Tulio Hernández 13 de marzo de 2016
Un
fantasma recorre a Venezuela: el fantasma del Titanic. Todo venezolano de estos
tiempos, no importa por cuál exilio haya optado –el interior o el exterior–
sabe que tiene garantizado un cupo, un camarote o una alfombra raída si viaja
en tercera, en ese prodigio de la arquitectura naval del siglo XX convertido en
símbolo del fracaso.
La nación
se ha hecho transatlántico. El destino, opaco. La mar, oscura. El plan de
navegación, inexistente. Pasan los meses y solo va quedando una certeza, que
allá adelante, cada vez más cerca, nos aguarda imperturbable, camuflado en la
niebla, un iceberg monumental.
Muchos,
y desde la psicología de masas este es un dato interesante, claman para que la
colisión ocurra pronto. Cruzan los dedos y elevan oraciones pidiéndoles prisa a
los dioses. Operan viejos saberes populares. Para qué tanto nadar si moriremos
en la orilla. Quizás nos anima el principio cristiano de la resurrección: solo
por vía de la muerte volveremos a nacer. O la esperanza del Ave Fénix: arribar
al estado de cenizas para comenzar de nuevo. Como en aquella frase de Rulfo,
llevábamos tanto tiempo mirando al subsuelo que habíamos olvidado que el cielo
existía.
La
imagen del naufragio anunciado nos resulta absolutamente familiar. Ya ni
siquiera es subversiva. Por eso la referencia al Titanic como parábola del
hundimiento se ha hecho lugar común. La usan por igual escritores marxistas pro
gobierno, demócratas opositores y periodistas dubitativos.
El 14
de febrero en El País de Madrid, Héctor Schamis, crítico de los rojos, abandonó
la imagen reiterada de los músicos que tocan mientras el desastre ocurre.
Recurrió a la danza. “Bailando en la cubierta del Titanic”, tituló su artículo.
La descripción es dantesca: “El barco se hunde y la elite baila en la cubierta.
Algunos lo hacen por negación. Si el Titanic es indestructible, el país con la
mayor reserva de petróleo del mundo no podría ser menos. Otros bailan por
convicción, el capitán jamás abandona su barco. El chavismo tampoco, no tendría
a dónde ir. Es una predestinación, el desenlace de una historia con final
conocido y, ahora, cercano”.
Por
casualidades que no lo son tanto, son asuntos junguianos, el mismo día Luis
Britto García, uno de los poquísimos escritores oficialistas a quien se le
puede adjudicar la categoría de pensador, publica en Últimas Noticias un
artículo titulado “Titanic”.
Su
relato no es menos angustiante: “ ‘¡Órdenes!’, exige el timonel. ‘Hay que
cambiar el rumbo 90 grados a estribor y poner las máquinas en retroceso’,
comenta el pasajero criticón (…) Tras larga deliberación, el Consejo de
Oficiales concluye en efecto se debe cambiar el rumbo: ‘Convoquemos asambleas
de pasajeros para unirlos a la deliberación’, señala el capitán. ‘¿Órdenes?’,
llora el timonel. “Que las asambleas de pasajeros nombren comisiones para
examinar el asunto”. ‘¡Órdenes!’, aúlla el timonel (…) mientras aguas heladas
escalan hasta sus rodillas, su pecho, su coronilla”.
Dos
días después en el portal El Joropo leo a nuestro amigo Vladimir Villegas,
viajero impenitente de ida y vuelta al chavismo. Atrapado por la melancolía de
lo que pudo haber sido y no fue, le dice a Maduro: “Ya estamos casi en el
llegadero. Usted decide, señor Presidente”.
Personalmente
veo otro relato. No hay iceberg. No habrá colisión. El barco simplemente viene
haciendo aguas in crescendo. El naufragio hace rato comenzó. Casi dos millones
de pasajeros han saltado por la borda. Para los restantes, las colas ya no
llevan a los botes. No hay suficientes. La gente aguarda por comida y
medicinas, salvavidas básicos para salir con éxito de las aguas frías de la
sobrevivencia.
El
presidente de la compañía dueña del Titanic, J. Bruce Ismay no quiso tomar las
medidas oportunas, se empeñó en que el barco llegara a tiempo a su destino para
no tener mala prensa. 75% de los viajeros de tercera murió. Pero el jefe se
salvó, como la mayoría de la primera clase. Luego murió solo. Recordado
eternamente como un miserable y un cobarde. No repetiremos la historia. ¿Qué
haríamos hoy con J. Bruce Ismay?

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