James C. Hunter, en su libro La Paradoja,
nos ofrece un estupendo concepto de liderazgo: “arte de influir sobre la gente
para que trabaje con entusiasmo en la consecución de objetivos en pro del bien
común”. Un líder multiplicador, que cuenta con todos y que sabe valorar el
esfuerzo y las capacidades del otro. Un líder que hace líderes.
Y aunque sea una extraña habilidad
humana la de buscar y siempre encontrar buenos y razonables argumentos para que
sean los demás los que den un paso al frente ante determinadas situaciones,
nuestra sociedad y nuestra familia nos pregunta, y tal vez ahora más que nunca,
si estamos dispuestos a levantar la mano y la mirada y convertirnos en
auténticos lideres de nuestro entorno.
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