Por Gloria Bastidas, 13/06/2014
En los últimos quince años, ha habido en Venezuela 35.567 protestas. ¿Eso habla de un país dominado? La espada de Damocles de la revolución es que la masa de descontentos crece y eso puede alterar el orden social. Maduro está sentado sobre un barril de pólvora.
El chavismo no lo controla todo. Es cierto que tiene en sus manos el poder. Y que las instituciones están amablemente rendidas bajo su puño. Eso no se pone en duda. La Asamblea Nacional es suya. El Consejo Nacional Electoral es suyo. La Fiscalía, también. Los tribunales, igual. Es evidente que las Fuerzas Armadas, hasta ahora, han cerrado filas alrededor de la revolución, más allá del conflicto interno que pueda haber en su seno por el estado de postración en que se halla el país. Todo eso es una verdad del tamaño de un templo. Ahora, una cosa es tener el poder y otra tener la dominación. Esa es una diferencia clave. Y esa distancia que hay entre un concepto y otro la precisó muy bien el teórico alemán Max Weber. Ese matiz es demasiado importante para comprender lo que ocurre en la Venezuela de hoy. ¿Qué es para Weber el poder? Es la posibilidad de que una voluntad se imponga sobre otra pese a que enfrente resistencia. Eso distingue al chavismo: se impone. Dispone de los controles de mando. Ejerce la supremacía. Muy bien. Pero la dominación es otra cosa. La dominación, según la línea de Weber, se conquista cuando los subordinados obedecen un mandato porque creen en él. Porque lo consideran legítimo y actúan como si la orden que les dan fuera una máxima. Eso no ocurre en Venezuela. Y ésa es la espada de Damocles que pende sobre la revolución.
La revolución no ha logrado lo que Etienne de la Boétie llama la “servidumbre voluntaria”. No a tal escala que el proyecto no corra peligro. Por supuesto que el chavismo cuenta con adeptos. Con su feligresía. Y es esto, precisamente, lo que ha garantizado que se mantenga en el poder, haciendo abstracción de las triquiñuelas y piruetas electorales que se han presentado en el camino. Pero el punto está en que esas adhesiones, que le han permitido al chavismo legitimarse, no son estáticas. Pueden migrar. Los feligreses pueden cambiar de Dios. O volverse ateos. Y es lo que comienzan a mostrar las encuestas. Por eso es tan relevante la ecuación de Weber. Porque no es sólo que el núcleo de quienes se resisten a obedecer hace ruido sino que ese grupo va in crescendo. Y esa estadística que va en aumento puede trastocarlo todo y derivar en una alteración del orden social. No es cualquier cosa, entonces, que el chavismo sí tenga el poder pero que no tenga la dominación. ¿Puede hablarse de dominación en un país en el que hubo 31.451 manifestaciones entre el año 1999 y el año 2013, según los datos oficiales Provea?
No, este no es un país de ovejas. Y menos lo ha sido este convulso año: entre enero y marzo hubo, según Marco Antonio Ponce, coordinador del Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, organización no gubernamental que trabaja al alimón con Provea, 4.116 manifestaciones. Una cifra impactante si se considera que el total de manifestaciones reportado en 2013 fue 4.410. Y esto es lo que tiene de cabeza al Gobierno: que la protesta social escale y que eso se convierta en una amenaza para la tranquilidad del paquidermo. Para el estado todopoderoso. ¿Qué es lo que le falta al grupo de los no dominados para hacerse sentir más? Les falta articulación. Les falta coordinación. Les falta el comandante en jefe en que se convirtió Chávez para sus huestes. Las protestas son, salvo excepciones, dispersas. Pero se producen en toda la geografía nacional. Y se producen todos los días. Y pueden ejercer un efecto sísmico. ¿O no tuvo un impacto devastador la megamarcha del 11 de abril de 2002? El grupo de los no dominados tiene un carácter estratégico para un proyecto de control total como el que supone el chavista. Ese grupo es el que pone la nota discordante.
Lo que ocurre, y de allí la confusión que se genera, es que los no dominados se expresan de manera cíclica. Y cuando no se manifiestan, cuando se hallan sumergidos en el sopor que producen las batallas contra el despotismo, se tiende a malinterpretar su estado de hibernación. No se debe confundir la hibernación con la sumisión. Son cosas distintas. Lo hemos palpado a lo largo de estos quince años. Es una lucha dialéctica, que también tiene su expresión en lo electoral. ¿No cayeron en un estado de depresión los opositores cuando Chávez logró remontar la cuesta y ganar el referendo revocatorio de agosto del 2004, después de que su popularidad se había venido a pique y tras las grandes protestas que hubo entonces? ¿No resultó un cataclismo, para los no dominados, que Chávez lograra 62,84 por ciento de los votos en las presidenciales de 2006? Se pensaba que todo estaba perdido. Y de pronto, por eso no hay que confundir hibernación con sumisión, repito, ocurre el 2D, que fue precedido, además, por la histórica emergencia del movimiento estudiantil en protesta ante el cierre de RCTV. Ambos son actos de insubordinación que ponen de relieve que la sociedad no es, ni puede ser, una piedra monolítica que se rinde a los pies del poder indefinidamente.
Claro que puede aducirse que después del 2D, cuando la mayoría se pronunció en contra del proyecto de demolición de la República –así lo califica el historiador Germán Carrera Damas–, vino una “contraorden” –porque, efectivamente, los chavistas detentan el poder: no es juego– y se produjo el referéndum del 2009, mediante el cual se aprobó la reelección indefinida con más de 6 millones de votos. Eso es indiscutible. Pero no le quita peso al grupo de los no dominados. Eso lo que hace es ratificar cuán relevante puede ser ese segmento en un momento dado. Tanto, que logró, a pesar de la falta de competitividad y transparencia de la contienda, con un CNE a favor de una de las partes y con un ventajismo fuera de serie, poner en jaque al poder. La cólera del entonces presidente Chávez fue peor que la de Aquiles. ¿Por qué? Porque no es tanto que los subordinados marchen, manifiesten en las calles y hagan ruido, sino que, encima, tuvieron la osadía de expresar su desaprobación por la vía de las urnas. Y sí, constituyó una puñalada contra la alternancia el que se llamara a una nueva consulta: eso permitió que el líder supremo del chavismo se pudiera medir nuevamente en octubre del 2012 frente a Henrique Capriles y alzarse con la victoria e, incluso, aumentó su capital electoral: sacó más de ocho millones de votos. Pero ¿logró Chávez la dominación, algo tan caro para su proyecto hegemónico, después de revocar de un manotazo el 2D y tras ganar en 2012? No.
Fijémonos en el número de protestas. ¿Cuántas hubo en 2007, el año del 2D? Hubo 1521 manifestaciones, según datos de Provea y las ONGs que trabajan con ella. ¿Cuántas hubo en 2009? Hubo 2822 protestas. Una cosa es el triunfo electoral –no se le puede negar a Chávez su condición de gran boxeador cuando se montaba en el ring– y otra diferente es que esa victoria suponga automáticamente la servidumbre voluntaria. Pero más aún: ¿Cuántas protestas fueron contabilizadas en 2012, el año en el que Chávez derrotó a Capriles con 55,07 por ciento de los votos? Hubo, siempre según Provea, 3925 protestas. Así actúan los no dominados: pueden elevar un grito en medio del carnaval electoral. Y no todos leen bien lo que esto significa. La efervescencia de quienes no se subordinan al proyecto, y también de los que sí lo consideran legítimo, pero salen a protestar porque no tienen agua o luz y luego, porque sus demandas no son satisfechas, se desencantan, puede dar lugar a una masa crítica. Una masa crítica que puede pisarle los talones al poder. ¿O no fue eso lo que ocurrió en abril de 2013 cuando la diferencia de votos entre Nicolás Maduro y Henrique Capriles fue de un “pírrico” 1,49 por ciento?
Por eso es que el poder teme tanto a los no dominados. Porque la revolución está llegando a una fase en la que las adhesiones al proyecto no son las de antes. No de manera tan clara. Y se producen finales de fotografía que el Gobierno convierte en inapelables. Tan es así que, pese a que en abril de 2013 hubo una diferencia de apenas 223.599 votos, lo que exaltó los ánimos de los electores y activó la protesta en la calle, el Gobierno no se pudo dar el lujo de acceder a un arqueo de caja. Y ello lo llevó a cometer un pecado original: nació con mal pie, al ruido de las cacerolas. Los no dominados aumentaron sus dudas. Su desconfianza. Menos que nunca podrían obedecer porque no pueden hacer suyo un mandato que sería el resultado de un número que consideran forjado. De un número no cotejado. De un número apretado. Con un añadido: que son una legión que crece y crece. Porque no sólo cuentan los que nunca se dejaron atrapar por el influjo de Chávez o los que se convirtieron luego a la oposición, que son pasado. El gran problema para el chavismo es que el grupo de los no dominados comienza a nutrirse con las deserciones que se producen dentro del propio proceso.
De allí que haya que atajar las manifestaciones. La espiral de insubordinación puede provocar una alquimia tal que los no dominados pasen a ser franca mayoría. Aplastante y contundente mayoría. Esto ha encendido las alarmas de la nomeklatura chavista, que se escuda en la Doctrina de Seguridad Nacional y en las bayonetas para aplastar la disidencia. En su libro El gran fracaso, nacimiento y muerte del comunismo en el siglo veinte, Zbigniew Brzezinski refiere cómo Lenin, en 1918, emitió un decreto en el que le solicitaba a los organismos del Estado que purgara “a la tierra rusa de todo tipo de insectos dañinos”. El blanco de ese edicto era la oposición. Acá no se ha llegado a una medida sanitaria tan extrema. Tan obscena. Pero veámoslo desde el punto de vista de Max Weber. En la ecuación de poder que maneja el teórico alemán, lo que el Gobierno está haciendo se llama gewalt: medios de coacción para imponer decisiones. Y un solo dato lo corrobora: Maduro ha reprimido más en un año que Chávez en doce. Así tituló El Nacional la nota en la que se reseña el último informe de Provea, correspondiente a la situación de las protestas y de los derechos humanos en Venezuela en 2014. La estadística que proporciona la ONG luce cuando menos alarmante: Maduro ha reprimido 485 por ciento más que su predecesor.
El dominio total de la sociedad venezolana hoy está más en entredicho que nunca, independientemente de que las manifestaciones hayan disminuido, aunque no cesado, desde febrero a la fecha. Precisamente porque sabe que el descontento está allí, como un tigre agazapado en una noche en la selva, es que Maduro ha sacado el sable y pica adelante con medidas como la de la sentencia del Tribunal Supremo en la que se exige permiso para manifestar. ¿Por qué ha sacado el sable Maduro? Porque cada vez le queda más lejos la servidumbre voluntaria y cada vez está más cerca su pérdida de piso político. La encuesta realizada en marzo por el Instituto Venezolano de Análisis de Datos (IVAD) resulta elocuente. El bloque oficialista representa 36,2 por ciento y el bloque opositor representa 48,8 por ciento; hay un restante 15 por ciento que no se identifica con ninguno de los dos bloques. Esta insurrecta correlación de fuerzas da al traste con el proyecto. Lo pone en riesgo. Lo que las estadísticas dicen –y es el IVAD, una firma de prestigio– y lo que la gente, cíclicamente, grita en las calles están en absoluta consonancia. Aún más, el estudio arrojó que solo 33,3 por ciento votaría por Maduro en caso de celebrarse elecciones presidenciales, mientras que 52 por ciento lo haría en contra y 14,7 por ciento no sabe o no responde.
Maduro está montado sobre un barril de pólvora. Los problemas económicos son apremiantes: 56,2 por ciento de inflación en 2013, la más alta del mundo, mayor que la de Siria, que está en guerra; el índice de escasez de marzo (el último reportado) fue de 29,4 por ciento. La inseguridad, por otra parte, causa estragos: Venezuela es el segundo país con mayor tasa de asesinatos en el mundo, después de Honduras: 79 homicidios por cada 100 mil habitantes. Marco Antonio Ponce precisa que, según los datos consolidados del OVCS, el 80 por ciento de las protestas son de contenido social. Desde luego que la protesta política está presente en el repertorio, pero no constituye el núcleo de la insubordinación. Los no dominados manifiestan porque no consiguen productos de la cesta básica o medicinas, por ejemplo. O porque no tienen luz. O por asuntos reivindicativos. Lo que está en juego es un problema de gestión.
El factor Maduro representa entonces un problemón para el chavismo. ¿Qué hacer con él? ¿Pedir su cabeza para salvar el proceso? Ya la periodista Argelia Ríos ha hablado de la conjura de Barinas: hasta la familia Chávez teme lo peor y deshoja la margarita. ¿Sacrificar a Maduro para salvar el proyecto? ¿Darle oxígeno a la revolución con su salida? Esa podría ser una opción. La defenestración promovida desde las entrañas del chavismo, altamente preocupado por el ostensible crecimiento del segmento de los no dominados y el efecto cascada que ello puede significar. Pero no necesariamente será así. La revolución se encamina hacia una nueva fase. O ya está en ella: la del gewalt. Cada vez habrá más represión. Y eso tendrá un alto costo desde el punto de vista de las adhesiones. Ya vimos que Vanessa Davies, miembro de la directiva del PSUV, hizo pública su solidaridad con Luis Chataing, despedido de Televen. ¿Qué es lo que debe haber dejado perpleja a Davies? Que la revolución pretenda expropiar la risa. Davies, así podemos leerlo, flirteó por un momento con el grupo de los no dominados. Su posición, en un momento en el que el chavismo exige lealtad absoluta, tiene un peso cualitativo. La proclama de Davies es potencialmente subversiva. Equivale a decirle al poder: hasta los chavistas más leales podemos disentir en el terreno de la gewalt.
En virtud de que está en gestación un éxodo del conglomerado de los dominados hacia los no dominados, resulta lógico advertir, salvo que Maduro remonte la cuesta o que efectivamente sea sacrificado y la defenestración oxigene la revolución, que lo que viene sea, probablemente, la abolición parcial y progresiva de la soberanía popular. Llegará un momento, si las cosas continúan como van, en que al chavismo le resultará cuesta arriba salir airoso en una contienda, y, en consecuencia, ha de preparar el terreno para eventuales escenarios no electorales en el sentido competitivo de la expresión. Ya hemos visto el prólogo: lo que pasó con el 2D; lo que pasó con los circuitos electorales (la oposición sacó más votos, pero el chavismo obtuvo más diputados); lo que pasó con la Alcaldía Metropolitana de Caracas (la convirtieron en un cascarón); lo que pasó con la diputación de María Corina Machado; lo que pasó con el alcalde de San Cristóbal, Diego Ceballos, y el de San Diego, Enzo Scarano. Eso es el preámbulo. Lo que viene después es el estado comunal: una estructura paralela para despojar a gobernadores y alcaldes de sus competencias y hacer inocua su elección. Por supuesto, las parlamentarias de diciembre del 2015 son un escollo que la revolución debe sortear, y tendrá que ingeniárselas para disfrazar el voto. O para buscarse un sucedáneo. Pero todavía falta tiempo para eso. Y no digamos para el 2019. La pregunta clave es si el grupo de los no dominados será capaz o no, en el interín, de remecer los cimientos del poder hasta derrumbarlo.
http://konzapata.com/2014/06/el-chavismo-tiene-el-poder-pero-no-la-dominacion/
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