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martes, 14 de noviembre de 2017

El rojo laberinto electoral por @goyosalazar


Por Gregorio Salazar


Pedir garantías para las elecciones presidenciales cuando la ilegalidad y el ventajismo han alcanzado niveles realmente obscenos va a ser una cuesta muy dura de remontar para la oposición venezolana. Estamos en tiempos en que la impudicia se desborda por las ventanas de las oficinas de las cuatro rectoras del CNE y se desparrama viscosa y maloliente por todo el territorio nacional.

Condiciones electorales adversas para la oposición las hubo desde los primeros comicios que se realizaron con Hugo Chávez Frías en el control del Poder Ejecutivo. Eso equivale a decir desde la elección de la Constituyente de 1999, cuando el diseño electoral le permitió a quien iba a esa escogencia cómodamente montado en la onda expansiva de su triunfo en los comicios presidenciales de 1998 obtener con el 65,8 % de los votos el 95 % de los constituyentes.

Pero más allá del elemento técnico, también apareció por primera vez la siniestra pezuña de la ilegalidad cuando los candidatos oficialistas fueron promovidos en el kino “de Chávez”, intromisión vedada al presidente pero cuyas críticas despachó el avivato personaje diciendo que ese cartoncito numerado, en cuyo diseño perdió sus últimas neuronas Nelson Merentes, no era de él, sino de Marisabel de Chávez.

La aprobación de la nueva Constitución permitió otra nueva jugada electoral cuando enseguida se llamó a la renovación de los poderes. Así se barrió, al impulso del mismo frenesí popular del histriónico caudillo, la presencia opositora de quienes habían sido electos al Poder Legislativo y a las gobernaciones poco antes del triunfo chavista en diciembre del 98. Hasta aquí se dirá que todo fue estratégico.

En la primera elección de gobernadores con Chávez como dueño del Ejecutivo se rompieron todos los moldes. Esa vez la intromisión ventajista fue desfachatada. Con su conocido verbo agresivo y demonizador contra sus adversarios políticos, el presidente se lanzó a recorrer el país. Por un lado levantaba la mano de sus candidatos y, por el otro, dejaba la siguiente advertencia: para aquellas candidaturas contrarias al “patriótico proyecto bolivariano” que resultaran ganadoras, no habría recursos. “Yo no voy a financiar caciques con proyectos personales”, fue la cantilena del primer gran chantaje que llevó a la práctica el nuevo amo del poder.


Ese comportamiento ha sido ley no escrita y tal vez la única que cumple a pie juntillas Maduro, pues harto conocida es la política de estrangular económicamente a los gobernadores o alcaldes que no son de la tendencia oficialista, muchas veces convertidos en simple paga-nóminas. El caso extremo fue el del Alcalde Metropolitano Alcalde Ledezma, quien ni siquiera pudo tomar posesión del edificio sede de su despacho en la esquina de Principal, invadida inmediatamente después de su elección por policías que alegaban un reclamo laboral. Ningún poder de la República movió un dedo para desalojar a los tomistas. Al final quedó sin dinero, ni atribuciones, personal ni infraestructura. Trampa post electoral. Una burla descomunal a la voluntad del pueblo.

Esas prácticas han sido reiteradas de manera brutal a través de los años. Y no es aventurado afirmar que el chantaje ha sido internalizado por el votante venezolano. Recojo como elemento ilustrador este razonamiento dejado por un policía paraguanero a raíz de los comicios de gobernadores del 15-O: “Si con un gobernador de ellos nos están matando de hambre, qué será si gana uno de la oposición”. La escogencia es obvia. Y ese es un voto que aparece limpiamente reflejado en las actas, pero es obtenido mediante una práctica gansteril.

Valga decir que en Paraguaná después de 36 días sin agua y sin gas, desesperantes cortes intermitentes de electricidad, con la mayor escalada de precios en fecha previa a las elecciones, el candidato opositor Eliécer Sirit apenas pudo ganar ese sufrido distrito por 7 puntos, pero fue derrotado por 9 % en el Estado, donde para colmo las denuncias de presunta corrupción de los Montilla y el alcalde local se oyen hasta en el canto de los chuchubes.

Los desafueros electorales cometidos durante los pasados comicios para gobernadores superan todo lo visto en estos últimos 18 años. Se trata de meros actos dictatoriales, que van desde la permanencia de las cuatro reptantes en el CNE, hasta la intromisión de la fraudulenta constituyente, convertida en el verdadero poder electoral.

Como ahora se anuncia un nuevo ciclo de diálogo, tan burlado como la ley electoral, y se dice que en la demanda de garantías estará centrada la exigencia opositora urgen respuestas rápidas y concretas porque el tiempo pasa y una población tribulada, empobrecida e incrédula sigue sin tener luces sobre lo cómo definirá su futuro a mediano y largo plazo. Nada fácil si se toma en cuenta que en esa oportunidad estará en juego la corona de Nicolás Maduro.

12-11-17




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