RAFAEL LUCIANI sábado 5 de marzo de 2016
Todos
deseamos una sociedad más humana donde no reine la injusticia, la impunidad y
la corrupción. A veces buscamos a personas que nos devuelvan la esperanza en
otro modo de hacer las cosas. Uno más humano y caracterizado por el bien común
y la solidaridad fraterna.
En esta época del año en la que los cristianos celebran la cuaresma vale la pena ofrecer una pequeña reflexión sobre algunas actitudes de Jesús ante la pesadumbre y la desesperanza. No se trata de resaltar a una figura creyente, sino a una persona que vivió en medio de situaciones cargadas de violencia y desaliento que parecían no tener futuro. ¿Qué podemos encontrar en la praxis de Jesús que nos ayude a sobrellevar lo que vivimos?
En primer lugar Jesús fue «honesto con su realidad». Reconoció el peso de un ambiente socioeconómicamente fracturado, culturalmente dividido, y cargado de violencia religiosa y política (Mc 14,1). En ese contexto califica de «zorro» al sistema político (Lc 13,31) y reclama a las autoridades religiosas que habían «abandonado» a su pueblo (Mt 9,36). Entiende, al igual que Juan, que la realidad ya no daba más, que reinaba la corrupción y el interés de cada grupo y que se necesitaba un cambio (Mt, 3,7; 21,13).
Segundo, Jesús nunca dejó de «creer» qué había que hacer de la vida en esta tierra como él imaginaba que era la del cielo (Mt 6,10; Lc 11,2). Es decir, dotarla de calidad de vida y vivir aquí con abundancia y nunca con escasez (Jn 10,10). Si leemos los evangelios encontraremos que nunca dejó de pensar que las cosas podían ser mejor. Esta esperanza simbólica provenía de su servicio a los pobres, a las víctimas y a tantas personas cansadas de luchar en esta vida. Hablando con ellos -y no con los políticos o las autoridades religiosas- es que aprendió a ver la realidad desde otra perspectiva.
Tercero, nunca dejó de «hacer cosas» que apostaran por construir espacios en los que otros podían estar presentes con sus pensamientos, oraciones y acciones sin ningún tipo de discriminación ni exclusión. Su forma de tratar a los demás atraía porque aliviaba el desgaste, el agobio y la extenuación que consumen nuestra voluntad y entendimiento. Una de sus prácticas más comunes era la de los banquetes en los que compartía cotidianamente, en distintas casas y pueblos, con personas que normalmente no podían sentarse juntas ni hablarse. Jesús siempre «incluía».
Cuarto, viviendo así «no perdía tiempo en trivialidades» sino que apostaba por «proyectos trascendentes». Dedicaba su tiempo a devolver el impulso vital perdido en muchas mentes, pero nunca se afanaba en tratar de convencer al necio de corazón. Entonces lo que era una carga y una frustración para otros, no lo era para él, porque invertía su tiempo en lo que era verdaderamente valioso, en la búsqueda de soluciones y en la construcción de espacios comunes. En el servicio fraterno.
Quinto, hacer las cosas como Jesús las hizo no es algo exclusivo de los cristianos. Su opción de vida es patrimonio de todos y su estilo es «paradigma de humanidad» porque nos da a conocer el modo más humano de ser, algo que no se alcanza mediante el vacío absoluto del propio ser, la indiferencia ante los problemas o la superación de pensamientos negativos. Menos aún se alcanza al distanciarnos de los supuestos adversarios y pecadores, o criticar siempre al que piensa distinto.
Se trata de construir una vida buena capaz de generar relaciones trascendentes. Una vida no polarizada, porque mi libertad se mide y se realiza en el modo como vea y trate al otro, con sus dolencias y potencialidades. Sin embargo, la decisión de cómo vivir nuestra humanidad dependerá sólo de cada uno de nosotros y lo que queramos dejar como legado en esta historia.
Rafael
Luciani
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
Doctor en Teología
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