Por Arnaldo Esté
Agua, electricidad, comida,
medicamentos, cerveza, corrupción, divisas, inflación, violencia…
Hace rato que escuchamos a los gobernantes llamar a Dios para que ayude. Una cosa es pedirle ayuda al Señor y otra es abdicar ante Él. Señor, parecen decir, ¡yo no puedo con esta carga! Que llueva pero no tanto, porque no estamos preparados. Que llueva mucho para que se llenen los embalses porque tampoco estuvimos preparados para la sequía.
Uno necesita que un gobierno
gobierne, no que delegue sus funciones, y mucho menos en Dios. Gobernar
requiere que se conozca al país, lo suficiente como para prever los riesgos y
carencias, ahorrar para las crisis.
Pero, como mucho se repite, se bailaron los
reales. El legado, como bien lo saben, fue gallo muerto. Un mono
impagable. Gobernar requiere saberes y competencias para ser eficaces. Una
eficacia que encontramos solo en el Consejo Electoral para el fraude lento al
tolerar el peculado de uso y ahora enredando las planillas para el revocatorio
y mandando a agredir a unos diputados y periodistas.
Pero es bien sabido y repetido
que el criterio mayor para seleccionar los integrantes de los poderes públicos
ha sido la fidelidad en olvido de la idoneidad, de la competencia. El primer
efecto de eso es ético: descohesión, descomposición, corrupción, violencia en
la que se une la frustración con los malos ejemplos.
Pero hay una ayuda más
próxima: los otros. Los opositores.
Con el acostumbrado boato, ya lo dijimos el sábado pasado, se nombró y juramentó, todo de una vez, una Comisión de la Verdad, en unas condiciones de asimetría y desbalance que el olor a insinceridad se desbordaba, chorreaba por el envase, como tratando de achicar al opositor más optimista: ¡aquí están esas cuatro sillas!
No obstante, y como cosa de talento político, tanto el gobierno como los opositores saben que lo que viene solo se puede afrontar con un esfuerzo humano mancomunado, ¡no con un milagro!
Salir a trabajar y a crear es también efecto de una ética, de una eticidad. Tiene que partir de una dignidad vivida. De una cierta confianza, de un cierto ambiente de optimismo. Mucho más que un paquete de medidas (que también serán necesarias) y una compartida capacidad de gestión, es esa disposición a salir de abajo y construir, a convocar a la gente. Eso no es un milagro que haya que esperar (ya se esperó bastante del mesías ausente). Es cosa de entenderse para dar la señal para trabajar y crear.
Esas cuatro sillas podrían ser
un zaguán, un inicio. Allí se sentarían, como ya una vez lo hicieron, gente con
otro lenguaje y, sobre todo, con esa seña, de entendimiento para cambiar,
trabajar y crear.
Pero el clima político se
siente adolescente, con personajes que muestran una inseguridad agresiva, que
están siempre mirando al vecino para ver si aguanta o si se raja: “Aquí no se
raja nadie” suena el chantaje.
arnaldoeste@gmail.com
23-04-16
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