Por Yoani Sanchez,
26/12/2012
Me preocupa ese
viejito que después de trabajar toda su vida ahora vende cigarros al menudeo en
la esquina. También la joven que se mira al espejo y valora su cuerpo para el
“mercado del sexo”, donde podrá encontrar a un extranjero que la saque de aquí.
Me preocupa el negro de piel curtida que por mucho levantarse temprano jamás
podrá ascender a un puesto de responsabilidad por culpa de ese racismo –visible
e invisible- que lo condena a un empleo menor. La cuarentona de arrugas
profundas que paga automáticamente la cotización del sindicato aunque intuye
que en la próxima reunión le anunciarán que ha quedado sin trabajo. El
adolescente de provincia que sueña con escapar hacia La Habana porque en su
pueblito sólo le aguardan la estrechez material, una plaza mal remunerada y el
alcohol.
Me preocupan
las amigas junto a las que crecí y que ahora –al paso de las décadas- tienen
menos, padecen más. El chofer de taxi que debe llevar un machete escondido bajo
el asiento porque la delincuencia crece aunque los periódicos se nieguen a
reportarla. Me preocupa la vecina que viene a mitad de mes a pedir prestado un
poco de arroz, a pesar de saber que nunca podrá devolverlo. Esa gente que se
lanza a las afueras de las carnicerías nada más llegar el pollo del mercado
racionado, pues si no lo compran ese mismo día su familia no le perdonará. Me
preocupa el académico que calla para que sobre él no vayan a llover las
sospechas y los insultos ideológicos. El hombre maduro que creyó y ya no creé y
al que, sin embargo, le causa terror tan sólo pensar en un posible cambio. El
niño que ha puesto sus sueños en irse a otro país, hacia una realidad que ni
siquiera conoce, hacia una cultura que ni siquiera entiende.
Me preocupa la
gente que sólo puede ver la televisión oficial, leer sólo los libros publicados
por las editoriales oficiales. El guajiro que esconde en el fondo del maletín
el queso que venderá en la ciudad, para que los controles policiales no lo
encuentren. La anciana que dice: “esto sí es café” cuando la hija emigrada le
envía un paquete con algo de comida y un poco de dinero. Me preocupan las
personas que cada vez están en un estado de mayor indefensión económica y
social, que duermen en tantos portales de La Habana, que buscan comida en
tantos latones de basura. Y me preocupan no sólo por la miseria de sus vidas,
sino porque cada vez quedan más al margen de los discursos y de las políticas.
Tengo el temor, la gran preocupación, de que el número de desfavorecidos va en
aumento y que ni siquiera existen los canales para reconocer y solucionar su
situación.
Publicado por: http://www.desdecuba.com/generaciony/?p=6970
NOTA Editorial: Cualquier parecido con nuestro país Venezuela, es pura coincidencia
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