Francisco Fernández-Carvajal 04 de enero de 2019
—
Firmeza en la fe. Vencer respetos humanos, comodidad, apego a los bienes, para
buscar al Señor.
— Fe y
docilidad en momentos de oscuridad y desorientación. Dejarse ayudar.
—
Llegar hasta el Señor es lo único importante en nuestra vida.
I. Nacido
Jesús en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes, unos Magos llegaron de
Oriente a Jerusalén1.
Habían visto una estrella y, por una gracia especial de Dios, supieron que
anunciaba el nacimiento del Mesías que el pueblo hebreo esperaba.
La
ocupación de estos sabios –estudiar el firmamento– fue la circunstancia de la
que se valió Dios para hacerles ver su voluntad: «Dios les llama por lo que a
ellos les era más familiar y les muestra una estrella grande y maravillosa para
que les llamara la atención por su misma grandeza y hermosura»2.
¿Cómo llegaron a saber con exactitud de qué se trataba? Lo ignoramos, pero
ellos lo supieron y se pusieron en marcha; sin duda, recibieron una inspiración
muy extraordinaria de Dios, que deseaba su presencia en Belén, como había anunciado
Isaías: Levanta los ojos y mira en torno tuyo...; de lejos llegan tus
hijos3. Serían los primeros de los que llegarían luego, en todos los
tiempos, de todas partes. Y ellos fueron fieles a esta gracia.
Dejaron
familia, comodidad y bienes. No les debió resultar fácil explicar el motivo del
viaje. Y, probablemente sin hacer demasiados comentarios, tomaron lo mejor que
tenían para llevarlo como ofrenda, y se pusieron en camino para adorar a Dios.
El
viaje tuvo que ser largo y difícil. Pero se mantuvieron firmes en su camino.
Estos
hombres decididos y sin respetos humanos nos enseñan lo que hemos de hacer para
llegar hasta Jesús, dejando a un lado todo lo que pueda desviarnos o
retrasarnos en nuestro camino. «Algunas veces puede detenernos –en lo que toca
a seguir a Jesús hondamente, amorosamente– el miedo al qué dirán, el miedo a
que nuestra conducta pueda ser prejuzgada de algún modo extremosa, como
exagerada. Ya veis que estos personajes, que nos llenan de alegría las fiestas
hogareñas, nos dan una lección de valentía y una lección de no tener en cuenta
el respeto humano, que paraliza a muchos hombres que podían estar ya cerca de
Cristo, viviendo con Él»4.
También
nosotros hemos visto la estrella en la intimidad de nuestro corazón, que nos
invita al desprendimiento de las cosas que nos atan y a vencer cualquier
respeto humano que nos impida llegar a Jesús. «Considerad con qué finura nos
invita el Señor. Se expresa con palabras humanas, como un enamorado: Yo
te he llamado por tu nombre... Tú eres mío (Is 43, 1).
Dios, que es la hermosura, la grandeza, la sabiduría, nos anuncia que somos
suyos, que hemos sido escogidos como término de su amor infinito. Hace falta
una recia vida de fe para no desvirtuar esta maravilla, que la Providencia
divina pone en nuestras manos. Fe como la de los Reyes Magos: la convicción de
que ni el desierto, ni las tempestades, ni la tranquilidad de los oasis nos
impedirán llegar a la meta del Belén eterno: la vida definitiva con Dios»5.
Entre
todos los hombres que contemplaron la estrella, solo estos Magos de Oriente
descubren su significado profundo. Solo ellos entendieron que para los demás no
sería más que un prodigio del firmamento. También es posible que otros
recibieran la misma gracia especial de Dios y no correspondieran. ¡Qué tragedia
la suya!
Pidamos
con la Iglesia a Dios nuestro Padre: Tú, que iluminaste a los sabios de
oriente y les encaminaste para que adoraran a tu Hijo, ilumina nuestra fe y
acepta la ofrenda de nuestra oración6.
II. «Un
camino de fe es un camino de sacrificio. La vocación cristiana no nos saca de
nuestro sitio, pero exige que abandonemos todo lo que estorba al querer de
Dios. La luz que se enciende es solo el principio; hemos de seguirla, si
deseamos que esa claridad sea estrella, y luego sol»7.
Los
Magos debieron pasar por malos caminos y dormir en lugares incómodos..., pero
la estrella les indicaba el camino y les señalaba el sentido de sus vidas. La
estrella alegra su caminar, y les recuerda en todo instante que vale la pena
pasar cualquier incomodidad o peligro con tal de ver a Jesús. Esto es lo
importante. Los sacrificios se llevan con garbo y alegría si el fin vale la
pena.
Pero
al llegar a Jerusalén se quedan sin la luz que les guía. La estrella desaparece
y ellos se hallan desorientados. Entonces, ¿qué hacen? Preguntan a quien debe
saberlo: ¿Dónde está el nacido rey de los judíos? Pues vimos su
estrella en Oriente y venimos a adorarle8.
Nosotros hemos de aprender de estos hombres sabios y santos. En ocasiones
estamos a oscuras y desorientados, en vez de buscar la luz de la voluntad de
Dios, vamos alumbrando nuestra vida con la luz de nuestros propios caprichos,
que nos llevan quizá por sendas más fáciles. «Muchas veces en la vida vamos
eligiendo no según la voluntad de Dios, sino según nuestro gusto y nuestro
capricho, según nuestra comodidad y nuestra cobardía. No estamos acostumbrados
a mirar a lo alto, hacia la estrella y, en cambio, tenemos la costumbre de
alumbrarnos con nuestro propio candil, que es una pequeña luz, que es luz
oscura, que es luz que (...) nos reduce a los límites de nuestro propio
egoísmo»9.
Los
Magos preguntan porque quieren seguir la luz que les da Dios, aunque les señale
caminos empinados y difíciles. No quieren seguir la luz propia, que les
conduciría por caminos en apariencia más suaves y tranquilos, pero en los que
no encontrarían a Jesús. Ahora, que no tienen la estrella, ponen todos los
medios a su alcance para llegar hasta la gruta de Belén. Porque llegar hasta
Jesús es lo verdaderamente importante.
Toda
nuestra vida es un camino hacia Jesús. Es un camino que andamos a la luz de la
fe. Y la fe nos llevará, cuando sea preciso, a preguntar y a dejarnos guiar, a
ser dóciles. «Pero los cristianos no tenemos necesidad de preguntar a Herodes o
a los sabios de la tierra. Cristo ha dado a su Iglesia la seguridad de la
doctrina, la corriente de gracia de los Sacramentos; y ha dispuesto que haya
personas para orientar, para conducir, para traer a la memoria constantemente
el camino (...).
»Permitidme
un consejo: si alguna vez perdéis la claridad de la luz, recurrid siempre al
buen pastor (...). Id al sacerdote que os atiende, al que sabe exigir de
vosotros fe recia, finura de alma, verdadera fortaleza cristiana. En la Iglesia
existe la más plena libertad para confesarse con cualquier sacerdote, que tenga
las legítimas licencias; pero un cristiano de vida clara acudirá –¡libremente!–
a aquel que conoce como buen pastor, que puede ayudarle a levantar la vista,
para volver a ver en lo alto la estrella del Señor»10.
Los
Magos volvieron a encontrar la estrella que les indicaba dónde estaba el Señor
porque siguieron los consejos y las indicaciones de quienes en aquellos
momentos habían sido puestos por Dios para señalarles el camino. Con mucha
frecuencia la fe se nos concreta en docilidad, en esa muestra de humildad que
es dejarse ayudar en la dirección espiritual, por quien sabemos es el buen
pastor para nosotros en concreto.
III. La
noticia que traían los Magos se propagó por Jerusalén, de puerta en puerta, de
casa en casa. En muchos buenos israelitas se avivaría la esperanza del Mesías y
se preguntarían si no habría llegado ya. Otros, como el mismo Herodes, a pesar
de tener más cultura, mejores conocimientos, recibieron la noticia de muy
diversa manera, porque no se hallaban interiormente dispuestos para recibir al
nacido rey de los judíos.
Jesús,
el mismo Niño nacido en Belén de Judea, pasa continuamente a nuestro lado; pasa
como lo hizo una vez junto a los Magos o se cruzó por la vida de Herodes. Son
dos posturas ante el Señor: aceptarle, y entonces es Suyo todo lo nuestro; o
negarle, prescindiendo de Él, construyendo nuestra vida como si no existiera.
También cabe la postura de combatirlo; esto hizo Herodes.
Nosotros,
como los Magos, queremos llegar hasta Jesús, aunque tengamos que dejar las
cosas que otros aprecian o, por seguir el camino que conduce hasta Belén,
debamos sufrir algún contratiempo.
Cada
propósito que hacemos de seguir a Cristo es como una luz pequeña que se
enciende. El tiempo, la constancia a pesar de las dificultades, el recomenzar
una y otra vez, transforma lo que se inició como algo pequeño y titubeante en
una gran luz: claridad para otros que también andan buscando a Cristo.
«Mientras los Magos estaban en Persia, no veían sino una estrella; pero cuando
dejaron su patria, vieron al mismo Sol de justicia»11.
Hoy,
en la víspera de esta gran fiesta de la Epifanía, nos podríamos preguntar en la
intimidad de nuestro corazón: ¿Por qué a veces dejo que mi vida siga las luces
oscuras de mi capricho, de mi temor, de mi comodidad? ¿Por qué no me acerco
siempre a la luz del Evangelio, donde está mi estrella y mi futuro de
felicidad? ¿Por qué no doy un paso adelante y abandono mi posible situación de
medianía espiritual? Isaías nos dice que todos los hombres son llamados para
venir desde lejos hasta encontrarse con el Salvador12.
El Señor nos dice también –quizá alguno de nosotros no se sienta tan cerca
espiritualmente de Jesús, como debe– que estamos invitados especialmente en
este día. Pongámonos en camino. Con la liturgia de estos días13 pidamos
al Señor que en nuestro caminar nos conceda tal firmeza en la fe, una fe tan
sólida, que alcancemos los dones que nos tiene prometidos.
Muy
cerca de Jesús, como siempre, vamos a encontrar a María.
1 Mt 2,
1. —
2 San
Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 6, 3. —
3 Is 60,
4. —
4 A.
M. Gª Dorronsoro, Tiempo para creer, pp. 76-77. —
5 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 32. —
6 Vísperas
de la Epifanía. Preces. —
7 San
Josemaría Escrivá, o. c., 33. —
8 Mt 2,
2. —
9 A.
M. Gª Dorronsoro. o. c., p. 78. —
10 San
Josemaría Escrivá, o. c., 34. —
11 San
Juan Crisóstomo, l. c., 6. —
12 Is 60,
4. —
13 Cfr. Oración
colecta del jueves antes de Epifanía.
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