Étienne de La
Boétie (*), 1576
El Discurso
De La
Servidumbre Voluntaria o El Contra Uno (o “Anti-Dictator”,
como ha sido traducido al inglés), fue escrito hace más de 400 años, por
Étienne de La Boétie
cuando apenas tenía 16 años de edad.
Es un
clásico de la filosofía política, y se han publicado varias versiones en
español. La última, a decir de los que la conocen, la más cuidada (Trotta
2008), ha sido preparada por el filósofo Esteban Molina.
“De momento, quisiera tan sólo
entender cómo pueden tantos hombres, tantos pueblos, tantas ciudades, tantas
naciones soportar a veces a un solo tirano, que no dispone de más poder que el
que se le otorga, que no tiene más poder para causar perjuicios que el que se
quiere soportar y que no podría hacer daño alguno de no ser que se prefiera
sufrir a contradecirlo. Es realmente sorprendente – y, sin embargo, tan
corriente que deberíamos más bien deplorarlo que sorprendernos – ver cómo
millones y millones de hombres son miserablemente sometidos y sojuzgados, la
cabeza gacha, a un deplorable yugo, no porque sean obligados por una fuerza
mayor, sino, por el contrario, porque están fascinados y, por decirlo así,
embrujados por el nombre de uno, al que no deberían ni temer (puesto que está
solo), ni apreciar (puesto que se muestra para con ellos inhumano y salvaje).”
PP. 52-53
El tirano: un personaje nada especial
“Pero, ¡oh Dios mío!, ¿qué ocurre? ¿Cómo llamar a ese
vicio, ese vicio tan horrible? ¿Acaso no es vergonzoso ver a tantas y tantas
personas, no tan sólo obedecer, sino arrastrarse? No ser gobernados, sino
tiranizados, sin bienes, ni parientes, ni mujeres, ni hijos, ni vida propia.
Soportar saqueos, asaltos y crueldades, no de un ejército, no de una horda
descontrolada de bárbaros contra la que cada uno podría defender su vida a
costa de su sangre, sino únicamente de uno solo. No de un Hércules o de un
Sansón sino de un único hombrecillo, la más de las veces el más cobarde y
afeminado de la nación, que no ha husmeado la pólvora de los campos de batalla,
sino apenas la arena de los torneos, y que es incapaz no sólo de mandar a los
hombres, ¡sino de satisfacer a la más miserable mujerzuela! ¿Llamaremos eso
cobardía? ¿Diremos que los que se someten al yugo son viles y cobardes?” p54
“Así pues, ¿qué es ese monstruoso vicio que no merece
siquiera el nombre de cobardía, que carece de toda expresión hablada o escrita,
del que reniega la naturaleza y que la lengua se niega a nombrar? P55
“Pero volviendo al hilo de mi
discurso, del que casi me había apartado, la primera razón por la cual los
hombres sirven de buen grado es la de que nacen siervos y son educados como
tales. De esta se desprende otra: bajo el yugo del tirano, es más fácil
volverse cobardes y apocados. Le estoy muy agradecido a Hipócrates, el padre de
la medicina, quien así lo afirmó en uno de sus libros, De las enfermedades.
Este buen hombre tenía sin dudas buen corazón y bien lo mostró cuando el rey de
Persia quiso atraerlo a fuerza de obsequios y ofrecimientos tentadores; él
respondió francamente que le remordería la conciencia ponerse a curar a los
bárbaros que querían matar a los griegos y servir con su arte al que quería
someter a Grecia” pp. 77-78
“Pero lo cierto es que el tirano
jamás piensa que su poder está del todo seguro hasta el momento en que debajo
de él, no haya nadie con valor… Pero esa astucia de los tiranos, que consiste
en embrutecer a sus súbditos, jamás quedó tan evidente como en lo que Ciro hizo
a los lidios, tras apoderarse de Sardes, capital de Lidia, apresar a Creso, el
rico monarca y hacerlo prisionero. Le llevaron la noticia de que los habitantes
de Sardes se habían sublevado. Los habría aplastado sin dificultad
inmediatamente; sin embargo al no querer saquear tan bella ciudad, ni verse
obligado a mantener un ejército para imponer el orden, se le ocurrió una gran
idea para apoderarse de ella: montó burdeles, tabernas y juegos públicos, y
ordenó que los ciudadanos de Sardes hicieran uso libremente de ellos.” PP.
79-80
“Pero lo cierto es que lo que
éste ordenó tan formalmente, la mayoría de los otros lo han hecho ocultamente.
Y hay que reconocer que ésta es la tendencia natural del pueblo que suele ser
más numeroso en las ciudades: desconfía de quien lo ama y confía en quien lo
engaña. No creáis que ningún pájaro cae con mayor facilidad en la trampa, ni
pez muerde tan rápidamente el anzuelo como esos pueblos que se dejan atraer con
tanta facilidad y llevar a la servidumbre por un simple halago o una pequeña
golosina. Es realmente sorprendente ver cómo se dejan ir por poco que se les
dé… Los teatros, los juegos, las farsas, los espectáculos, los gladiadores, los
animales exóticos, las medallas, las grandes exhibiciones y otras drogas eran
para los pueblos antiguos los cebos de la servidumbre, el precio de su
libertad, los instrumentos de la tiranía” p80
“Los muy zafios no se daban
cuenta de que no hacían más que reembolsarse parte de lo que era suyo, y que el
tirano no habría podido obsequiarles esa mínima parte sin habérsela sustraído
antes… El pueblo ha sido siempre así. Se muestra dispuesto y disoluto para el
placer que se le brinda en forma deshonesta, e insensible al daño y dolor que
padece honestamente. No conozco a nadie ahora que, al oír hablar de Nerón, no
tiemble tan sólo con el sonido del nombre de ese monstruo, esa inmunda y sucia
bestia. Sin embargo, todo hay que decirlo, después de su muerte, tan repugnante
como había sido su vida, el noble pueblo de Roma… al recordar sus juegos y festines,
que estuvo a punto de llevar luto por él. Así lo escribió Cornelio Tácito,
excelente historiador, que merece toda nuestra confianza” pp. 81-82
“Los de hoy no lo hacen mucho
mejor, pues antes de cometer algún crimen, aun el más indignante, lo hacen
preceder de algunas hermosas palabras sobre el bien público y el bienestar de
todos”. P 84
“Incluso los tiranos encontraban
muy extraño que los hombres pudiesen soportar el que uno solo los maltratara.
Iban con la religión por delante, a modo de escudo, y de ser posible, se
adjudicaban algún rasgo divino para dar autoridad a sus viles actos”. pp. 85-86
“Pero, volviendo al tema que nos
ocupa y del que me aparto no recuerdo muy bien cómo, ¿acaso no es hoy
evidente que los tiranos para consolidarse, se han esforzado siempre por
acostumbrar al pueblo, no sólo a la obediencia y a la servidumbre, sino también
a una especie de devoción por ellos?” p89
De cómo se construye el poder del tirano
“Llego ahora a un punto que, creo
es el resorte y el secreto de la dominación, el sostén y el fundamento de la
tiranía. El que creyera que son las alabardas y la vigilancia armada las que
sostienen a los tiranos, se equivocarían bastante. Las utilizan, creo, más por
una cuestión formal y para asustar que porque confían en ellas. Los arqueros
impiden por supuesto, la entrada al palacio a los andrajosos y a los pobres, no
a los que van armados y decididos… Son cuatro o cinco los que sostienen al
tirano, cuatro o cinco los que impone la servidumbre a la nación. Siempre han
sido cinco o seis los confidentes del tirano, los que se acercan a él por su
propia voluntad, o son llamados por él para convertirse en cómplices de sus
crueldades, compañeros de sus placeres, rufianes de sus voluptuosidades, y los
que se reparten el botín de sus pillajes. Ellos son los que manipulan tan bien
a su jefe que este pasa a ser un hombre malo para la sociedad, no sólo por sus
propias maldades, sino también por las de ellos. Estos seis tienen seiscientos
hombres bajo su poder… Esos seiscientos tienen bajo su poder a seis mil, a
quienes sitúan en cargos de cierta importancia, a quienes otorgan el gobierno
de las provincias, o la administración del tesoro público, con el fin de
favorecer su avaricia y su crueldad, de ponerla en práctica cuando convenga y
de causar tantos males por todas partes que no puedan mover un dedo sin
consultarles, ni eludir las leyes y sus consecuencias sin recurrir a ellos.
Extensa es la serie de aquéllos que siguen a éstos. El que quiera entretenerse
devanando esta red, verá que no son seis mil, sino cien mil, millones, los que
sostienen al tirano y los que forman entre ellos una cadena que se remonta
hasta él” pp89-90
“De ahí provenía el mayor poder
del senado bajo Julio César, la creación de nuevas funciones, la institución de
cargos, no, por supuesto, para hacer el bien y reformar la justicia, sino para
crear nuevos soportes a la tiranía. En suma, se llega así a que, gracias a la
concesión de favores, a las ganancias, o ganancias compartidas con los tiranos,
al fin hay casi tanta gente para quien la tiranía es provechosa, como para
quien la libertad sería deseable” p90
Los ambiciosos, dispuestos a negociar y a enriquecerse con el
horror
“Así mismo, en cuanto un rey se
declara tirano, todo lo malo, toda la hez del reino – y no me refiero a ese
montón de ladronzuelos y desorejados…sino a los que están poseídos por una
incontenible ambición y una incurable avaricia- se agolpan a su alrededor y lo
sostienen para compartir con él el botín y, bajo su grandeza, convertirse ellos
mismos en pequeños tiranos… Sin embargo, cuando pienso en esa gente que adula
al tirano para sacar provecho de su tiranía y de la servidumbre del pueblo,
quedo estupefacto a la vez ante su maldad y su necedad” pp91-92
Y a esto, ¿se le puede llamar vida?
“Que dejen de lado su ambición y
se descarguen de su avaricia, que se miren a sí mismos y se reconozcan, y verán
claramente que las gentes del campo, a quienes pisotean y tratan peor que a
presidiarios o esclavos, son no obstante más felices y más libres que ellos. El
labrador y el artesano, por muy sometidos que estén, quedan en paz al hacer lo
que se les manda, mientras que el tirano ve a los que le rodean acechar y
mendigar sus favores. No basta con hacer lo que les ordena el tirano, sino que
deben pensar lo que él quiere que piensen y, a menudo, para complacerle, deben
incluso anticiparse a sus deseos. No están solamente obligados a obedecer, sino
que deben también complacerle, doblegarse a sus caprichos, atormentarse,
matarse a trabajar en sus asuntos, gozar de sus mismos placeres, sacrificar sus
gustos al suyo, anular su personalidad, despojarse de su propia naturaleza,
estar atentos a su palabra, a su voz, a sus señales y a sus guiños, no tener
ojos, pies, ni manos como no sea para adivinar sus más recónditos deseos, o sus
más secretos pensamientos. ¿Es esto vivir feliz? ¿Puede llamarse a esto
vivir?... ¿Habrase otra manera de vivir más mísera, carente de todo, cuando
podría gozar del libre albedrío, de la libertad, de su cuerpo, de su vida? Pero
se empeñan en servir para amontonar bienes, como si no pudieran ganar nada que
sea suyo, ya que no pueden decir que pertenecen a sí mismos” pp92-93
Amigos, no. Cómplices, sí
“Esta es la razón por la que un
tirano jamás es amado, ni ama él jamás. La amistad es algo sagrado, no se da
sino entre gentes de bien que se estiman mutuamente, no se mantiene tan sólo
mediante favores, sino también mediante la lealtad y una vida virtuosa. Lo que
hace que un amigo esté seguro del otro es el conocimiento de su integridad.
Tiene como garantía de ello la naturaleza de su carácter amable, su constancia
y su confianza. No puede haber amistad donde hay crueldad, deslealtad,
injusticia. Cuando se juntan los malos, siempre hay conspiraciones, jamás una
asociación amistosa. No se aman, se temen; no son amigos, son cómplices” p98
Palabras finales: Confianza en el Dios justo y bondadoso
“Por mi parte pienso – y creo no
equivocarme – que no hay nada más contrario a Dios, tan bondadoso y justo, que
la tiranía. En lo más hondo de los abismos, Él reserva a los tiranos y a sus
cómplices un terrible castigo” p102
(*) Étienne de La Boétie
(Sarlat, 1530-Germignan, 1563)
Escritor francés. Fue gran amigo de Montaigne. Autor de sonetos, de versos en
latín y de traducciones de Jenofonte y de Plutarco, su principal obra es el Discurso
de la servidumbre voluntaria o Contra uno (1576), inspirado en las
ideas de los antiguos acerca de la libertad.
http://www.elindependent.org/articulos/article.asp?id=1162
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