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jueves, 8 de noviembre de 2012

Lo que le espera a Venezuela


Plinio Apuleyo Mendoza 14 de octubre de 2012

Está, pues, cargado de negras nubes el futuro del imperio chavista. Y sobre este panorama de inquietudes pesa el dilema que plantea la salud de Chávez.

Lo ocurrido el pasado domingo no es, como algunos creen, un limpio episodio democrático. Es cierto que Venezuela celebró unos comicios en paz, sin las temidas explosiones de violencia y sin sospechas de fraude, hasta el punto de que el candidato de la oposición, Capriles Radonski, felicitó a Chávez y este, a su turno, envió un saludo a la oposición extendiéndole amistosamente sus manos desde un balcón de Miraflores.

Lo que no debe olvidarse es que lo acontecido allí el pasado 7 de octubre es una verdadera tragedia. Los riesgos que le esperan a Venezuela son enormes. Pero antes de dibujar este tenebroso panorama es necesario recordar que la victoria de Chávez no fue para nada limpia, sino que se sustentó en los clásicos sobornos a buena parte del electorado, propios de un régimen como el que mantuvo en el poder durante tantos años a Gadafi y hoy a Mahmud Ahmadineyad, en Irán.

Soborno es una palabra más bien discreta para calificar la compra de votos con dinero, mercados, electrodomésticos, bonos salarios otorgados en cerros y aldeas a los llamados milicianos bolivarianos y toda clase de ofertas.

Tampoco es muy democrático aprovechar una doble condición de Presidente y candidato para disponer de ocho veces más de presencia en los canales de televisión al tiempo que se dejaba planear la amenaza de despido a los funcionarios que no lo apoyaran.

¿Qué le espera ahora a Venezuela? Ante todo, una aguda incertidumbre. La deuda externa del país alcanza hoy los 200.000 millones de dólares. Teniendo en cuenta este compromiso y el desmesurado regalo que hace a sus amigos Castro en barriles de petróleo por valor de 6.000 millones de dólares al año, los ingresos reales del país se limitan a lo que obtiene de los Estados Unidos por ese mismo concepto.

La ruina de la agricultura y de la industria independiente, como resultado de ciegas expropiaciones y confiscaciones, ha determinado que Venezuela no produzca casi nada y que el 75 por ciento de la comida sea importada. La casi segura devaluación de la moneda -pues es insostenible mantener el cambio en 4,30 bolívares por dólar- va a conducir a una escasez sin precedentes, capaz de alborotar a la población.

A estos nuevos riesgos tenemos que sumarles los que desde hace más de una década vienen registrándose: la pavorosa inseguridad, las crecientes fallas en los sistemas de energía eléctrica y en la infraestructura vial, la crisis hospitalaria, el empobrecimiento y una inflación de casi el 28 por ciento, la mayor de América Latina. Y, como si fuera poco, estos agudos descalabros se verán agravados por el anunciado propósito chavista de profundizar la revolución bolivariana. Es decir, el ruinoso modelo castrista que asfixia toda iniciativa privada y deja en manos del Estado empresas industriales y agrícolas.

Está, pues, cargado de negras nubes el futuro del imperio chavista. Y sobre este panorama de inquietudes pesa el dilema que plantea la salud de Chávez. Según el analista político Moisés Naím, cancillerías y presidentes latinoamericanos creen que su enfermedad se encuentra en estado terminal.

En caso de muerte, ¿quién podría remplazarlo? Nadie de su propio combo, en realidad. Y es aquí donde la pujante oposición acaudillada por Capriles, que con mucha contundencia hará de nuevo su aparición en la cercana elección de gobernadores, tendrá al fin la oportunidad de salvar al país.

La fuerza adquirida por la corriente democrática de Venezuela acabará imponiéndose, estoy seguro. Pero heredará un desastre.

Por lo pronto, como bien lo ha dicho Fernando Londoño, Venezuela es una caldera del diablo, caldera que va a explotar. Sus estragos se harán sentir en todo el continente antes de que le demos sepultura a ese extravío llamado socialismo del siglo XXI.

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