Editorial
de la revista SIC 749. 12/11/12
Al mismo tiempo que se hacen evaluaciones de las recientes elecciones
presidenciales, se apuran los preparativos para las de gobernadores y alcaldes
el 16 de diciembre. El Presidente de la República designó personalmente a cada
uno de los aspirantes a las gobernaciones. La lógica del control y el
nombramiento a dedo no deja lugar a la lógica deliberativa y participativa. El
liderazgo del Presidente se impone una vez más al liderazgo compartido, que
tanto se ha pregonado bajo la figura de “poder para el pueblo”, y que siguen
reclamando no pocos de sus seguidores. Además, los nombramientos del nuevo
vicepresidente y de otros miembros de su gabinete ministerial apuntan a ganar
la contienda electoral más que a cumplir con la promesa de hacer un gobierno
más eficiente. En este ambiente de triunfo y nuevas promesas de hacer un mejor
gobierno, el Presidente llamó a Henrique Capriles para reconocerle su talente
democrático e invitarlo a dialogar. Siempre habrá que tomarle la palabra al
Presidente cuando proponga el diálogo. La necesidad de dialogar es de todo el
país desde hace bastante tiempo. Sería muy bueno que en esta oportunidad tanto
el Presidente, a quien le corresponde tomar la iniciativa con determinación,
como la oposición den pasos efectivos en esa dirección. Es un horizonte hacia
el que siempre se deberá caminar, sabiendo lo complejo que es alcanzarlo. Lo
importante es no renunciar a caminar en esa dirección.
Así como Gobierno
y oposición nos invitan a reanimarnos para las contiendas electorales que
siguen, habrá que insistir en los llamados al reconocimiento, el diálogo y la
reconciliación. Estos son los únicos medios que pueden desmontar los
estereotipos y las estigmatizaciones que han cobrado cuerpo en la creciente
polarización. La gran mayoría de los venezolanos estamos llamados a poner de
nuestra parte. Esta tarea no depende del “reacomodo de los astros” sino de la
determinación deliberada de cada uno.
Por otro lado, con
la presión de la campaña electoral ya en marcha, se deja para después la
discusión sobre la procedencia de los recursos que se van a utilizar, la
reglamentación de la propaganda y la transparencia total del registro
electoral. Es importante insistir en esto. Aunque el CNE ha dado pasos que se
le reconocen positivamente, no termina de convencer a la hora de cortar los
abusos cometidos en el desarrollo de las campañas. El CNE debe generar
confianza y los ciudadanos exigir el cumplimiento de las condiciones para que
haya elecciones justas, libres y universales.
Los justos reclamos de la gente
La gente que
participó masivamente votando el 7 de octubre tiene serios reclamos que hacerle
al gobierno del presidente Chávez. Hay una insatisfacción generalizada en los
sectores populares respecto del desempeño del Gobierno que la euforia de la
victoria no puede desatender. No es suficiente con actuar velozmente para
paliar las demandas sociales durante las campañas electorales. Esto es más de
lo mismo y siempre se ha criticado.
Lo importante
ahora es entender que los reclamos de la gente surgen de sus necesidades más
apremiantes y de sus valoraciones profundas. La gente quiere seguridad, empleo
digno, atención médica y educación para sus hijos y, al mismo tiempo, se siente
responsable de su bienestar social. La muestra de que la renta petrolera no
está mejor distribuida es el reclamo constante de mejores servicios y de
mejores oportunidades de trabajo, no de neveras y televisores. Esto es la
expresión de un sujeto capaz de apropiarse de las posibilidades de acuerdo a
sus capacidades. Si se le desconoce esta condición de sujeto capaz se le
degrada a menesteroso.
El Gobierno, cuyo
discurso social ha calado en los sectores populares y no tiene vuelta atrás, se
ha empeñado en clasificar lo que la gente quiere y valora de acuerdo a su
proyecto de socialismo del siglo XXI. Mientras la gente le agradece al
Presidente lo que tanto discursiva como materialmente le ha dado, por su lado,
él no se hace cargo de lo que la gente considera como negativo de su propuesta.
Al contrario, el Presidente sigue moviendo sus piezas inmerso en su paradigma
“revolucionario”. De ese modo no puede convocar, desde las valoraciones de los
sectores populares, a otros sectores cuyas capacidades también son necesarias
para que todo el país salga adelante. Urge propiciar un acercamiento.
La afectación de la vida cotidiana
A las críticas que
se le hacen a la gestión del Gobierno ―ineficacia, corrupción, enroques―,
tienen la urgencia que siempre han poseído, habrá que sumarle la afectación
profunda de la actual convivencia cotidiana. La mayoría de las personas está
ante la instauración de comportamientos sinsentido. Está en peligro la
construcción del “nosotros”, de la sociedad. El juego de roles regulados se
resquebraja. Hay un tipo de individuo solipsista, alguien que no quiere
someterse a la prueba de la realidad en la que existen otros y que sólo atiende
a los reclamos de su subjetividad. Esto convierte la vida cotidiana en un
ensayo diario de cómo resolver lo que hasta hace poco seguía una norma
implícita de comportamiento. El transeúnte, por ejemplo, tiene que averiguar
todos los días el sentido y el significado de lo que ayer fue una acera o un
semáforo. No son comportamientos humorísticos o excéntricos ni reflejos de la
anarquía venezolana ni ausencia de fiscales de tránsito o policías de punto,
sino una especie de conducta auto-referida únicamente a su inmediatez.
Es alarmante el
surgimiento de este extraño ensimismamiento porque atenta contra la vida. Los
abusos más los absurdos constantes amenazan la vida de cualquiera que ande
fuera de su casa. Estos comportamientos destruyen la convivialidad e impiden
que se den pasos hacia la confianza mutua tan necesaria en este contexto de
tajante polarización. Este signo de descomposición requiere de una intervención
urgente, porque es un muy difícil construir un proyecto de sociedad con
individuos así y sin un sentido común compartido. Por tanto, la responsabilidad
de las autoridades, los actores políticos y las organizaciones civiles es
mayor. Las autoridades tienen que cumplir la promesa de hacer una mejor gestión
e impedir que los mínimos de convivialidad se sigan deteriorando. La gente no
quiere vivir toda su vida librando batallas electorales ni en una constante
zozobra adivinando todos los días las rutinas más elementales. Ya tienen
bastante con darle sentido a sus vidas en el día a día.
Una cura de realidad
El país necesita
no una cura de sueño, sino una cura de realidad. La generación de ilusiones y
de encantamientos, producto de discursos y promesas, tarde o temprano se
encontrará con la realidad. Lo absoluto en la política y del presente electoral
no es toda la realidad de este país. La reducción de la realidad a lo que
existe, a la polarización política y a su inercia electoral, impide abrirse a
otros retos de la vida como la formación, por ejemplo, de una cultura de paz.
También impide hacerse cargo de la diversidad, de todo aquello que en la
realidad emerge como posibilidad y que en medio de la polarización política y
los estereotipos sociales, lucha por concretarse.
La
inteligencia que requiere el momento no es para evadir los compromisos reales,
sino para cargar con la realidad de las cosas y sus exigencias. No se es
honesto con la intelección de la realidad si no hay disposición a implicarse en
lo que exige, sin cargar con lo costoso de las soluciones. El anuncio constante
de catástrofes o paraísos no son justos con la realidad. La realidad del
país plantea retos que van mucho más allá de vencer al contrario.
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