Por Lissette González, 17/11/2012
Uno de los logros de Chávez desde la campaña presidencial de 1998 ha sido colocar en el centro del debate público la desigualdad, la pobreza y las difíciles condiciones en las que vive una buena parte de nuestros conciudadanos. Pero, al igual que con muchos otros temas centrales, la polarización también aquí ha hecho de las suyas.
Así, las noticias se
centran en discutir las cifras: ¿La
incidencia de pobreza realmente está bajando? ¿Esos indicadores basados en el
ingreso dicen algo sobre las condiciones de vida? ¿Los datos oficiales son
objetivos? Los titulares muestran anuncios del INE sobre la
disminución de la pobreza, opinadores de diversa índole discuten el método de
cálculo, explican que esto obedece “solo” a los altos precios del petróleo.
Diversas organizaciones calculan sus propias canastas básicas que llegan a
costar hasta cuatro salarios mínimos.
En
nuestro contexto polarizado se ha vuelto un punto de honor defender y
cuestionar (según el polo al que se pertenezca) los logros sociales de la
revolución bolivariana. Así nos encontramos frente a una gran paradoja: la
pobreza tiene ahora mucho más centimetraje en la prensa, más horas en la radio
y la TV; pero no por eso la comprendemos más.
Seguimos sin entender demasiado cuáles son
los elementos que permitirían modificaciones significativas en las condiciones
de vida de la mayoría. Por supuesto, la inversión pública en servicios sociales
y programas de protección es vital, pero su efecto está limitado por las
posibilidades que ofrece el mercado de trabajo o los procesos que impiden el
acceso de ciertos grupos a los empleos mejor remunerados.
Los avances en los indicadores de pobreza
en los últimos años están asociados a un crecimiento del empleo público, de la
población que recibe transferencias (no sólo las misiones, también pensiones de
vejez e incapacidad). Pero al mismo tiempo, los servicios públicos de salud y
educación pierden terreno en términos relativos frente a los privados. De allí
que ya es un reto establecer cuál es el efecto neto del sector público en la
reproducción de las desigualdades.
Lo mismo ocurre con el mercado de trabajo:
disminuye la desigualdad en las remuneraciones, pero se mantiene relativamente
alta la informalidad. ¿Qué tan sostenible son nuestros avances, con un mercado
de trabajo que no genera empleos decentes para la mayoría?
A pesar de la gran masificación del acceso
a los servicios de educación pública, persisten grandes inequidades en el logro
educativo: mientras más bajo el nivel educativo de los padres, menor es la
probabilidad de alcanzar educación media completa y educación universitaria.
Esto refleja los problemas de calidad en nuestro sistema de enseñanza, que no
anula sino refuerza las desigualdades preexistentes.
Las desigualdades son también grandes en
nuestro territorio: no sólo la pobreza es mayor en las áreas rurales; también
vemos grandes diferencias en los demás indicadores como la población
universitaria, que en el área rural es la mitad que en la Gran Caracas o la
informalidad, 20 puntos más alta en las áreas rurales.
Solemos
afirmar que la pobreza es un fenómeno multicausal, pero no hemos llevado esta
noción a su prueba empírica. Nos hemos conformado con describir a los pobres,
pero no hemos hecho lo suficiente por explicar los cambios en la pobreza. Solo
quien comprende puede tomar las mejores decisiones, por eso una agenda de
investigación de esta naturaleza resulta imprescindible. Estaremos discutiendo
sobre estos temas el 22 y 23 de noviembre en Santiago de Chile con un grupo de
expertos convocados por CLACSO.
Ya les contaré los resultados.
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