Trino Márquez 03 de enero de 2019
@trinomarquezc
La
estrategia del gobierno contra la oposición a partir del glamoroso triunfo de
diciembre de 2015 funcionó con la eficacia de relojero suizo. Las metas las
cumplió plenamente. Hoy tenemos una oposición dividida, con grupos que
rivalizan con encono. Los líderes se encuentran presos, en el exilio y
amenazados; los partidos emergentes, especialmente Primero Justicia y Voluntad
Popular, fueron desarticulados: su máxima dirigencia fue condenada al
ostracismo. Un Nuevo Tiempo envejeció de forma acelerada y atropellada. Las
demás organizaciones parecen vivir en estado larvario. La MUD se disolvió sin
que sus dirigentes tuvieran el coraje del explicarles a sus millones de devotos
seguidores qué había pasado y por qué se había extinguido. La alternativa que
significó Henri Falcón se desvaneció. El régimen logró que la inmensa masa de
ciudadanos descontentos con el gobierno, más de 80% del país, se desencantara
de la vía electoral y vea el voto con desconfianza.
Este
panorama desolador, sin embargo, no retrata toda la oposición. Hay un sector
muy dinámico que no se resigna a dejarse vencer ni confundir por los
lineamientos definidos por el eje La Habana-Caracas. Allí se encuentran los
integrantes del Frente Amplio Venezuela Libre, quienes con mucha más voluntad
que fuerza real intentan mantener viva la esperanza en el cambio que rescate al
país del abismo en el que Maduro la hundió. El Frente y la gente de Plan País
trabajan en definir un programa que permita la transición entre la calamidad
actual y esa Venezuela próspera y equitativa que la mayor parte de los
venezolanos aspiramos.
El
proyecto del país que los demócratas queremos conviene dibujarlo de modo que
Venezuela no dé un salto al vacío el día que Maduro salga del poder. Uno de los
rasgos más negativos de quienes gobiernan es la improvisación con la que
ejecutan sus acciones en el campo de las políticas públicas. Este talante se
transforma cuando diseñan medidas para perpetuarse en el poder. Allí, gracias a
los cubanos y compañía, son de una eficiencia envidiable.
En el
modelo de país que deberíamos convertirnos han venido trabajando distintos
grupos, en Venezuela y en el exterior. Lo que esos grupos tendrían que hacer es
ponerse de acuerdo, de modo que definan un solo programa que pueda ser adoptado
por el eventual nuevo gobierno.
El
futuro se ve muy claro. Lo que pasa es que luce remoto porque el presente se
muestra confuso y desolador. El país vive un proceso de desintegración y la
oposición no aparece como una opción de cambio confiable y creíble. Los
informes de fin de año de Fedecamaras, Fedeindustria, Consecomercio y otros
gremios y sindicatos que agrupan a industriales, comerciantes y trabajadores,
no parecen reportes, sino autopsias de un cadáver en avanzado estado de
descomposición. Hablan de un país descuartizado por la incompetencia y la
corrupción gubernamental. En 2018, además, se disparó el éxodo de venezolanos.
Nos estamos quedando sin mentes ni manos. La gente de todos los estratos
sociales, profesionales, técnicos y laborales, huye despavorida ante la ruina
y, sobre todo, la indolencia del gobierno. Lo único que Maduro propone es mayor
reparto de dinero, no de riqueza, y más represión. Intenta construir un país de
mendigos, viejos y atemorizados.
A esta
nación concreta, destartalada y sometida a una cúpula militar-cívico
inescrupulosa y avara, la oposición le ofrece la Tierra Prometida, una vez que
se haya cruzado el Jordán. Pero, ¿cómo este pueblo empobrecido e inerme puede
atravesar el mítico río si los timoneles no saben cómo surcar las aguas y están
empeñados en destruirse mutuamente las naves? La Tierra Prometida en esas
condiciones resulta inalcanzable, por bien elaborados y coherentes que hayan
sido elaborados los planes de transición.
Para
salir del régimen de Maduro resulta vital que los dirigentes políticos, quienes
se encuentran en el país y quienes fueron aventados al exterior, se pongan de
acuerdo en un programa mínimo de aspiraciones. A partir del 10 de enero la
presión internacional sobre el régimen aumentará. El apoyo con el cual contará
Maduro será importante, pero no suficiente para impedir que se produzca una
negociación que conduzca a un escenario distinto al actual. China y Rusia son
sus aliados, pero también están interesados en cobrar la gigantesca deuda que
la nación ha contraído con ellos. Maduro no se encuentra en condiciones de
pagarla, ni ahora ni en el futuro. Esa verdad la conocen Putin y Xi JinPing. Un
acuerdo por múltiples bandas, en el que participen los factores internacionales
de mayor peso, puede obligar a Maduro a buscar una salida concertada, que pueda
darse dentro de un escenario pacífico y electoral.
Para
que tal entorno sea factible, se requiere un interlocutor válido. La MUD dejó
de existir. El Frente da sus primeros pasos. La dirigencia, tiene que llegar a
acuerdos mínimos de convivencia que le permitan reconstituir una plataforma
unitaria bajo la consigna común: elecciones generales con un nuevo CNE. Esta
meta es posible alcanzarla con la presión interna y el respaldo internacional.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico