Editorial El País 22 de
junio de 2014
“No podrán con nosotros jamás”,
insistía hace algo más de un año ante al cadáver del fallecido presidente Hugo
Chávez su sucesor Nicolás Maduro. El sentido de ese “jamás” hay que empezar a
verlo desde otra perspectiva a juzgar por la lucha de poder desatada en el seno
del chavismo. El presidente Maduro destituyó la semana pasada al que había sido
uno de los símbolos del régimen boliviariano —Jorge Giordani, mentor de Chávez
y autor de la política económica que tiene a Venezuela sumida en su crisis más
grave desde hace décadas— en medio de un ambiente de cruce de críticas y ajuste
de cuentas.
El balance de Giordani tras 14 años al
frente del Ministerio de Planificación roza lo catastrófico. A pesar de la
fuente casi inagotable de divisas para el Estado que suponen los ingresos por
el petróleo, la población sufre escasez de productos básicos de todo tipo,
desde los de primera necesidad en alimentación e higiene hasta otros, más
metafóricos pero no menos importantes, como los ataúdes; las infraestructuras
se deterioran por falta de mantenimiento. La inflación es del 60,9% anual,
entre las más altas del mundo; existen tres tipos de cambio de la
depreciadísima moneda nacional; la política de control de precios,
nacionalizaciones y expropiaciones es imprevisible y los sucesivos experimentos
socioeconómicos impuestos no han hecho sino empobrecer al país sudamericano y
cerrarle progresivamente las vías de acceso al crédito internacional.
Maduro, un dirigente con influencia
relativa sobre las distintas familias del bolivarianismo, adopta la decisión de
prescindir de Giordani apenas cinco semanas antes de que se celebre el congreso
del Partido Socialista Unido de Venezuela. El partido parece enfrentado en dos
facciones opuestas, no tanto por cuestiones ideológicas como por un mero
reparto del poder y sus beneficios. El presidente no puede culpar esta vez a la
oposición democrática de las convulsiones en sus filas.
La división del chavismo pone de
manifiesto la urgente necesidad de negociar con esa oposición una salida a la
crisis económica y política antes de que esta derive en una institucional de
aun mayor calibre que la actual. Lo ocurrido demuestra una vez más que es
preferible dejar los experimentos económicos para los estudios teóricos y no
aplicarlos sobre un país y una sociedad sin calcular sus consecuencias.
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