Fernando Mires 6 de julio de 2013
Recuerdo que cuando el último
presidente de Venezuela estaba vivo, una de esas personas que no tiene la
menor idea de política y con las cuales, por salud mental, nunca hay que perder
contacto, me dijo lo siguiente: “Debe sufrir mucho Latinoamérica bajo la
bota norteamericana para que ese caballero abrace con tanto cariño al tirano
persa” (se refería al en ese entonces presidente iraní Ahmadineyad)- Yo solo
contesté- “Ese caballero no sólo ha incrementado las ventas de petróleo a EE
UU; además ha doblado las importaciones con respecto a ese país”. “Entonces
¿por qué es antimperialista?” –preguntó-. Opté por encogerme de hombros. Ahí me
di cuenta, y por enésima vez, que las preguntas más ingenuas son las más
difíciles de responder pues vienen de ese lugar que toda ideología ignora. Ese
lugar se llama “sentido común”.
¿Por qué los gobiernos del ALBA dicen
ser antimperialistas? Ninguno, quizás alguna vez Bolivia, tiene hoy algún
problema económico, territorial o político con los EE UU. Todo lo contrario:
Venezuela y Nicaragua han llegado a convertirse bajo gobiernos
"antimperialistas" en los dos países más dependientes de
importaciones norte-americanas de todo el continente. La pregunta lleva a otra
más ingenua: ¿Por qué los gobiernos antimperialistas de América Latina son los
menos democráticos del continente? Y esa, a su vez, a una tercera pregunta
todavía más ingenua: ¿Por qué las dictaduras más horrendas de la tierra -entre varias:
Mugabe, Kim Jong, Gadafi, Hasad, los Castro, Lukazensko- han sido y son
antimperialistas?
Parece haber, efectivamente, una
relación sórdida entre despotía y antimperialismo. Compruébelo usted mismo:
mientras menos democrático un gobierno, más antimperialista dice serlo. Si yo
creyera que la historia se rige por leyes, ésta sería, sin duda, una de ellas.
Historias del imperialismo hay
cientos, sino miles. No hay, en cambio, según mi conocimiento, ninguna historia
del antimperialismo. Debería haber, pues ahí nos daríamos cuenta como la que
fue una vez noble idea tuvo un origen democrático, origen que en el transcurso
de la historia fue pervirtiéndose más y más, hasta llegar a ese estadio
lamentable que hoy ofrece.
Si tuviéramos que escribir esa historia,
no deberíamos partir de Karl Marx pues el sabio alemán nunca desarrolló alguna
teoría antimperialista. Todo lo contrario: para Marx la expansión del capital
cumplía una función civilizadora. Y quien no crea, revise los artículos que
Marx escribió en "New York Daily Tribune" (1853) en torno a la
“necesaria” colonización de China e India por Gran Bretaña.
Nos daríamos cuenta, además, que los
primeros teóricos del antimperialismo eran profundamente democráticos. El
inglés John Hobson era liberal, el médico austriaco Rudolph Hilferding,
socialdemócrata y Rosa Luxemburg, una demócrata radical. Lenin, quien también
provenía de la socialdemocracia, fue marcado por las tesis evolucionistas de
Hilferding hasta el punto de que su trabajo “El Imperialismo fase superior del
capitalismo” (que en otros idiomas fue traducido como “fase final” o “última
etapa” del imperialismo) es una copia fiel del “Capitalismo Financiero” de
Hilferding.
Podríamos también observar como Stalin
usó el concepto “imperialismo” de acuerdo a las necesidades externas de su
imperio. En la fase “izquierdista” Stalin impuso la tesis relativa a que
socialdemocracia y fascismo eran las dos caras del imperialismo. Durante el
periodo del "pacto de no agresión" (1939), la Alemania nazi dejó de
ser para Stalin, imperialista. Volvió a serlo después que Hitler traicionara a
Stalin. Durante la Guerra, Stalin no designó como imperialistas a sus aliados y
EE UU fue evaluado desde la URSS como nación “progresista”.
Del mismo modo podríamos comprobar
como la frase “imperialismo norteamericano” fue pronunciada por primera vez por
Stalin y no por Eduardo Galeano. Ocurrió el año 1948 cuando el Presidente
Truman se pronunció en contra de la expansión de la URSS en Europa. Stalin es,
en ese sentido, el autor de dos tesis esencialmente antimarxistas: la del
“socialismo en un solo país” y la del “imperialismo en un sólo país”.
Y no por último: nos asombraríamos al
indagar como, desde China, Mao impuso la tesis del “social-imperialismo”
representado según él -!qué ironía!- por la URSS. En los primeros escritos
maoístas el “social imperialismo” ruso era, en efecto, parte del imperialismo
mundial. Luego pasó a ser, en la opinión de Mao, “la parte fundamental del
imperialismo mundial”. Después de la famosa entrevista entre Mao y Kissinger
(1972), el “imperialismo norteamericano” dejó de existir para los chinos. Hasta
ahora, por lo menos.
Al finalizar la Guerra Fría el
concepto de imperialismo parecía condenado a muerte. Quien consiguió revivirlo,
ya no teórica sino emocionalmente, fue el Presidente Bush (Jr.) al cometer uno
de los errores más grandes de la política exterior norteamericana: la invasión
a Irak.
¿Por qué hoy la noción del antimperialismo ha pasado a ser sólo patrimonio de dictadores, tiranos y autócratas, es decir, de la escoria del planeta? ¿Será porque los déspotas necesitan de un enemigo externo para justificar su poder? ¿Será porque necesitan una razón externa para reprimir y explotar a sus pueblos?¿Será por resentimientos sociales en contra de todo lo que es moderno, democrático o simplemente libre? ¿Será por sus propios complejos de inferioridad? ¿Será por el anti-norteamericanismo lindante en el racismo que profesan? ¿O simplemente por ignorancia? ¿O será debido a ese inevitable delirio persecutorio que, como si fuera un cáncer, se apodera de la mente de cada dictador?
¿Por qué hoy la noción del antimperialismo ha pasado a ser sólo patrimonio de dictadores, tiranos y autócratas, es decir, de la escoria del planeta? ¿Será porque los déspotas necesitan de un enemigo externo para justificar su poder? ¿Será porque necesitan una razón externa para reprimir y explotar a sus pueblos?¿Será por resentimientos sociales en contra de todo lo que es moderno, democrático o simplemente libre? ¿Será por sus propios complejos de inferioridad? ¿Será por el anti-norteamericanismo lindante en el racismo que profesan? ¿O simplemente por ignorancia? ¿O será debido a ese inevitable delirio persecutorio que, como si fuera un cáncer, se apodera de la mente de cada dictador?
Mi tesis es la siguiente: ninguna de
esas suposiciones es "la causa". Pero todas juntas, y a la vez, son
"la causa".
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