Por Marco Negrón
El tema aparece de manera
recurrente en las discusiones pero casi siempre de forma más bien pueril: ¿cabe
más gente en Caracas? La última vez lo pusieron sobre el tapete, precisamente
en esos términos, un Chávez cada vez más convencido de ser el Emperador de la
Galaxia y su genuflexo arquitecto. Empezaron entonces a sembrar todos los
espacios “vacíos” de la ciudad con los mastodónticos y desangelados edificios
(que ellos prefieren llamar “urbanismos”, una manipulación semántica que busca
disimular la in-digencia conceptual de tales operaciones) de la Gran Misión
Vivienda.
La cuestión es ciertamente
mucho más compleja y está en el centro mismo del debate urbanístico actual
expresado sintéticamente en la disyuntiva ciudad dispersa vs. ciudad compacta,
representada la primera por el suburbio estadounidense, integrado por viviendas
unifamiliares aisladas y de uso exclusivamente residencial, posibilitado por la
explosiva expansión del automóvil privado al final de la segunda guerra
mundial. La segunda en cambio se inspira en la ciudad histórica europea (y en
cierto grado la latinoamericana), concentrada en un espacio relativamente
reducido, con mezcla social y de usos y en gran medida recorrible a pie.
Si en la euforia de la
postguerra tendió a imponerse el primer modelo, hoy él muestra todas sus
debilidades: costos excesivos por el largo tendido de las redes de
infraestructura, agotadores viajes al trabajo y a otras actividades de la vida
cotidiana, exagerada dependencia del auto privado, monotonía de la vida social,
segregación y exclusión, muerte del centro urbano. En última instancia, déficit
de ciudadanía.
Basta comparar Caracas con
otras ciudades de tamaño semejante pero la calidad de la vida urbana
reconocidamente superior para comprobar que ella tiene una densidad (habitantes
por km2) sensiblemente inferior, pero la cuestión no se resuelve “metiendo más
gente” como ha pretendido la GMVV sino, en los sectores ya consolidados de la
ciudad, produciendo renovación urbana, es decir planes integrales de vivienda, espacio
público y equipamiento urbano, que además propicien la mezcla de usos y la
social así como vida urbana las 24 horas.
Aunque con considerable
éxito Caracas ya ensayó esa solución en la década de 1940 con El Silencio, ella
ha estado ausente de las actuaciones de densificación urbana posteriores,
incluso en municipios que se suponen tan eficientes y modernos como Chacao y
Baruta, lastrados por ordenanzas obsoletas. El caso de la urbanización Campo
Alegre, una de las más caras de la ciudad, es emblemático: un incremento
notable de la densidad pasando de viviendas unifamiliares aisladas a
multifamiliares que triplican o cuadruplican la altura de las preexistentes,
sin cambios ni en el espacio público ni en el equipamiento: un pedazo de ciudad
de gran centralidad cuyos habitantes no pisan las mezquinas aceras ni la vieja
y hermosa plaza, convertida en reliquia sobreviviente de otros tiempos. Algo
similar está ocurriendo en El Rosal y Las Mercedes con la variante de que ahora
el tránsito es a oficinas y comercios.
Los incrementos de densidad
son una oportunidad para hacer mejor ciudad, pero la falta de recursos y sobre
todo de imaginación de nuestras autoridades urbanísticas puede convertirlos en
lo contrario. La opción no es evitar el desafío, sino cómo convertirlo en
plataforma de lanzamiento de una ciudad capaz de responder a los retos del
siglo. Pero los cambios están en marcha y el tiempo no abunda.
20-09-16
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