José Félix Díaz Bermúdez
Jfd599@gmail.com
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Se observa en Venezuela la reiterada
utilización de expresiones erradas y confusas sobre nuestra historia, conceptos
y juicios emitidos sin rigor intelectual y autorizado fundamento a través de
ideas aventadas ante la audiencia pública en contextos inapropiados, sin asumir
la más elemental sindéresis, sin cuidar el efecto pernicioso que se produce en
el país. Lo más grave, además, es el silencio con que se acepta el hecho por
parte de quienes conocen lo inapropiado del mensaje, estando en la obligación
de señalarlo, como corresponde hacerlo, en defensa de la verdad y de la razón,
así como por la responsabilidad de proteger los valores del país tanto por
mandato moral como constitucional.
Como parte de las apreciaciones con
las se pretende interpretar a nuestra historia, ahora se señala la primacía del
ejército frente a la República, como una especie de reconocimiento al sector
militar cuando, por el contrario, el error le resta a su justo carácter y
significación institucional en desmedro de la realidad histórica y de nuestra
tradición republicana y civilista, que no es opuesta al reconocimiento de la
digna actuación militar, cuando ello se justifica y más en aquellos episodios
en los cuales han honrado con sus actos y ejemplo a la patria de los
libertadores.
Acabamos de celebrar los 200 años de
nuestra declaración de independencia y de la Constitución Federal de 1811, no
como un hecho aislado de la Primera República sino como parte de un proceso
histórico que dio origen a la misma, a sus principios, a sus
instituciones, a los derechos y deberes
ciudadanos y al rol que en una sociedad libre corresponde a distintos sectores,
entre ellos el militar.
La organización republicana que
inspiró la revolución de independencia, su declaración, la Constitución Federal
de 1811 y posteriores, la guerra misma a su favor hasta su definitivo
reconocimiento internacional, fue un hecho sustancial en nuestra estructuración
como país y cuyo basamento ideológico se manifestó en todos los actos
constitutivos de la nación. Basta leer el Acta del 5 de julio de 1811 para
apreciar cómo bajo su inspiración surgimos como: “estados libres, soberanos e
independientes“. La República encarnó entonces el reconocimiento de la
soberanía popular, el carácter representativo del Gobierno, la significación de
los poderes del Estado y de su necesaria división, la vigencia de los derechos
del hombre, la libertad y la composición de una sociedad más democrática. Fue a
favor de la República -de sus derechos y
determinaciones soberanas-, a quien el Supremo Poder Ejecutivo ordenó jurar en
1811 al sector militar: “reconocimiento y
fidelidad…, cuyo acto solemne se hará públicamente, y a presencia del referido
Gobernador militar y demás jefes de la guarnición.”
De la misma manera, nuestra primera
Constitución republicana fue categórica al definir la autoridad a quien
correspondía dirigir: “las armas… y… las milicias nacionales” y la
disciplina que debían observar: “en servicio de la Nación” y
ejerciendo: “una exacta subordinación a la autoridad civil”. Igualmente,
los magistrados y oficiales del Gobierno fueron considerados: “meros agentes y
representantes del pueblo“, sin corresponder a: “ninguna porción o reunión
de ciudadanos, ni ninguna corporación particular…, atribuirse la soberanía de
la sociedad”, lo cual indicaba los límites y evidenciaba la necesaria
subordinación.
La validez de la República como
entidad política fue defendida por el ejército libertador en los campos de
batalla, para perpetuar sus principios y sus finalidades como expresión de sus
más enaltecedoras realizaciones, y cuando en 1830 en Congreso Constituyente
determinó la nueva organización de Venezuela, se decretó el 24 de septiembre de
ese año el juramento que debía prestar: “la oficialidad y tropa… frente a las
banderas de la República” en solemne acatamiento a la Constitución y al destino
de grandeza y virtud que se pretendía para la nación.
Nuestra accidentada historia
posterior, bajo el influyo del militarismo y el caudillismo, contradice el
deber de lealtad a la República y atenta contra su plenitud como entidad
política representativa de nuestros más elevados valores históricos y sociales
que la han perpetuado desde nuestra independencia.
La República se estableció primero y
el ejército la defendió después con sacrificio y con honor al valorar entonces
el significado trascendente de la independencia y el sentido moral del patriotismo:
“la observancia de las leyes, la defensa de los principios y de los
derechos” como lo expresaba Sucre, lo cual constituía para él: “la buena
causa, la causa de los pueblos, la de la patria…”, ya que de otra manera se
distorsionaba gravemente el deber, el carácter, la significación histórica de
ella y de los hombres.
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