Escrito por Ángel Arellano
(periodista) 02 de junio de 2013
Email: asearellano@yahoo.es
Twitter: @angelarellano
El whisky, una adoptada bebida patria.
De los monjes irlandeses saber que Venezuela iba a estar entre los ocho
primeros consumidores del mundo de su religiosa bebida fermentada, capaz en la
época de la colonización hubieran migrado masivamente. Somos el mayor comprador
de América Latina, por tanto, si me lo permiten, me atrevo decir que es un
asunto de Estado.
Los fenómenos sociológicos son
aquellos acontecimientos que impactan en cierta manera, positiva, negativa,
constructiva, destructiva u ordinariamente, la vida de las sociedades,
asentándose en ella en un período de tiempo que sólo esta colectividad determina.
Como sociedad, hace años Venezuela
determinó que era el whisky el marcador de muchas pautas nacionales. En el
ideario nacional se premia no al padrino que alquiló el festejo, ni el papá que
compró las costillas para la parrilla, o la madre abnegada que hizo los
bollitos, yuca asada o laboriosa ensalada con suculento aderezo, sino al tío
que se apareció con las botellas de whisky. ¡Aplausos para el tío! ¡Busquen la
mejor silla que llegó el hombre con la caña! Así es la patria de Bolívar, ¿o me
equivoco?
Sin embargo, como en la actualidad
hasta lo más sagrado ha sucumbido a las deformaciones de una trastada económica
que se puso hace ya trío de décadas, afincada a toda mecha en los últimos tres
lustros, la inflación disparó con fuerza esta costumbre venezolanísima.
Somos la nación con mayor tasa de
homicidios por cada mil habitantes, y también la que más litros de whisky
consume per cápita en toda la región. Ni los superávits chilenos, crecimientos
colombianos o peruanos, éxitos panameños o agigantados pasos mexicanos, nos han
superado en esto.
El ciudadano venezolano promedio,
humilde y sin mucho que ofrecer en la sencillez de su hogar, aspiraba en
navidad poder comprar un par de ejemplares de 12 ó 18 años para adornar la mesa
y compartir en familia. Esta navidad se verá los cambios, la escasez y altos
precios transformarán la dieta líquida de fin de año.
Apenas el pasado diciembre en
Margarita con 90 ó 100 Bs podías comprar una botella raya roja para completar
la fiesta. Ese “algo especial” hoy oscila en el mismo anaquel por algo más de
250 Bs y en tierra firme supera cómodamente los 440 Bs. Una botella de lujo
azul, dorada o con impactante estuche llamativo ya superó el sueldo mínimo
nacional. Tenga usted una idea de a dónde llegan estos linderos.
Escuché mucho en la calle: “cuando el
gobierno se meta con la caña ahí sí es verdad que se va a caer” o “con mi caña
no te metas, Chávez”. Lo cierto es que no sólo se metieron, sino que alteraron
ese fenómeno sociológico hasta 2012 bien cuidado pero que en la precaria
gestión del “mientras tanto” se ha deshilachado cual hoja de palma.
En 50% ha descendido la venta de este
tipo de licor según la Asociación de Licoreros de Caracas. Las divisas
entregadas a cuenta gotas reducen el nivel de importación. Por eso la gigantesca
afectación en la cultura venezolana. Dirán los bebedores, ¿qué carajo es lo que
se produce en Venezuela? Pues ron. Nadie nos manda a enamorarnos de líquidos
dorados escoceses.
En lo que va de 2013 el ron se ha
ubicado como el licor de mayor crecimiento nacional. Aunque sus precios suben
en proporciones iguales a la cerveza y otros productos, sus presentaciones
Premium se perciben hoy en el mercado como una oferta de “estatus”. Ese mismo
“estatus” que la gente aspira al tener un vaso de whisky en las manos. Y por
ahí va la cosa. Sociología venezolana, de la frustración a la adaptación. Todo
menos dejar de tomar. Será con ron que pasemos estos ratos amargos.
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