Fernando Mires 19 de septiembre de 2016
Tesis
preliminares:
- No
hay una normativa general que indique el cuando y el como debe ser implementado
un diálogo político.
- La
viabilidad del éxito de un diálogo pasa, antes que nada, por la solidez interna
de los frentes en conflicto.
- La
aceptación de un diálogo debe contar con el apoyo de las grandes mayorías
nacionales.
- En
el caso venezolano, la gran mayoría de la nación está por el diálogo. Pero a su
vez, ese diálogo solo adquiere sentido si es que el régimen acata el
Revocatorio para el año 2016. Al parecer eso no ocurrirá gracias a la buena
voluntad de la gente que merodea alrededor de Maduro. La opinión general es que
las luchas democráticas, con o sin revocatorio, continuarán adquiriendo formas
cada vez más agudas durante el año 2017.
Notas
sobre la teoría del diálogo político.
Sin
diálogo no hay política. El diálogo es uno de los dos pilares sobre los cuales
reposa la política. El otro pilar es el antagonismo. El antagonismo es a su vez
la condición del diálogo. Sin antagonismo el diálogo es una simple
con-versación (hacer versos juntos). Sin diálogo el antagonismo es simple
violencia física.
El
diálogo, lo dice la palabra, es el logos (conocimiento) entre dos, es decir,
cuando dos personas o partes se juntan para llegar a un conocimiento
compartido. Por lo mismo el diálogo político es polémico. Su función principal
no es disolver las contradicciones sino esclarecerlas.
En una
democracia la institución del diálogo es el Parlamento (el lugar donde se
habla). Los diálogos extra-parlamentarios casi no tienen lugar en una
democracia. El diálogo parlamentario se expresa fundamentalmente en los debates
los cuales, como en la polis griega, deben ser públicos.
Sin
embargo, los diálogos parlamentarios no se agotan en el debate. Por lo general
están precedidos por sondeos y luego son continuados en comisiones que reúnen a
las partes en conflicto en torno a objetivos comunes. Esos diálogos por lo
general no son públicos. Tampoco lo son los diálogos informales. Los encuentros
de pasillo, a veces casuales, suelen ser muy importantes.
Un
colega universitario que ejerció durante un tiempo como parlamentario me
contaba que en los urinarios del parlamento hay intercambios dialógicos que
suelen ser decisivos en los debates públicos. Puedo imaginarlo. Con las manos
ocupadas se piensa mejor. Creo que las damas son más estéticas: suelen dialogar
mientras se arreglan el peinado frente a los espejos. Al menos así lo he visto
en las películas.
En el
marco de una democracia bien constituida no hay necesidad de llamar a diálogo
porque la democracia es diálogo y ese diálogo es antes que nada, parlamentario.
De este modo, cuando en un país alguien llama a diálogo, existiendo parlamento,
la primera condición que debe ser puesta antes de comenzar un diálogo es la del
restablecimiento del parlamento.
Solamente
cuando el diálogo en el parlamento es definitivamente imposible, o cuando se
trata de emprender el diálogo con una fuerza extra-parlamentaria, deben ser
abiertas otras vías de diálogo. En la historia latinoamericana tenemos ejemplos
de lo uno y de lo otro. En el primer caso cabe mencionar el diálogo que fue
intentado realizar en Chile entre la Democracia Cristiana y la Unidad Popular,
poco antes del golpe de 1973, diálogo cuyo objetivo claro y preciso, aunque no
público, era impedir un golpe de Estado.
El
segundo fue el diálogo finalizado en Agosto del 2016 llevado a cabo en La
Habana entre el gobierno del presidente Manuel Santos y las FARC.
El
diálogo inconcluso.
El
diálogo chileno fue convocado por el Cardenal Raúl Silva Henríquez, situándose
con valentía en contra de las posiciones golpistas anidadas en sectores del
alto clero. Los principales interlocutores fueron Patricio Aylwin y Salvador
Allende. Ambos representaban fuerzas divididas.
Aylwin
a un partido cuya ala principal comandada por Eduardo Frei había capitulado
frente a la opción golpista representada por el Partido Nacional en abierta
colusión con sectores del ejército. No obstante, el ala anti- golpista,
representada por políticos como Bernardo Leighton, Renán Fuentealba y Rodomiro Tomic,
tenía un fuerte peso político.
Allende,
a su vez, representaba a una coalición en la cual había también dos alas, una
pragmática que agrupaba a comunistas, una parte de los socialistas y al propio
Allende. Otra, supuestamente revolucionaria, conducida en gran parte desde
Cuba, representada por el socialismo de Carlos Altamirano, el MAPU y por la
dirección del MIR de Santiago.
Aylwin,
miembro del ala freísta, exigió a Allende que las Fuerzas Armadas cubrieran la
mayoría de los puestos ministeriales y que la UP renunciara a su programa. Algo
imposible de ser aceptado por Allende.
No
obstante, hasta las vísperas del golpe, el diálogo entre el allendismo y los
sectores anti-golpistas de la DC seguía su curso. La alternativa que ambos
buscaban era llamar a un plebiscito destinado a resolver políticamente los
antagonismos. La alianza de los freístas y la extrema derecha con el ejército
hizo imposible la alternativa plebiscitaria: la única que podía salvar a Chile
de su tragedia. El golpe del 11 de Septiembre impidió la salida constitucional.
El golpe de Pinochet, visto desde esa perspectiva, no fue solo en contra de la
Unidad Popular sino, además, en contra de la posibilidad de un arreglo
institucional entre la parte más responsable de la UP con la parte más
responsable de la Democracia Cristiana.
Ironía
de la historia fue que 17 años después fue reconstituida la Concertación sobre
la base de las mismas fuerzas que intentaron dialogar durante Allende (con
excepción de los comunistas). Recién en 1990 pudo continuar el diálogo
inconcluso de 1973.
Todavía
continúa.
El diálogo por la paz
Diferente fue el diálogo que tuvo lugar en la Habana entre el gobierno de Juan Manuel Santos y los dirigentes de las FARC .
En sus
puntos principales el gobierno colombiano intentó imponer condiciones de paz a
una fuerza antidemocrática y antipolítica pero militarmente derrotada.
La
difícil tarea llevada a cabo por el presidente Santos ha sido la de asegurar
una “capitulación honrosa” a las fuerzas guerrilleras con el objetivo de
impedir la continuación de una guerra cuyas víctimas alcanzan cifras
escalofriantes. Santos ha debido hacer muchas, quizás demasiadas concesiones.
Lo importante –en ese sentido Santos pensaba como presidente– era lograr la
paz.
Por lo
demás, el diálogo había sido buscado mucho antes que él por otros presidentes.
Estuvo a punto de lograrlo el conservador Belisario Betancur, hace más de
treinta años, pero fue bloqueado por un conglomerado de narcotraficantes,
latifundistas, para-militares, potentados y mafias. Estuvo a punto de lograrlo
Andrés Pastrana pero fue boicoteado por las alas más radicales de las FARC. Hoy
esa paz la ha conseguido Manuel Santos. Y, queramos o no, gracias a Álvaro
Uribe.
Uribes-Santos,
en perfecta comunión, entendieron que para derrotar políticamente a las FARC
había primero que destruirlas militarmente. La mano más dura de Uribe fue la de
su ministro de defensa, Santos. Atacó sin piedad a las FARC. Obligó a los
guerrilleros a salir como ratas de sus madrigueras; en fin, los aniquiló.
Mala
suerte para Uribe. El habría querido vivir los dos periodos. El de la guerra y
el del diálogo de la paz. Pero la historia de Colombia quiso que no fuera así.
A él, Uribe, le tocó presidir durante el periodo de la guerra. A Santos durante
el periodo del diálogo de la paz. Entre ambos, sin embargo, hay mucha más
continuidad que ruptura. Estoy seguro de que los historiadores colombianos
dirán lo mismo en un futuro no muy lejano. Santos no habría sido posible sin
Uribe. Uribe en cierto modo preparó el camino a Santos.
Si en
el plebiscito corrobatorio que tendrá lugar el 02.10. 2016 triunfa el “SI”, las
FARC volverán a la civilización. Los que saben leer y escribir intentarán
colarse en los partidos de izquierda. Otros, los más vivos, se convertirán en
policías o guardias de condominios privados. Mucho volverán al lugar al cual
pertenecen: al hampa organizada. Pero lo importante ya ha sido conseguido. Los
muertos serán menos que antes: gracias al diálogo.
Ese
diálogo fue escuchado, con mucha más atención que en otros países, en la
Venezuela de Nicolás Maduro.
El
diálogo y el revocatorio.
A
diferencias de Colombia, en Venezuela las fuerzas de la antipolítica no se
encuentran ni en los montes ni en las sierras. Están enquistadas como
representantes de una gran minoría en el propio gobierno. A la inversa, las
fuerzas que representan a la Constitución y a las Leyes, y además, a las más
amplias mayorías, se encuentran en la oposición. Ese fue el motivo por el cual
Maduro, inmediatamente después de su estruendosa derrota del 6D, procedió a
dinamitar el lugar del diálogo: la Asamblea Nacional. Esa fue, a su vez, la
razón por la cual la oposición no tuvo más alternativa que levantar la
alternativa revocatoria.
En
este momento los frentes están claramente delineados. A un lado un gobierno
cuya capacidad de sostenimiento reside en la aplicación sistemática de la
fuerza bruta. Al otro lado una oposición mayoritaria que tiene a su favor la
legalidad, la legitimidad y la mayoría nacional.
Como
se ha dicho en otra ocasión: en Venezuela están enfrentadas en estos momentos
la razón de la fuerza en contra de la fuerza de la razón.
No sin
cierta habilidad, después que Maduro -siguiendo el legado del presidente
muerto- se hubiera negado sistemáticamente a cualquier tipo de diálogo,
levantó, al verse políticamente acorralado, la posibilidad de un diálogo. Para
el efecto se sirvió de los oficios de políticos internacionales afines al
ideario chavista: el colombiano Ernesto Samper, el dominicano Leonel Fernández
y el español José Luis Rodríguez Zapatero.
El
diálogo ofrecido por Maduro a la MUD no era más que una coartada militarmente
planificada. La intención era evidente. Ella se puede sintetizar en una
fórmula: Diálogo en lugar de RR16. La respuesta de la MUD fue
atinada: el RR16 está fuera de toda discusión. Si hay diálogo será sobre la
base de la aceptación del RR16 .
La
gran manifestación del 1S, llamada “toma de Caracas”, ilustró en forma gráfica
como la ciudadanía venezolana de oposición apoyando el revocatorio podía
convertirse en dueña de las calles de todas las ciudades. El pueblo organizado
alrededor del RR16 demostró estar dispuesto a llevar esa lucha hacia adelante,
incluso más allá del propio RR.
En el
intertanto que va desde el 1S hasta el 16S tuvieron lugar, sin embargo, algunos
encuentros entre representantes del gobierno y de la oposición. Según los
dirigentes de la MUD, se trataba de conversar en torno a las condiciones sobre
las cuales podría tener lugar un diálogo. Pero al parecer el régimen no está
dispuesto a ceder ni en un solo punto en su posición anticonstitucional
destinada a impedir el RR. Así ha quedado claro después de sendas declaraciones
de Cabello, Rodríguez, Jaua y el mismo Maduro.
Ese
encuentro, está de más decirlo, provocó un profundo malestar entre la
ciudadanía anti-chavista. La impresión general es que ese “pre-diálogo” (¡!)
tuvo lugar a espaldas de las grandes mayorías opositoras.
Por
cierto, la corriente dialoguista de la MUD aduce que en política los diálogos
son inevitables, algunos deben ser secretos y nadie está en la obligación de
dar cuenta de los temas discutidos a la publicidad. Formalmente tiene razón.
En
condiciones normales los políticos actúan como delegados haciendo uso del
derecho de representación otorgado por sus votantes. Pero -ese es el punto- las
condiciones políticas durante el régimen de Maduro no son normales. El pueblo
opositor, a diferencia de lo que sucede en los países democráticos, no se
encuentra en estado pasivo esperando los próximos comicios. El pueblo ha sido
convocado, está actuando, está en las calles. Tiene por lo tanto el derecho a
ser informado de los pasos que están dando los partidos en su nombre.
Si el
1S las multitudes salieron a las calles, no fue a favor del diálogo sino del
Revocatorio. Probablemente muchos están dispuestos a
aceptar un diálogo. Pero todo diálogo, es la opinión mayoritaria, debe estar al
servicio de las luchas por el RR. A la inversa, las luchas por el RR no pueden
estar al servicio de un diálogo. Así resulta evidente que la MUD se verá
obligada a abandonar prácticas que solo tienen validez en la política
tradicional y dentro de un marco democrático. Ese marco no es el del gobierno
de Maduro.
Cierto
también es que la MUD no es un partido único sino un conglomerado heterogéneo
de partidos con diferentes agendas y en donde –es lógico- no están ausentes las
aspiraciones de ciertos políticos de profesión. Pero la unidad política, en los
momentos que vive Venezuela, es existencialmente urgente. Si hay políticos que
no se han dado cuenta de eso, han errado definitivamente su profesión.
La MUD
es antes que nada una organización coordinadora de partidos, tendencias y
posiciones. Por eso mismo, su tarea principal no es la de ejercer liderazgo
sino mediación.
El
liderazgo –decirlo es elemental- pertenece a los líderes. Ese liderazgo de
líderes no puede ser ejercido, en las condiciones que vive Venezuela, en contra
de, o sin, la MUD. Eso es obvio. Hacerlo sería un suicidio. Pero en algunos
momentos el liderazgo debe avanzar más allá de la MUD. Ya hay un ejemplo:
cuando la MUD estaba perdiendo un tiempo precioso discutiendo sobre cuatro
alternativas, Capriles comenzó por su cuenta una campaña a favor del RR16. No
en contra de la MUD, tampoco sin la MUD, pero más allá de la MUD. Eso es
liderazgo.
Ya
llegará, sin duda, el momento de los grandes diálogos. El que se vive y se
vivirá el resto de 2016, y quizás más allá, es un momento de confrontación. Más
aún: la lucha política no termina con el RR16. Con RR16 o sin RR16 continuará
más adelante. ¿Hasta cuándo? Hasta cuando el régimen abandone el poder. Ese
mismo poder que desde el punto de vista político (y no militar) ya no le
pertenece.
Conclusiones:
La
mención a lo casos chilenos, colombianos y venezolanos deja claro que la
política no puede prescindir del diálogo. No obstante, no hay una normativa
general que indique el cuando y el como debe ser puesto en forma un diálogo.
El
hecho del diálogo está sujeto, irremediablemente, a determinadas correlaciones
de fuerza. En el caso chileno vimos que la gran debilidad del diálogo
emprendido entre la Democracia Cristiana y la Unidad Popular fue la del haber
tenido lugar entre dos fuerzas políticas divididas. Esa fue la razón de su
fracaso. La viabilidad del éxito de un diálogo pasa, antes que nada, por la
solidez interna de los frentes en conflicto.
El
caso colombiano demostró a su vez que cuando intervienen fuerzas no políticas
en un diálogo, estas deben ser obligadas a politizarse. El referendo que tendrá
lugar a favor o en contra de los resultados del diálogo emprendido con tanto
coraje por Santos, sellará un largo proceso que si no lleva a la paz, estará
muy cerca de ella. Pero si Santos no recibe el apoyo de la mayoría de su
nación, todo su esfuerzo habrá sido en vano. La aceptación de un diálogo debe
contar con el apoyo de las grandes mayorías nacionales.
En el
caso venezolano, la gran mayoría de la nación está por el diálogo. Pero a su
vez ese diálogo solo adquiere sentido si es que el régimen acata el Revocatorio
para el año 2016. Al parecer eso no ocurrirá gracias a la buena voluntad de la
gente que merodea alrededor de Maduro. La opinión general es que las luchas
democráticas, con o sin revocatorio, continuarán adquiriendo formas más agudas
durante el año 2017.
La
lucha continúa.
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