Por Fernando Luis Egaña, 09/11/2012
El chantaje, o la
presión mediante amenaza que se ejerce para condicionar la voluntad, forma
parte del proceder natural del oficialismo en materia comicial. En cada proceso
hay una forma de chantaje específica, y la elección de gobernadores del 16 de
diciembre no es la excepción.
La nuez del
chantaje en curso es la siguiente: si no gana el rojo no habrá real para la
gobernación... ¿Consecuencia?, en el estado o la región se agravarán los
problemas al máximo, y lo que vendrá es un sálvese quien pueda. ¿Remedio? Muy
sencillo, votar por el candidato de Chávez y ya está.
Algunas encuestas
ya están registrando el impacto del chantaje en el caso de estados con
gobernadores de oposición que, hasta el presente, mantienen márgenes favorables
en la intención de voto. La maquinaria del chantaje tratará de demoler esas
diferencias y no se la debe subestimar.
Entre otras
razones, porque la amenaza no es un saludo a la bandera sino una realidad. La
distribución presupuestaria entre gobernaciones rojas y tricolores, no sólo es
desigual en proporción de recursos sino en la disponibilidad y ejecución
presupuestaria por parte del Gobierno central.
De hecho, en la
manera tribal de entender el funcionamiento del Estado, eso es considerado como
algo normal y hasta deseable: al aliado lo que pida, y a los demás palo por la
cabeza, o por el presupuesto. Da vergüenza patriótica el constatar cómo se ha
retrocedido en materia de gestión institucional en el dominio
estatal-territorial.
Y para aderezar el
referido chantaje con una buena dosis de intimidación, se montan las
"inquisiciones" parlamentarias que formalmente dirige el diputado
Pedro Carreño, en contra de ciertos y determinados gobernadores que es preciso
desestabilizar antes del 16-D.
El objetivo no es
sólo intimidarlos a ellos, sino a los partidarios, colaboradores, simpatizantes
y electores, a fin de que lleguen a la conclusión de que seguir con tal o cual
gobernador no-oficialista podría salir muy caro, y que mejor sería que ganara
el de Chávez, para que al menos fluyan o bajen los recursos...
Un chantaje
semejante sólo puede ser creíble en el contexto de una hegemonía despótica,
donde ese tipo de condicionamiento fraudulento de la voluntad popular sea parte
del paisaje político. Y precisamente es lo que ha venido ocurriendo en
Venezuela a lo largo del siglo XXI, aunque cada vez con más descaro.
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