RAFAEL LUCIANI sábado 9 de noviembre de 2013
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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En una época de absoluto control
político-religioso, donde reinaban el miedo entre los pobres, el odio de los
grupos radicales y la indolencia de los poderosos, Jesús decide ser profeta:
«Hablaba como ningún otro» (Jn 7,46), era honesto ante lo que sucedía en su
entorno y denunciaba, sin miedo, el deterioro social, atreviéndose a decir que
se «había olvidado lo más importante: la justicia y la compasión» (Mt 23,23),
sin las cuales el hombre quedaba sometido a la lógica de la impiedad, de la
indolencia. La solución no estaba en crear nuevas ideologías o religiones, sino
en fraternizar lo humano (Mc 2,27-28).
Como profeta, habló y actuó con
libertad, sin miedo o autocensura, porque el verdadero poder le venía del
servicio al pueblo, y no de la sumisión a poderosos como Herodes, a quien llamó
«zorro» (Lc 13,32), o al César (Mt 22,21), al que nunca rindió pleitesía; ellos
lo podían humillar, pero no le quitarían su dignidad (Lc 23,11-12).
Para Jesús, la libertad no consistía
solo en poder hablar, sino también en tratar a cualquiera sin excepción y
aprender de todos. Así, reconoció que «los excluidos por la religión oficial
tenían más fe que los justos» (Mt 15,28), y que los no creyentes, como el
centurión, gozaban de una «fe ejemplar» (Lc 7,9). No cedió ante prejuicios
morales y proclamó que «las prostitutas y los eunucos se salvarían antes que
los piadosos» (Mt 19,12; 21,32). De hecho, sus adversarios reconocieron que Él
no se avergonzaba de tratar a alguien por su condición moral, política o
religiosa (Mc 12,14). Fue auténtico y sin dobleces, como pocos religiosos o
políticos hoy.
Su vida atraía porque hablaba con
«autoridad» (Mc 1,22) de la «verdad» (Jn 8,32). Sus acciones replanteaban todo;
ya no eran las «prácticas religiosas» las que salvaban, como las del fariseo en
el templo (Lc 18,14), sino la «compasión fraterna» que le enseñara un
samaritano (Lc 10,37).
Hablar y actuar de este modo le llevó
a no crear adhesiones absolutas que lo comprometieran o pusieran en riesgo su
trabajo por el Reino. Tuvo que aprender a ser libre frente a familiares (Mc
3,21.31-35), frente a amigos que querían dictarle cómo debía actuar (Mc
8,31-33) o dirigirse a Dios (Mc 7,1-12), y libre para criticar a los que
pensaban distinto, como los escribas y fariseos (Mt 23); aprendió a no ceder
ante el desprecio de algunos (Mc 14,65) ni ante la lógica autoritaria de los
poderes político-religiosos (Mt 20,25-28; Mc 14,55). En fin, libre para no
responder con odio ni violencia (Mt 26,51-55).
Él decidió ser profeta, y no sacerdote
o revolucionario político (Jn 6,15). Quiso servir a los excluidos por la
religión, la moral, la política; a los enfermos, las víctimas, los pobres. A
ellos les dijo que las cosas debían cambiar (Lc 6,20-26). Pero no fue fácil,
por hacer pública esta verdad, muchos poderosos no lo soportaron (Jn 18,13). Y
lo mataron (Lc 13,31).
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