Francisco Fernández-Carvajal 12 de enero de 2019
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Jesús quiso ser bautizado. Institución del Bautismo cristiano. Agradecimiento.
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Efectos del Bautismo: limpia el pecado original, nueva vida, filiación divina,
etcétera.
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Incorporación a la Iglesia. Llamada a la santidad y al apostolado. Bautismo de
los niños.
I. Inmediatamente
después de ser bautizado, Jesús salió del agua y he aquí que se le abrieron los
Cielos y vio al espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y venía sobre
él. Y una voz del Cielo que decía: Este es mi hijo, el amado, en quien me he
complacido1.
En la
solemnidad de hoy conmemoramos el bautismo de Jesús por San Juan Bautista en
las aguas del río Jordán. Sin tener mancha alguna que purificar, quiso
someterse a este rito de la misma manera que se sometió a las demás
observancias legales, que tampoco le obligaban. Al hacerse hombre, se sujetó a
las leyes que rigen la vida humana y a las que regían en el pueblo israelita,
elegido por Dios para preparar la venida de nuestro Redentor. Juan cumplió, con
energía, la misión de profetizar y suscitar un gran movimiento de penitencia
como preparación inmediata al reino mesiánico.
El
Señor deseó ser bautizado, dice San Agustín, «para proclamar con su humildad lo
que para nosotros era necesidad»2.
Con el
bautismo de Jesús quedó preparado el Bautismo cristiano, que fue directamente
instituido por Jesucristo con la determinación progresiva de sus elementos, y
lo impuso como ley universal el día de su Ascensión: Me fue dado todo
poder en el Cielo y en la tierra, dirá el Señor; id, pues, y
enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo, y
del Espíritu Santo3.
En el
Bautismo recibimos la fe y la gracia. El día en que fuimos bautizados fue el
más importante de nuestra vida. De igual modo que «la tierra árida no da fruto
si no recibe el agua, así también nosotros, que éramos como un leño seco, nunca
hubiéramos dado frutos de vida sin esta lluvia gratuita de lo alto»4.
Nos encontrábamos, antes de recibir el Bautismo, con la puerta del Cielo
cerrada y sin ninguna posibilidad de dar el más pequeño fruto sobrenatural.
Hoy
nuestra oración nos puede ayudar a dar gracias por haber recibido este don
inmerecido y para alegrarnos por tantos bienes como Dios nos concedió. «La
gratitud es el primer sentimiento que debe nacer en nosotros de la gracia
bautismal; el segundo es el gozo. Jamás deberíamos pensar en nuestro bautismo
sin un profundo sentimiento de alegría interior»5.
Hemos
de agradecer la purificación de nuestra alma de la mancha del pecado original,
y de cualquier otro pecado si lo hubo, en el momento de recibir el Bautismo.
Todos los hombres somos miembros de la familia humana que en su origen fue
dañada por el pecado de nuestros primeros padres. Este «pecado original se
transmite juntamente con la naturaleza humana, por propagación, no por
imitación, y se halla como propio en cada uno»6.
Pero Jesús dotó al Bautismo de una especialísima eficacia para purificar la
naturaleza humana y liberarla de ese pecado con el que hemos nacido. El agua
bautismal significa y opera de un modo real lo que el agua natural evoca: la
limpieza y la purificación de toda mancha e impureza»7.
«Gracias
al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo: no
se te ocurra –nos exhorta San León Magno– ahuyentar con tus malas acciones a
tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio: porque
tu precio es la sangre de Cristo»8.
II. Dios
todopoderoso y eterno, que en el bautismo de Cristo en el Jordán quisiste
revelar solemnemente que él era tu Hijo amado enviándole tu Espíritu Santo:
concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo, la
perseverancia continua en el cumplimiento de tu voluntad9.
El
Bautismo nos inició en la vida cristiana. Fue un verdadero nacimiento a la vida
sobrenatural. Es la nueva vida que predicaron los Apóstoles y de la que habló
Jesús a Nicodemo: En verdad te digo que quien no naciera de arriba no
podrá entrar en el reino de Dios... Lo que nace de la carne, carne es; pero lo
que nace del Espíritu, es espíritu10.
El
resultado de esta nueva vida es cierta divinización del hombre y la capacidad
de producir frutos sobrenaturales.
La
dignidad del bautizado está como velada muchas veces, por desgracia, en la
existencia ordinaria; por eso nosotros, al igual que hicieron los santos, hemos
de esforzarnos en vivir conforme a esa dignidad.
Nuestra
más alta dignidad, la condición de hijos de Dios, que se nos comunica en el
Bautismo, es consecuencia de la nueva generación. Si la generación humana da
como resultado la «paternidad» y la «filiación», de modo semejante aquellos que
son engendrados por Dios son realmente hijos suyos: Mirad qué amor nos
ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos realmente!
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que
seremos...11.
En el
momento del Bautismo, por la efusión del Espíritu Santo, se produce el milagro
de un nuevo nacimiento. El agua bautismal se bendice en la noche de Pascua y en
la oración se pide: Así como el Espíritu Santo descendió sobre María y
produjo en Ella el nacimiento de Cristo, así descienda Él sobre su Iglesia y
produzca en su claustro materno (la pila bautismal) el renacer de los hijos de
Dios.
A esta
expresión tan gráfica corresponde esta profunda realidad: el bautizado renace a
una nueva vida, a la vida de Dios, por eso es su «hijo». Y si somos
hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo12.
Demos
muchas gracias a nuestro Padre Dios que ha querido dones tan inconmensurables,
tan fuera de toda medida, para cada uno de nosotros. ¡Qué gran bien nos puede
hacer el considerar frecuentemente estas realidades! «Padre –me decía aquel
muchachote (¿qué habrá sido de él?), buen estudiante de la Central–, pensaba en
lo que usted me dijo... ¡que soy hijo de Dios!, y me sorprendí por la calle,
“engallado” el cuerpo y soberbio por dentro... ¡hijo de Dios!
»Le
aconsejé, con segura conciencia, fomentar la “soberbia”»13.
III. En
la Iglesia nadie es un cristiano aislado. A partir del Bautismo, el cristiano
forma parte de un pueblo, y la Iglesia se le presenta como la verdadera familia
de los hijos de Dios. «Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los
hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino
constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente»14.
Y el Bautismo es la puerta por donde se entra a la Iglesia15.
«Y en
la Iglesia, precisamente por el bautismo, somos llamados todos a la santidad»16,
cada uno en su propio estado y condición, y a ejercer el apostolado. «La
llamada a la santidad y la consiguiente exigencia de santificación personal, es
universal: todos, sacerdotes y laicos, estamos llamados a la santidad, y todos
hemos recibido, con el bautismo, las primicias de esa vida espiritual que, por
su misma naturaleza, tiende a la plenitud»17.
Otra
verdad íntimamente unida a esta condición de miembro de la Iglesia es la del
carácter sacramental, «un cierto signo espiritual e indeleble» impreso en el
alma18. Es como el resello de posesión de Cristo sobre el alma del
bautizado. Cristo tomó posesión de nuestra alma en el momento de ser bautizado.
Él nos rescató del pecado con su Pasión y Muerte.
Con
estas consideraciones comprendemos bien el deseo de la Iglesia de que los niños
reciban pronto estos dones de Dios19.
Desde siempre ha urgido a los padres para que bauticen a sus hijos cuanto
antes. Es una muestra práctica de fe. No se atenta a su libertad, como no se
les causó agravio alguno por darles la vida natural, ni por alimentarles,
limpiarles y curarles, cuando no podían ellos pedir estos bienes. Por el
contrario, tienen derecho a recibir esa gracia. ¡Qué buen apostolado habremos
de hacer en muchos casos!: con amigos, compañeros, conocidos...
En el
caso del Bautismo está en juego algo infinitamente mayor que ningún otro bien:
la gracia y la fe; quizá, la salvación eterna. Solo por ignorancia y por una fe
dormida se puede explicar que muchos niños queden privados, por sus propios
padres ya cristianos, del mayor don de su vida. Nuestra oración se dirige a
Dios hoy, para que no permita que esto suceda.
Hemos
de agradecer a nuestros padres que, quizá a los pocos días de nacer, nos
llevaran a recibir este santo sacramento.
1 Mt 3,
16-17. —
2 San
Agustín, Sermón, 51, 33. —
3 Mt 28,
13. —
4 San
Ireneo, Trat. contra las herejías, 3, 17. —
5 Columba
Marmion, Le Christ, vie de l’ame, Abbaye de Maredsous,
1933, pp. 186 y 203-204. —
6 Pablo
VI, Credo del Pueblo de Dios, Roma 1967, 16. —
7 Cfr. 1
Cor 6, 11; Jn 3, 3-6. —
8 San
León Magno, Homilía de Navidad, 3. —
9 Oración
colecta de la Misa. —
10 Jn 3, 3-6. —
11 Cfr. 1 Jn 3, 1-9. —
12 Cfr. Rom 8, 14-17. —
13 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 274. —
16 Cfr. ídem,
Const. Lumen gentium, 11 y 42. —
17 A.
del Portillo, Escritos sobre el sacerdocio, Ed. Palabra, 5ª
ed. 1979, p. 111. —
18 Dz 852.
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19 S.
C. para la Doctrina de la Fe, Instrucción, 20-X-1980;
Cfr. Código de Derecho Canónico, canon 867.
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