Por Luis Pedro España
¿De cuántas puntas está
guindando este gobierno? Pongamos que son cuatro los hilos que, cada vez más
finos, soportan al gobierno. El primero es, obviamente, la cúpula militar. De
ella no hay mucho qué decir. Hermética, cerrada, casi una caja negra para los
mortales civiles que, a pesar de ser la mayoría, no tenemos ni acceso ni idea
de lo que pasa garitas adentro. En el mejor de los casos, nos conformamos con
pensar que se debe parecer al país, les deben indignar las mismas cosas y, a su
vez, confiar en lo poquito de institucionalidad que nos queda para que
transitemos hacia un cambio que, por el bien de todos, y en especial de ellos
mismos, no tenga más sobresalto que los debidos.
El segundo debe ser el
entramado de privilegios de los jerarcas y su clientela, así como los costos
que deben ser proporcionales a los temores a quedar desnudos, a la intemperie
de unas víctimas y de unos opositores que creen que se comportarán como ellos,
en otras palabras, sin ningún otro principio que el interés de mantenerse (o
hacerse) con el poder.
El tercer hilo es la inercia,
las dificultades y los obstáculos para mover las cosas. Se trata de la pesada
carga que tienen los ciudadanos privadamente como para tener que, además de
todos los problemas diarios y cotidianos, imponerse la tarea de tener que
cargar con el país. Es la ecuación de la lógica de la acción colectiva, el
lindero a partir del cual el cálculo individual deja de tener sentido, porque
lo público se nos metió dentro, invadió la casa, y se cree firmemente que si no
cambia lo de fuera no hay posibilidad hacia dentro. Cuando ese momento llega,
todos los otros hilos tiemblan. Pero no ha llegado.
El cuatro es la oposición. Es
la inversa a su eficacia y posibilidad de actuar políticamente para canalizar
vías para el cambio. Más que un hilo, es una tijera desde la cual se pueden
cortar los otros tres, pero mientras no actúa, mientras duda o se distrae es un
factor de sostenimiento del gobierno.
No es ocioso preguntarse cuál
de los cuatro es el más fuerte. El primero lo omitimos por falta de información
y el último lleva tiempo sin ser un sostén del régimen. Antes los errores de la
oposición eran la principal ventaja del gobierno. Hoy sería muy mezquino
suponer que el gobierno se sostiene gracias a la omisión o la impericia de la
oposición. No es cuestión de pareceres. La oposición obtuvo una abrumadora
mayoría hace poco menos de tres meses y en la actualidad no hay una sola
consulta popular que pueda perder, de allí el miedo oficial a contarse.
Dicho lo anterior, entonces,
¿qué sostiene al régimen? Por ahora la inercia y los privilegios de una
camarilla aterrorizada de perder el poder. Mucho abuso y muchas cuentas pendientes,
o incluso mucho temor a pensar que se tienen deudas, imposibilitan que desde
dentro se esboce una transición. En lo que se avizora, nadie de la nomenclatura
oficial está dispuesto a dar un paso al lado. Aunque, para muchos, atrocidades
como las de Tumeremo y otros escándalos destapados por la Asamblea Nacional
hagan que los menos comprometidos traten de propiciar transiciones, al menos
por ahora, desde dentro, es poca la posibilidad de un cambio. Renuncia o
negociaciones son, a la fecha, pura y simple imposibilidad.
¿Qué nos queda? Lo mismo que
siempre hemos tenido. La convicción de un pueblo que cree que el gobierno es el
principal obstáculo para solucionar sus problemas. Junto a una oposición que,
con sus altas y bajas, va trazando vías para canalizar el descontento sin actos
heroicos o eventos estrambóticos, pero con la firmeza de confiar en la gente y
su voto.
Referéndum,
enmienda y, casi se nos olvidaba, elecciones a gobernadores, son futuras
batallas que nos aguardan para seguir socavando las bases y cortando los hilos
que sostienen al gobierno. No hay otra vía; a todos nos gustaría que fuera más
rápido, pero no hay condiciones sino para arar con los bueyes que poseemos y
sembrar en la colectividad que, para bien o mal, finalmente tenemos.
17-03-16
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