EWALD SCHARFENBERG Caracas 26 JUN 2014
Crece el malestar por la
purga de dos altos cargos críticos con el presidente venezolano
Que el chavismo no era monolítico ya
se sabía. Tras la muerte del presidente Hugo
Chávez en marzo de 2013, la ristra de facciones personalistas e
ideológicas que lo componen se había mantenido concatenada en torno al objetivo
compartido de conservar el poder. Pero desde la semana pasada parece que esa
compresión no es suficiente. El sempiterno ministro de Planificación y mentor intelectual de
Chávez, Jorge Giordani, tras quedar destituido el 17 de junio, difundió una
carta abierta titulada “Testimonio y responsabilidad ante la historia”, en la
que le hace algunas reprimendas al presidente Nicolás Maduro,
como no transmitir liderazgo, dar sensación de vacío de poder y tomar
decisiones equivocadas en materia económica.
Después de las condenas que la carta
suscitó en el Gobierno, varios exministros de Chávez expresaron su solidaridad
con las críticas o con la persona de Giordani. Entre ellos estuvo Héctor
Navarro, otro miembro de primera hora del séquito del fallecido comandante, y a
quien de manera sumaria el oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela
(PSUV) suspendió como miembro de la dirección nacional.
Rafael Isea, exministro de Finanzas,
consideró desde Estados Unidos, donde reside, un “gravísimo error” el trato
dado por la dirección del PSUV a estos antiguos altos cargos críticos con la
gestión del presidente.
En el bando crítico se alinean pues
algunas figuras emblemáticas del entorno de Chávez, lo que ha dado pábulo a la
impresión de que el chavismo se depura para dar paso al madurismo, una versión
algo más pragmática y revisionista del bolivarianismo que intenta imprimir a la
revolución un giro al estilo del dado por Deng Xiaoping, el líder que en los
años ochenta abrió la puerta a los negocios en la China comunista. Sin embargo,
ahora que no puede disimular el conflicto, Nicolás Maduro suena más como
Stalin.
“Andan sacando cartas para destruir la
revolución y justificar sus errores”, bramó el presidente el miércoles en
Maracay (100 kilómetros al oeste de Caracas). El mandatario exigió “lealtad y
disciplina máximas” ante los representantes de las Unidades de Batalla Hugo
Chávez, células de choque y movilización del PSUV. Maduro lamentó que en un
momento en el que ya lleva “suficiente carga histórica” sobre sí, reciba “una
puñalada por la espalda”, y advirtió al chavismo que es “tiempo de
definiciones” entre quienes están con su Gobierno y quienes están con
“proyectos personalistas”.
La tumultuosa reunión estuvo dominada
por el clamor de una purga. A ratos, sin embargo, adquirió también rasgos de
pogromo contra la clase intelectual. “Prefiero los consejos del pueblo a los de
los falsos sabios”, aseguró Maduro, reparando en que la facción crítica aparece
liderada por académicos. Minutos antes, el alcalde de Libertador (centro-oeste
de Caracas) y antiguo vicepresidente, Jorge Rodríguez, había dicho que “son
necesarios los estudios, pero los estudios no dan sabiduría”.
Acosado por una crisis de liquidez sin
precedentes, la incesante escasez de productos de consumo diario y de insumos
industriales, y por un conato insurreccional que la jerga oficial ha intentado
caracterizar como un golpe de Estado continuado y un intento de magnicidio,
Maduro enfrenta la rebelión interna en el peor momento. Recientes estudios de
opinión muestran un debilitamiento en su base electoral de apoyo: apenas el 30%
de la población aprueba la gestión y reconoce el liderazgo del sucesor de
Chávez.
Sin embargo, el presidente luce
dispuesto a pagar el precio de un cisma partidista. Prefiere ese riesgo al de
perder el control de su campo. Ya primer magistrado del país, debe ser nombrado
primera autoridad del PSUV en el venidero congreso del partido, convocado para
finales de julio. Pero el cónclave, hasta ahora programado como un ritual
saludo a la bandera, amenaza con transformarse en una verdadera competencia.
Para prevenir enredos, la corriente gubernamental se apresta a barrer a la
disidencia y cualquier resto de democracia interna antes de la designación
oficial de los delegados al congreso, hasta el 20 de julio.
“Todo esto tiene que ver con un
intento de controlar el congreso del partido”, admitió el número dos del
chavismo y presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello. El exteniente
del Ejército es la cabeza visible del ala militar-desarrollista del oficialismo
y encarna un liderazgo alternativo al de Maduro. Sin embargo, se ha erigido
como un aliado circunstancial del presidente en la pugna contra la vieja
guardia chavista. Tanto Cabello como Maduro también reclaman nexos con Chávez
al menos tan antiguos, o quizás más, que los de los defenestrados Giordani y
Navarro.
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