Por Marco Negrón
Se escribe este artículo en
medio del tsunami causado en las filas de la oposición por los inesperados
resultados de las elecciones de gobernadores del 15-O y la consecutiva
humillación (la expresión es de ellos mismos) ante la espuria Asamblea Nacional
Constituyente de cuatro de los gobernadores de oposición electos.
Todos los elementos de juicio
disponibles –particularmente las contundentes pruebas esgrimidas por Andrés
Velásquez en relación al forjamiento de actas en el estado Bolívar, la denuncia
de Julio Borges acerca de los 1,6 millones (12% de los votos válidos emitidos)
de votantes sin identificación de sus huellas en el sistema y el análisis de Michael
Penfold acerca del chantaje a los electores más vulnerables mediante el uso
combinado del Carnet de la Patria, los “puntos rojos” y las bolsas CLAP–
conducen a pensar que, como dijo alguien, nos encontramos ante el mayor fraude
electoral de la historia reciente de la región. El problema está en que él no
es fácilmente demostrable, sea por la sofisticación del último instrumento
mencionado, sea porque, como ocurre en los otros dos casos, sería necesario que
el CNE (es decir el Gobierno) permitiera el acceso a información que está en
sus manos, a lo que ya se ha negado en ocasiones recientes.
Parece necesario concluir que
un problema central de la oposición fue la subestimación del adversario –en
concreto de sus recursos y su desesperada necesidad de aferrarse al poder sin
escatimar escrúpulos– y una sobrestimación de sus propias capacidades. Pero hay
que añadir que el golpe ha sido no sólo a la oposición: con la “subordinación”
de los nuevos gobernadores a la Asamblea Nacional Constituyente, para colmo de
males fraudulenta, se decreta el fin del Estado federal consagrado en la
Constitución.
Pero más devastador que los
resultados electorales ha sido el efecto producido por la vergonzosa
juramentación ante la ANC de los cuatro gobernadores, un error tan costoso como
inútil, como afirmara Ramón Guillermo Aveledo. Pero la condena sin apelación es
también un error: no los conozco personalmente, pero he podido seguir
razonablemente la trayectoria de tres de ellos y no me parece que su pasado los
condene o, siquiera, los haga sospechosos; además es imposible desconocer la
indiscutible proeza de su victoria en condiciones tan adversas (ya vendrán los
que digan que “los dejaron ganar para disimular”).
En el tumulto aparecen, como
siempre, los pescadores en río revuelto, pero el real peligro es que se ha
abierto una guerra interna en la MUD en la cual, demostrando escasa madurez y
corta visión, comienzan a descalificarse unos a otros antes de haberse sentado
a evaluar las causas de lo ocurrido y las respectivas responsabilidades.
No va a ser fácil recoger el
agua derramada y en el menú también está ya el sometimiento de las alcaldías al
totalitarismo militarista centralizado: malos tiempos para quienes soñaron con
una Venezuela a la altura de los retos, con ciudades pujantes, basadas en el
talento, la democracia y una economía sólida, inclusiva y sustentable. Pero
tampoco el gobierno puede cantar victoria: hace mucho que sus políticas
lanzaron al país por el barranco de una crisis injustificable y sin
precedentes. Una moneda pulverizada, hambre y escasez crecientes, caída
estrepitosa de la economía, inflación de dimensiones siderales, corrupción
descarada y rampante. Lo del 15-O no es sólo un desastre político y lo probable
es que la reconstrucción de un frente opositor demande mucho tiempo. Pero como
el futuro renace cada día, mientras tanto habrá que seguir reflexionando y
debatiendo acerca de cómo queremos que él sea, convencidos de que no se tratará
de un ejercicio ocioso.
Sólo se perderá la batalla cuando se pierda la
capacidad de pensar y debatir.
31-10-17
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico