Páginas

domingo, 12 de noviembre de 2017

Por un bistec por @PolitikaUCAB


Editorial

Por Elvia Gómez


El Gobierno de Nicolás Maduro procura, por todos los medios, tener frente a sí a una sociedad extenuada. Sus planificadores, en vez de diseñar políticas públicas para el bienestar de la población –como en cualquier país donde haya algo de sensatez– dedican horas a pensar en giros, recovecos, torceduras que eleven el nivel de dificultad de la supervivencia cotidiana de los 30 millones de personas que habitan este territorio. Todo por conservar el poder.

Esta semana, Venezuela traspasó el límite que había mantenido a algunos economistas en el debate semántico y técnico, pero que ya había sido plenamente interpretado por los bolsillos: hiperinflación. Por primera vez, según el índice de medición que elabora la Asamblea Nacional –ante el silencio del BCV– la inflación mensual pasó en octubre del 50% respecto del mes anterior, lo que cumple, según los expertos, con el requisito para hacer historia. Al propio tiempo, Nicolás Maduro anunció el quinto aumento del salario mínimo en lo que va de año –que según el ajuste diario no alcanza para dos Toronto– en una muestra de que continuará por la ruta del empeoramiento de todo y, si no es suficiente el foso en el que metió al país, usará una retroexcavadora.

Hace unos días, antes de constatarse el dato de la hiperinflación, el presidente de Fedecamaras, Carlos Larrazábal, habló del acumulado de la caída del PIB en Venezuela en los últimos cuatro años: más del 35%. Esa cifra –recordó el dirigente empresarial– es mayor a la caída sufrida por los Estados Unidos tras el quiebre de su bolsa de valores en octubre de 1929, y que sumió a ese país en uno de los peores episodios de su existencia.


Son muchos los indicadores que pueden medir la pérdida del poder adquisitivo de los venezolanos, pero uno que resulta muy gráfico es el aportado por Larrazábal, y también por el presidente de la Federación Nacional de Ganaderos (Fedenaga), Carlos Albornoz, sobre la caída en el consumo de carne de res. Larrazábal afirmó que el consumo en 2017 apenas se acerca a los siete kilos por persona al año. Albornoz recordó que en 2012 el consumo per cápita en Venezuela era de 82 kilos y bajó en 2016 a 34 kilos al año. Hoy, la cantidad de carne promedio que un venezolano consume es de 19 gramos al día, el equivalente a dos Toronto. Eso sería así si todos tuvieran su magra ración, pero la realidad es que algunos comen –cada vez menos– y otros hace mucho rato dejaron de hacerlo.

La pobreza creciente de los venezolanos tiene muchos lados para mirarla y medirla, no en balde, el Grupo de Lima urgió el 30 de octubre a la Organización de Naciones Unidas a intervenir “ante (la) gravedad que tiene una crisis política en cámara lenta en el corazón de América del Sur”. “La crisis humanitaria es real y tiene efectos”, apostilló el canciller de Perú, Ricardo Luna, luego de sostener un encuentro con Antonio Guterres, secretario general del organismo mundial. Luna lamentó “la involución” democrática de Venezuela, la “consolidación del régimen” y “la fragmentación de la oposición”.

Mientras la comunidad internacional se alarma más por el deterioro de la nación –por sus efectos perniciosos sobre toda la región– el Gobierno continúa con su manejo al margen de la realidad, enfocado sólo en vencer a sus diezmados adversarios políticos para instaurar su autoritarismo a placer. Así, privilegia el pago de los bonos de la deuda externa, “ordena” y “decreta” una reestructuración para buscar liquidez y mantener a flote su particular isla de Laputa, que  Jonathan Swift describió hace casi 300 ­años como el asiento de unos gobernantes distraídos que sólo se veían a sí mismos y a sus necesidades. Pero el Gobierno de Maduro sí sabe de los padecimientos de sus “súbditos” y mantiene, por diseño del modelo, a la población hambrienta como antes la mantuvo ocupada por horas, haciendo colas, con la ilusión de encontrar alimentos, para intentar anular cualquier mecanismo de organización social que le resista. No obstante esa enorme distracción, la sociedad venezolana se organizó y logró hacer el plebiscito del 16 de julio, que la dirigencia política no supo administrar a favor de la lucha por la restitución de la democracia.

                                                      Foto: AFP

Entonces, abatido y exánime por la falta de calorías –por añadidura, palúdico y tuberculoso– es como el Gobierno de Maduro quiere tener al país para rendirlo. De eso ya no deben albergar dudas los que aún tienen recursos para meditar y luchar. Por eso, el Gobierno se niega a abrir las puertas a la ayuda humanitaria ofrecida desde la ONU y diversos gobiernos de América y Europa, ayuda que le han pedido aceptar en tono suplicante ONG e instituciones de todo calibre, como la Iglesia católica, que cuentan en vidas, en lugar de días, el tiempo que transcurre. Pero mientras el Gobierno disponga de los recursos petroleros, por mermados que estén, y los dislates y desaciertos de los partidos que le adversan continúen, la cotidianidad nacional se parecerá cada vez más a un relato de Jack London, cuya prosa no dejaba resquicio a la esperanza. A menos que algo radical y contundente pase –y  la sociedad venezolana haga que así sea– Tom King*, ese veterano boxeador desnutrido, perderá la pelea…y todo por un bistec.


*Por un bistec (A piece of steak), cuento de Jack London / 1909.

03-11-17




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico