Fernando Camino Peñalver 03 de enero de 2019
Según
el FMI en 2018 nuestro país figuró entre los 4 países más pobres de America, se
sustenta la institución en el decrecimiento de nuestro PIB Percapita y los de
Nicaragua, Honduras y Bolivia que fue inferior a 4.000 dólares USA. Venezuela
generó una riqueza por habitante de 3.300 dólares, superado por Bolivia con
3.720 dólares, el PIB de Honduras fue inferior a los 3.000 dólares y Nicaragua
luego de la bonanza económica debido a los petrodólares nuestros, se convirtió
en el país más pobre de America con un PIB percapita de 2.130 dólares. Cuba y
Haití no aportaron cifras al FMI.
Países
limítrofes nuestros como Colombia, Guyana y Brasil tuvieron un rendimiento de
su PIB percapita de 6.760; 4.650 y 9.130 dólares respectivamente. Los países
más ricos del continente son EEUU con un PIB per cápita de 62.500 dólares,
Canadá 46.730 dólares, Uruguay 17.380 dólares y Chile con 16.140 dólares.
Nuestra
nación en estos últimos 20 años se ha empobrecido luego de ser uno de los
países más rico de Latinoamérica, superado eventualmente por Brasil y Méjico y
a la par de Chile y Argentina. La destrucción de nuestro sector productivo solo
es comparable al desastre cubano (si seguimos con esta desgracia, el alumno
superará al maestro).
Desde
sus inicios el régimen apuntó a desintegrar al sector productivo privado,
primero arremetió contra el sector primario de nuestra economía: la agricultura
vegetal, la pesca y la ganadería. Continuó con la agroindustria, luego contra
la construcción, la manufactura y por último el comercio y los servicios. La
“razón” de esta locura fue fortalecer el capitalismo de Estado y las empresas
de producción “socialistas”, en pro de este delirio el régimen expropió,
intervino y espolió industrias, comercios, unidades de producción primaria y
embarcaciones pesqueras. Todas estas propiedades en plena producción,
apropiadas de forma indebida, terminaron quebradas.
De la
quiebra generalizada no se escaparon las llamadas empresas básicas de Guayana,
las cementeras, las empresas generadoras de los servicios públicos (agua,
electricidad, gas, transporte) y ni siquiera Pdvsa se salvó de la hecatombe.
Además de la merma de la oferta de bienes y servicios, también se produjo la
caída de la generación de divisas, sobre todo por el derrumbe de la producción
de Pdvsa.
El
irrespeto a la propiedad privada y los abusos contra la libertad económica por
parte del régimen, nos han llevado a padecer la inflación más elevada del
mundo, además de la acentuada escasez, soportada únicamente por naciones donde
se desarrollan conflictos bélicos o fueron afectados por fenómenos naturales. Y
por si fuera poco, la población ha tenido que soportar el hambre y la pobreza
estructural, debido a la caída del poder adquisitivo de la población, la
precariedad de la vivienda y el caos de los servicios públicos.
De
esta crisis humanitaria, lo que más está afectando a nuestra población es la
escasez y la carestía de los alimentos que está causando altos niveles de
desnutrición. Sobre todo en la población infantil de los sectores más
vulnerables, los cuales quedarán marcados de por vida debido a los daños
irreversibles que esto produce. La carestía y la escasez de los alimentos se
deben al manejo irresponsable de la política monetaria, a la contracción de la
producción interna, a la desacertada política de importaciones y al mal manejo
de las divisas.
La
reducción del aparato productivo del sector agroalimentario es alarmante, por
ejemplo: más de 10 millones de hectáreas ociosas, la mayoría en poder del
gobierno; cerca de un tercio de las industrias paralizadas, las que siguen
activas trabajan entre un 10% a un 30% de su capacidad instalada; las unidades
de producción primarias han dejado de producir en un 80% de sus instalaciones;
un 85% de la flota pesquera se encuentra paralizada.
El
2018 ha sido el peor año de la producción agrícola. El sector agropecuario solo
pudo aportar el 20% de alimentos de consumo directo y de materia prima para la
agroindustria. Por ejemplo, la cosecha de cereales apenas cubrirá el consumo
hasta inicios de año. Por lo tanto se mantendrá la escasez de harina de maíz,
de arroz y se elevarán aún más los precios del pollo, de la carne de cerdo y de
sus derivados.
Esas
son las causas que nos hundieron más en la pobreza y es por eso que yo no
olvido este año viejo porque nos ha dejado cosas muy malas: inflación superior
al millón por ciento; escasez de un 90% de la mayoría de los alimentos básicos;
manipulación con fines políticos por parte del régimen del hambre de la
población más vulnerable; 95% de pobreza; caída de un 98% del poder adquisitivo
de la población; 33% de desempleo formal entre la población económicamente
activa.
El
gobierno, en vez de corregir el rumbo económico, eleva el crecimiento del
déficit fiscal y desestimula la producción interna. Además, en vez de utilizar
las menguadas divisas existentes para equipar el aparato productivo nacional
las destina para importar alimentos manufacturados, de muy mala calidad por
cierto, y muy poca materia prima para la agroindustria.
Yo no
olvido este año viejo porque nos ha dejado el inmenso sufrimiento de la
población, a causa de la separación de sus seres queridos. Por la pérdida de la
calidad de vida, además de la inseguridad personal, muchos venezolanos han
tenido que emigrar este año, dejando tras de sí, mucho dolor y profunda
tristeza entre familiares y amigos. Esto es imperdonable e inolvidable.
Ahora
más que nunca, urge un cambio de gobierno que discipline las variables
macroeconómicas con políticas coherentes, que estimule la producción interna
mediante el respeto a la propiedad privada y a la libertad económica. Un Estado
Democrático que garantice la seguridad jurídica e instaure la independencia de
los poderes públicos, única forma representativa de la democracia. Y que el
bienestar nacional sea el norte del
rumbo trazado con el apoyo de toda la nación. El 2019 será el año de la paz y
de la libertad.
Fernando
Camino Peñalver
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