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domingo, 20 de marzo de 2016

Misericordia quiero y no sacrificios, por @rafluciani



RAFAEL LUCIANI sábado 19 de marzo de 2016

Para este año jubilar Francisco ha propuesto el tema de la misericordia como criterio para discernir el modo como nos relacionamos los unos con los otros. Pero ¿es esta una propuesta sólo para creyentes? ¿Cómo vivirlo en una sociedad agobiada? ¿Qué entendió Jesús por misericordia?

En la época de Jesús, como en la nuestra, lo religioso se discernía con base en el rigorismo casuístico originado en una moral retributiva. Lo importante era el cumplimiento: la participación en los ritos de purificación del templo, las oraciones en la sinagoga, el respeto por las normas de pureza, la puesta en práctica de los mandamientos. Todo esto conformaba un universo religioso que generaba un peso insoportable en las conciencias de muchos que no eran considerados fieles a Dios y se les calificaba como pecadores.

En contra de lo establecido, Jesús dice: "...aprended lo que significa: 'misericordia quiero y no sacrificios', porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores" (Mt 9,13). La misericordia, y no las prácticas devotas, es la relación por excelencia que nos asemeja al modo de ser de Dios. La expresión latina miserere se traduce al español como compasión y habla del modo como Dios se revela: "compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia" (Ex 34,6 8), "no pide sacrificios" (Sal 50).

A veces llevamos una vida sobrecargada de insatisfacción, amargura, envidia y avaricia, no nos damos cuenta de que vamos deshumanizando a todo el que encontramos a nuestro alrededor. La propuesta de Jesús es muy distinta: “Venid a mí todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras vidas" (Mt 11,28-29). ¿Qué significa esto?

Jesús se acercaba a los que en su ambiente otros calificaban como pecadores. Los abrazaba, miraba, tocaba y reconciliaba consigo mismos. Les enseñaba que sí era posible vivir de otro modo pues Dios estaba con ellos sin pedirles nada a cambio, que Dios acogía tanto al victimario y pecador, como a la víctima y justo, para reconciliarlos socialmente. Pero advertía que quienes se pensaban a sí mismos justos y oraban con la soberbia de creer conocer a Dios y ser maestros de los demás, sintiéndose ya salvados y dueños de Dios (Mt 3,9), serían precisamente los que "recibirían mayor rechazo" (Mc 12,38-40).

Jesús nunca obligó al otro a que cumpliera con los ritos y las prácticas religiosas establecidas. Lo que atraía de él era precisamente cómo entendía el amor y la libertad: cargar con el otro, pero sin descargarse en él, sin deshumanizarlo. Esto nos coloca delante del reto de reconocer que "amar a Dios con todo el corazón y con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, es más que todos los holocaustos y los sacrificios", porque quien vive de la compasión no está lejos del reino de Dios, aunque esté lejos de la Iglesia (Mc 12,32-34).

Vivir con misericordia nos humaniza, nos devuelve la calidad de vida que vamos perdiendo en medio de los afanes y las angustias de la cotidianidad, nos ayuda a poner en el centro de nuestra atención al otro y sus necesidades. Como recuerda Francisco, es un llamado a que "no caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio" (BulaMisericordiae Vultus).


Rafael Luciani
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani

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