Por LEONARDO V. VERA Caracas, 1 octubre 2013
Con esta ésta exclamación de júbilo
regresó el Presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, de su gira a China, el
último reducto planetario que le ha quedado a Venezuela para conseguir algún
dinero fresco que permita palear una crisis de pagos externa que se desarrolla
en cámara lenta. Por el momento, el gobierno parece decido a evitar una
suspensión de pagos de las obligaciones externas que tiene la república por
servicio de deuda trasladando la crisis al sector privado doméstico con la
aplicación de un racionamiento más severo para la asignación de divisas que van
al pago de importaciones y otros compromisos.
Pero la situación ha levantado ya
alertas internacionales. Los gobiernos de Panamá y Colombia, presionados por
sus sectores empresariales, reclaman el pago de deudas millonarias. Martinelli
y Santos, por ejemplo, se movieron recientemente a Venezuela para justamente
abogar por una salida al problema de la suspensión de pagos y de la deuda que
tienen las empresas venezolanas con la zona de Colón, en un caso, y con las
empresas exportadoras del Norte de Santander en el otro. El retraso y la
suspensión de pagos que tiene el sector privado venezolano y las empresas
importadoras del gobierno es de tal magnitud, que en algunos casos ha provocado
la suspensión de los despachos y de las cartas de crédito por parte de los
proveedores externos.
Esta es en parte la explicación de por
qué en Venezuela hay escasez de bienes que van, desde el papel higiénico hasta
repuestos básicos para maquinarias y equipos. La otra explicación desde luego
está en la mermada capacidad que tiene el sector empresarial venezolano para
encarar las necesidades internas de la economía. El gobierno chavista ha cavado
las fosas de un gran cementerio empresarial con años de hostigamiento y de
pésimas regulaciones y controles.
Pero vayamos al meollo del asunto ¿Qué
es lo que realmente buscaba Maduro en China y que fue lo que consiguió? Maduro
fue a China a entregar una serie de prebendas y facilidades para las
inversiones de ese país en Venezuela a cambio de una línea de crédito para
atender la crisis externa. Pero el gobierno chino fue tajante y parece haber
dejado claro que ellos no dan líneas de crédito de ese tipo a otros gobiernos,
sino más bien financiamiento atado a proyectos específicos.
Así que Maduro se limitó a firmar 28
acuerdos entre los cuales destacan, la entrega del bloque Junín 1 de la Faja
Petrolífera del Orinoco, la entrega del mapa minero de Venezuela y del proyecto
de minas de “Las Cristinas”, un convenio de compras multimillonarias de
electrodomésticos a la empresa china Haier y la renovación del Fondo Conjunto
Venezuela-China. La renovación del Fondo Conjunto le permite disponer a
Venezuela (o al gobierno de Maduro) de hasta 5 mil millones de dólares de
financiamiento para proyectos específicos.
En particular, se sabe, por boca del
mismo Presidente Maduro, que los recursos de ese fondo se usarán para importar
2.000 autobuses fabricados en China, para construir 4.500 unidades
habitacionales por parte de empresas chinas en Venezuela y para la siembra de
más arroz y soja en tierras venezolanas, insumos fundamentales en la dieta del
pueblo chino. Venezuela debe además aportar 1 mil millones de dólares al Fondo
Conjunto, justo en un momento que sus recursos líquidos en dólares escasean. No
más advertir que el Banco Central de Venezuela dispone de reservas líquidas por
sólo 900 millones de dólares pues el resto es oro, la mayor parte del cual unos
sabios decidieron enterrar en bóvedas locales, dejándolo por el momento sin
ningún valor internacional.
Lo que es peor, tan pronto el nuevo
tramo de endeudamiento se haga efectivo, Venezuela comienza a repagar de
inmediato con barriles de petróleo, mermando aún más el flujo de ingresos
petroleros efectivos de la nación y agravando la situación de iliquidez. Este
tipo de contrato financiero con los chinos, por tanto, no vienen a solucionar
la crisis de liquidez externa y más bien mete a Venezuela en una dinámica
financiera claramente inestable.
La crisis de liquidez externa que
exhibe Venezuela, tiene una carácter que muy pocos en el gobierno parecen haber
advertido. No es una crisis de carácter cíclico. No es el resultado de una baja
en los precios del petróleo. Es una crisis de carácter estructural derivada, en
lo fundamental, de un conjunto de obstáculos y cambios institucionales
alrededor del manejo de la renta petrolera: Convenios de ventas de petróleo con
otros países que claramente afectan los ingresos efectivos de divisas del país,
una creciente “entropía organizacional” a nivel de la industria petrolera y un
entramado de ventosas por donde se escapa el grueso de los ingresos petroleros
(a corrientes de gasto poco transparentes). A esto se le suma un sector privado
exportador de algunos bienes no petroleros en agonía y que extraña algún tipo
de visión de desarrollo de la economía no petrolera.
Así, el dinero fresco para atender los
requerimientos de la balanza de pagos -que nos es lo que precisamente Venezuela
ha conseguido del gobierno chino-, sólo le permitiría al país ganar algo de
tiempo para resolver agudos problemas estructurales ¿Pero de que tiempo estamos
hablando? ¿Qué tiempo puede ganar Venezuela con una línea de crédito, por
ejemplo, de 5 mil millones de dólares? La realidad es que la economía
venezolana está en capacidad hoy día de devorarse ese monto de divisas en sólo
un mes de importaciones.
Si el Gobierno de Nicolás Maduro no
encara decididamente la siniestra “arquitectura financiera” que el chavismo ha
construido alrededor del manejo de la renta petrolera, a Venezuela no le queda
más que sobrevivir con un control de cambios más severo y estricto (con
consecuencias conocidas) o acudir al FMI, una opción por cierto con la que el
gobierno ya ha coqueteado.
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