Por Beltrán Vallejo
Se extiende el creciente
malestar contra la MUD, pero creo que ahí hay una percepción inexacta de
la crisis política que sufre el movimiento opositor, crisis que hoy ayuda a
atornillar a Maduro en el poder y que significa prolongar la hecatombe de
hambre, desesperación, muerte de los enfermos crónicos, y prolongar el delito
callejero en todas sus formas por un tiempo (me aterra el no saber cuánto).
El problema contemplado en el
fondo del precipicio de la actual crisis oposicionista radica, más que en
el ámbito institucional unitario, en la conducta de los partidos políticos, de
todos, toditos; desde los militantes del concurrentismo a las elecciones, hasta
los abstencionistas procesados, radicales, graduales y de pillamadas.
Lamentablemente, la toma de decisiones dentro de la instancia unitaria llamada
MUD se vio afectada por las carencias, particularismos, inoculado tacticismo y
caudillismo que impera en las representaciones partidistas que la conforman,
convirtiendo el espacio unitario en una licuadora de mala marca que convirtió
en líquido espeso las esperanzas de todo un pueblo que se había levantado
a raíz de la épica de la elección parlamentaria del 2015. Debido a eso, lo que
predomina es la desesperanza agobiante, el desamparo, la frustración y la
incertidumbre nacional.
En eso de revisar el proceder
infecundo de todos los partidos políticos que se han opuesto al chavomadurismo,
sobresale en ellos la escasa capacidad para proteger a los demás; por ejemplo,
antier fue su escasa capacidad para proteger a los manifestantes, para
consolidar el carácter pacífico y masivo de las manifestaciones; luego fue su
escasa capacidad para proteger nuestro voto en las mesas de votación en las
elecciones regionales, su escasa capacidad para proteger la importancia del
voto en ese evento; y ahora también predomina su escasa capacidad para
proteger la esperanza de la gran mayoría de los venezolanos, el cual ya
tiene pesadillas pensando en un Maduro haciéndose viejo en el poder.
Entonces, pareciera ser que la premisa es sálvese quien pueda.
Lo que está evidenciando la
aparatosa derrota de la sociedad democrática en este año 2017 apunta a que en
definitiva una élite autolegida no va a parir el cambio sistémico en Venezuela;
un grupo de partidos políticos y su dirigencia autosuficiente, soberbia,
inculta y sin grandeza histórica jamás logrará conducir a la sociedad por la
ruta del cambio, por la ruta del derrocamiento de un gobierno pandillero,
semejante al de Putin, similar al de Raúl Castro. Una élite autolegida no
es la salvación de la nación.
De esta manera pongo el dedo
en la llaga, señalo el meollo del asunto: la democratización del país surgirá
de un proceso sociopolítico global cuyo norte será ubicar a Venezuela en un
siglo XXI de consolidación de una sociedad plenamente democrática, en un siglo
XXI donde se consolide un modelo socioeconómico que propicie calidad de
vida; y eso, por supuesto, pasa por la definitiva erradicación de la
tribu de incapaces y corruptos que nos gobierna y que han convertido a la
sociedad venezolana en un vaso de cama, en una bacinilla.
En este año 2017, que ojalá se
vaya pronto y sin ruido por la puerta de atrás, los déficits de liderazgo,
organización, táctica y estrategia de los partidos políticos sobresalieron; y
lo peor de todo, demostraron que son unos grandes irresponsables. En estos
momentos, la palabra partido político es una palabra perdedora. Quizás vayamos
a una nueva oferta política para enfrentar con éxito al totalitarismo,
regocijado éste en unas elecciones semejantes a las que hizo el PRI mexicano
durante setenta años (la dictadura perfecta).
08-11-17
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