Por Ana Teresa Torres | 15 de Noviembre,
2012
Conferencia
dictada en el Seminario: Política venezolana y la construcción de mayorías. ¿El
liderazgo religioso de Hugo Chávez? Con Michaelle Ascencio, Enrique Ali
González y Arturo Peraza en la Universidad Católica Andrés Bello el 13 de
noviembre 2012
Hay una división de opiniones acerca
de si el liderazgo de Hugo Chávez es político, carismático o religioso. No veo
oposiciones infranqueables entre ellas. Es todo a la vez. Un liderazgo
mantenido por catorce años invita a preguntarnos de qué fuentes surge el poder
del líder para sostener la fidelidad de la masa durante tanto tiempo y a pesar
de la precaria gestión de gobierno. Hay dos fuentes que saltan a primera vista
y en las que no me voy a detener porque son las que constantemente son citadas
y referenciadas por todo tipo de opinadores: el poder económico y el poder
político. No hay mucho que agregar sobre esto porque es obvio. Si partimos de
la definición de que las masas siguen a Hugo Chávez porque les brinda (o
promete brindar) apoyo directo a sus necesidades básicas, que son prioritarias
en sectores pobres o pobrísimos de la sociedad, y continuamos con la definición
de que esas masas están controladas por un poder político sin barreras ni
cortapisas, estaremos, sin duda, diciendo algo cierto y evidente. Pero si eso
es lo único que mantiene la fidelidad al líder, entonces tendríamos que pensar
que estamos definiendo a esas masas como un conjunto de cuerpos vacíos que
solamente responden a la inmediata necesidad y al control intimidatorio de los
mecanismos del poder. Debemos recordar que estamos hablando de personas (de
muchas, por cierto) y no de máquinas a las que se les suministra combustible o
se programa para actuar; y en términos religiosos –que es precisamente el tema
que nos convoca–, bien pudiéramos decir que son cuerpos con alma. En ese
movedizo terreno de la subjetividad se ancla la tercera fuente de poder del
líder: el poder simbólico.
¿En qué se asienta este poder? ¿Cómo
se expresa? Los efectos son intangibles, pero su vehículo es perfectamente
visible y asible: en el discurso. En las palabras. En los instrumentos
simbólicos que disponemos para construir nuestra identidad. Los seres humanos
nos construimos y definimos en la palabra del otro, eso, al menos, piensa un
psicoanalista. El lenguaje nos afecta y es el instrumento fundamental que nos
constituye en personas. Entonces estamos obligados a pensar en la consistencia
y naturaleza de ese discurso constituyente que ha logrado en tres lustros
convertir a las masas, que durante cuatro décadas suponíamos democráticas, en
fieles seguidores de una ideología no democrática, autoritaria, y encaminada
día a día hacia el totalitarismo a la venezolana. Es tarea de los politólogos definir
las características de esa ideología, de esa construcción política que ha
creado Hugo Chávez, y que tiene cualidades muy particulares que no se dejan
fácilmente asimilar a las ideologías estándar estudiadas por las teorías
políticas. No soy politóloga, así que les invito a pensar en el fenómeno desde
otros canales. ¿De qué está hecho el discurso de Hugo Chávez? Si corremos a
definirlo como una sarta de palabrería sin sentido, una habladera de
pistoladas, como se dice en criollo, no podemos continuar. El prejuicio nos
impide comprender. Les invito a desprenderse de ese prejuicio según el cual el
discurso de Chávez es pura cháchara. O en todo caso, a admitir que es necesario
tratar de comprender mejor esa cháchara. No es una retórica hueca destinada a marear
a los escuchas, tiene sentido y puede ser comprendida.
Si levantamos la hojarasca de su verbo
encendido podemos distinguir que el discurso tiene dos vértices básicos: por un
lado es un discurso histórico-nacionalista-bolivariano, y por el otro un
discurso redentorista-cristiano-socialista. Hay que hacer una salvedad,
y es que en ninguno de los casos el discurso corresponde palabra por palabra a
la base teórica de la que proviene. Es un discurso compuesto de apropiaciones y
reapropiaciones de discursos “mayores”, hasta cierto punto universales, pero
crea un nuevo producto, único y solo parecido a sí mismo. Este discurso ha
construido una versión histórica de Venezuela, que no hace falta que avalen los
historiadores; la veracidad histórica no tiene importancia a los fines de la
retórica política. Es la historia de Venezuela, tal como el líder la entiende y
como la recibe la masa. Tiene efecto simbólico en tanto es un gran relato
nacional cuyo protagonista es el pueblo oprimido y engañado por las elites durante
cinco siglos que finalmente encuentra su liberación. Simple, poco veraz, pero
efectivo. Otro tanto puede decirse de lo bolivariano que habla del Libertador,
tal como el líder lo ha construido –imagen en 3D incluida–; y digan lo que
digan los historiadores, ese Bolívar, tergiversado o inventado, es el que
recibe la masa. Un nuevo Bolívar cristiano y socialista, que opera como la
bisagra que une los dos vértices, el histórico-nacionalista y el redentorista;
a lo que hay que agregar que Bolívar ya recibía cualidades religiosas antes de
Chávez, de modo que aquí el líder se apropia de un discurso prefabricado. Quien
es chavista es también bolivariano, socialista y cristiano. O al revés. Los
conceptos se intercambian y se hacen sinónimos, a pesar de las contradicciones
que puedan contener. Es un conjunto de significantes que flota en el discurso y
que cada receptor capta de acuerdo a su propia subjetividad.
Con el discurso cristiano ocurre lo
mismo que con el discurso histórico. No es el discurso de un teólogo jesuita,
es la apropiación de lo que Michaelle Ascencio ha estudiado como “catolicismo
popular”, y no corresponde por completo a la religión católica de los dogmas y
practicas religiosas, al punto que incluye fácilmente creencias y prácticas
mágicas provenientes de otras creencias, y tampoco establece una diferencia
taxativa con las religiones cristianas protestantes, que en América Latina son
conocidas como evangélicas. Es un discurso religioso lo suficientemente amplio
para que cualquiera puede encontrarse cómodo dentro de sus referencias. Un
ejemplo: “Estoy seguro de que lo vamos a lograr. Hemos sido bañados por el agua
bendita del cordonazo de San Francisco. Hoy es día de San Francisco, aquel que
era rico y entregó toda su riqueza a los pobres y se volvió santo”. Estas
afirmaciones dichas en el cierre de la campaña electoral pasada unen la
tradición caraqueña del culto a San Francisco con el milagro y el éxito
político.
En cuanto al discurso socialista,
derivado del marxismo, que el líder comenzó a hacer explícito hacia la mitad de
su mandato, ocurre lo mismo. Un teórico marxista o neomarxista no quedaría
suficientemente convencido. Es un marxismo reapropiado. Por poner un ejemplo,
si bien el estado comunal, y la propia idea de la comuna, se inspiran en los
soviets y en los kolhos de la Unión Soviética, no se propone un estado
soviético tal cual fue. Es una versión venezolana, más asequible a nuestra
mentalidad que la que impusieron los rusos tiempo atrás, pero al fin y al cabo
es una invocación del marxismo que puede contentar a los sectores de la
izquierda, y al mismo tiempo ofrece la redención de los desposeídos, que puede
animar a las masas. Todo, en conjunto, va creando una construcción barroca en
la cual diferentes discursos universales confluyen para generar un discurso
culturalmente nuevo, y que probablemente solo funciona en Venezuela porque
adopta las características culturales nacionales. Es por eso que si el líder
baila joropo o entona coplas llaneras en medio de un discurso, las masas no ven
eso como ridículo o fuera de lugar; ni tampoco que cuente anécdotas
interminables o chistes perdidos, porque recrea así la manera popular del habla
venezolana.
El discurso histórico es también
redentorista en tanto la historia se ha planteado como el relato de la
dominación de unas clases sobre otras (lo que tiene una reminiscencia marxista,
sin duda), pero dentro de la redención no esta solamente la material, que fue
la propia del marxismo, sino la cristiana. Cristo es por antonomasia el
redentor, y de acuerdo con el líder, el redentor de los pobres porque fue
socialista. Cristo es una fuerza espiritual y también guerrera:
Dame tu corona, Cristo, dámela, que yo
sangro, dame tu cruz, cien cruces, pero dame vida, porque todavía me quedan
cosas por hacer por este pueblo y por esta patria, no me lleves todavía, dame
tu cruz, dame tus espinas, dame tu sable que yo estoy dispuesto a llevarlas,
pero con vida, Cristo, mi señor.
Estas palabras fueron pronunciadas por
Hugo Chávez en una misa de acción de gracias en Barinas, a su regreso de Cuba
en abril de 2012, a donde había viajado para continuar su tratamiento. Cristo
aparece en este discurso con un sable, lo que tampoco corresponde al
cristianismo típico. Es un Cristo guerrero. El sable simbólicamente pertenece a
Bolívar, y de ese modo se mezclan ambas figuras en un solo conjunto de
significados. El líder se presenta entonces en identificación con el Cristo
sufriente, el Cristo redentor que asumió el sacrificio y tormento para salvar a
los hombres, pero que al mismo tiempo es un guerrero, que inspira la lucha por
el pueblo. De la misma manera en que el socialismo real fue ateo, el Cristo del
cristianismo no es guerrero, pero estas contradicciones son obviadas en el
discurso, que de algún modo contiene reminiscencias tergiversadas del
movimiento de la teología de la liberación.
El líder propone a Cristo como su
modelo de identificación, y al mismo tiempo se propone a sí mismo como modelo
para sus seguidores. Esa identificación, además, no es estática, genera
modificaciones en la propia masa. Como decía en unas recientes declaraciones
Moisés Naím (El Universal, 4/11/2012): “Hay muchas características de la
ideología, de la personalidad y de las preferencias de Chávez que hoy se
reflejan en la nación”.
En tanto los venezolanos son los hijos
e hijas de Bolívar, quedan unidos en un doble vínculo sagrado: la unión a
través de Cristo y a través de Bolívar. Y más aún, la identidad del pueblo es
definida a través de la identidad del líder:
Chávez no soy yo, Chávez son ustedes,
somos todos. Ya no soy yo. En verdad Chávez es un pueblo, es un concepto: el
chavismo.
Estas palabras corresponden a una
concentración en Cumaná en la pasada campaña electoral, pero con mínimas
variantes han sido repetidas numerosas veces. Por cierto que la repetición
abusiva de su retórica ha sido considerada como un “fastidio”, o como propia de
quien no tiene nada que decir. Veámoslo también como la consistencia que el
oyente encuentra en el discurso, la seguridad de que su líder no cambia y es
fiel a lo que dice; y también como la repetición propia de las retóricas
religiosas en las prácticas, ritos y plegarias.
Si observamos con detalle en este
discurso el significado principal no es que las masas sean militantes de un
partido político (el partido tiene, por supuesto, su propia vida y fines), sino
que formen parte de un cuerpo de la patria de la que el líder es órgano vital
(“Chávez, corazón de la patria”). Y por otro lado, las promesas que se ofrecen
no se expresan en el lenguaje de las políticas públicas, laicas y ciudadanas,
sino como “misiones”, que es un término que engloba lo cristiano y lo militar,
y que aluden metafóricamente al amor del líder por el pueblo. No se ofrece, por
ejemplo, un “programa de atención médico social dirigido a las mujeres con
embarazo precoz y a los adolescentes en situaciones de riesgo e incapacidad”,
sino la Misión Hijos de Venezuela. O, en vez de “programas de atención integral
para las personas de tercera edad de los sectores de bajos recursos” aparece la
Misión en Amor Mayor. Los nombres concedidos a las misiones, sin excepción,
convocan a los sentimientos, al amor, y a la protección del líder.
Como dije al principio, no hay ninguna
duda de que estamos hablando de beneficios materiales concedidos por el gobierno
a los sectores de pobreza, y que consiguientemente eso genera una condición de
obediencia y sometimiento ante quien los concede. Pero es mucho más que eso. Es
la creación de una suerte de iglesia-patria, en la que los fieles conviven
unidos por los lazos que los vinculan al padre-líder, y a Cristo-Bolívar, por
el amor que les dispensa a todos y a cada uno de ellos por igual (con
excepción, por supuesto, de aquellos “infieles” que no forman parte de esa
comunidad, y por ello son “antipatriotas”). Todos los fieles forman parte de
esa gran comunidad, que es la patria, que es el cuerpo de Chávez, que es el
cuerpo de Bolívar (literalmente expuesto), y “Cristo, mi señor” es el único por
encima del líder, y a su vez lo ama y cuida para que su vida alcance a cumplir
la misión que le ha sido encomendada en la tierra.
Esos lazos de amor producen una fuerte
identificación entre la masa y el líder, que es quien representa el conjunto de
valores e ideales que dan sentido a todo. Ciertamente ese conjunto es bastante
indefinido, pero por ello mismo permite que todos puedan interpretarlo y
comprenderlo desde su propia subjetividad. Si se propusiera, por ejemplo, la
dictadura del proletariado, elemento esencial del marxismo tradicional, o se
invocara a Marx, como genio iluminador, pocos se verían reflejados; en cambio
en la felicidad de la “patria nueva y bonita” cualquiera puede colocar sus
propias esperanzas. Y pareciera que así ocurre.
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