Pedro Benítez 08 de enero de 2019
Por
presión externa y realidad interna hoy en Venezuela están planteados dos
escenarios. Siguiendo el ejemplo de dos extintos regímenes comunistas en 1989:
Una transición pactada como en Polonia o un colapso como en Rumania. Vladimir
Putin influye en Maduro con el fin de que logre el entendimiento y la
normalización de las relaciones con la oposición venezolana para estabilizarse.
Pero puede que ya no haya nada que desde la oposición se pueda hacer en ese
sentido.
El
desplome del campo socialista en Europa Oriental entre 1989 y 1991 ocurrió
fundamentalmente por razones internas. La economía y la corrupción de los
funcionarios fueron su talón de Aquiles. La presión por parte de Estados Unidos
y sus aliados fue muy importante, pero tal y como admitieron entonces (y ahora)
los estrategas del Pentágono y la CIA las colas para comprar pan hicieron más
por socavar el poder soviético que la amenaza nuclear.
En
palabras del exembajador en Venezuela y exsubsecretario de Estado de la Administración
de George W. Bush, Otto Reich: “Durante muchos años nadie predijo cómo iba a
terminar la Unión Soviética (…) pero todos sabíamos que era una institución
podrida por dentro”.
Ahora
que de cara al próximo 10 de enero la presión internacional contra la
permanencia en el poder de Nicolás Maduro por parte de gobiernos como los de
Estados Unidos, Brasil, Colombia, Argentina y Chile se va a redoblar será
importante tener en cuenta esa lección de la historia. Porque después de todo
el principal problema para Maduro es que no puede revertir el caos en el que ha
hundido a Venezuela, así como Miguel Díaz-Canel tampoco puede, por cierto,
acabar con la aguda escasez de pan en La Habana que reapareció a fines del año
pasado.
Los
dos tienen el mismo problema porque sus respectivos predecesores decidieron
navegar en el mismo barco. La debacle de la industria petrolera venezolana está
arrastrando fatalmente a Cuba, de la misma manera como ocurrió con la caída de
la URSS en 1991. Una situación como esta se la temía Raúl Castro desde 2013.
La
única carta que le va quedando a Maduro la enseñó en la “entrevista” difundida
el primer día del año por los medios oficiales venezolanos, con el periodista
español Ignacio Ramonet, donde expresa su “disposición de diálogo con sectores
de la oposición”.
Con
una oposición dividida, con numerosos dirigentes en la cárcel o el exilio y con
los principales partidos políticos inhabilitados, el heredero de Hugo Chávez
luce a primera vista dentro de Venezuela como el vencedor absoluto. A costa,
sí, de la destrucción de la economía, de la diáspora de más de cuatro millones
de venezolanos y del quiebre por medio del hambre y la violencia de casi todos
los resortes de resistencia por parte de la sociedad civil.
Y sin
embargo, Maduro pide (y necesita) un nuevo proceso de diálogo para conseguir
estabilidad. ¿La razón? Hay varias, pero hay una de mucho peso: es lo que le
pide Vladimir Putin, su principal valedor internacional. La presión no sólo es
de los adversarios externos, también es de los “aliados”.
A raíz
de su reciente viaje a Moscú (hace exactamente un mes) Maduro no consiguió más
apoyo económico del que ya le ha dado su homólogo ruso. En cambio, obtuvo el
gesto dado por la presencia de dos aviones de la fuerza aérea de esa potencia
en territorio venezolano y una sugerencia que entre líneas recoge la
declaración oficial del Gobierno ruso sobre el encuentro: “Apoyamos sus
esfuerzos dirigidos a lograr el entendimiento mutuo en la sociedad y todas sus
acciones encaminadas a la normalización de las relaciones con la oposición”,
tal como dijo Putin en el encuentro, según recoge RT.
En ese
momento no estaba planteado por parte del Gobierno chavista (al menos
públicamente) ningún proceso de entendimiento con la oposición venezolana.
¿Quién le planteó el tema a quién en esa reunión en Moscú?
Una
pista la podemos encontrar en otra reunión que poco más de un año antes tuvo el
señor del Kremlin con el presidente sirio Bashar al-Ásad, en un balneario del
Mar Negro. En esa cita, al tiempo que Putin anunciaba el fin de las operaciones
militares, manifestaba la necesidad de establecer un diálogo entre el régimen
sirio y su oposición. Sin otra alternativa, Al-Asad ha tenido que aceptar la
condición de su protector.
La
lógica de Putin hacia Maduro no es muy distinta. Como buen pragmático sabe que
un régimen político no se puede sostener indefinida y exclusivamente por la
fuerza y en medio del caos. Por otro lado, a Rusia le es muy difícil asistir
militar y económicamente a un país como Venezuela por mucho tiempo, por lo
tanto el autócrata ruso aplica el adagio según el cual “ayúdate, que yo te
ayudare”.
Su
consejo para Maduro es que si quiere estabilizarse tiene que llegar a algún tipo
de acuerdo con la oposición que le sirva para bajar la presión externa y poner
en orden la casa.
El
problema es que probablemente esto ya no sea ni posible ni suficiente. Un
proceso de diálogo entre Gobierno y oposición en Venezuela debe tener un objeto,
de lo contrario no tiene sentido. Eso implicaría una negociación que desde el
punto de vista de la oposición tiene un solo fin: un acuerdo político para la
realización de un proceso electoral libre que permita la salida de Maduro del
poder pacíficamente. Después de todo este es el deseo de la mayoría de los
venezolanos.
Evidentemente
este no es el deseo de Maduro. Él pretende un nuevo proceso de diálogo para
conseguir estabilidad. Sin embargo, esto es algo que la oposición (aunque
quisiera) no le puede dar.
Sí el
día de mañana la Asamblea Nacional (AN) de mayoría opositora y sus principales
dirigentes reconocieran la legitimad del mandato de Maduro hasta enero de 2025
(que es lo que él desea) y le aprobaran el financiamiento externo que pide, no
se resolvería ninguno de los problemas económicos de Venezuela.
Maduro
necesita desmontar todo el entramado chavista en la economía y la sociedad para
revertir la debacle nacional. Por el contrario, lo que ha hecho desde la
instalación de su cuestionada Asamblea Nacional Constituyente (ANC) en agosto
de 2017 le bloquea la posibilidad de dar ese drástico cambio. Pareciera que se
ha amarrado las manos con sus propios radicales.
De
modo que en Venezuela, por la presión externa y la realidad interna, están
planteados hoy dos escenarios. Siguiendo el ejemplo de los regímenes comunistas
de Europa Oriental podríamos hablar de una salida a la polaca y otra a la
rumana.
En
1989 el dictador de Polonia, el general Wojciech Jaruzelski, negoció con el
sindicato Solidaridad de Lech Wałęsa unas elecciones que terminaron por sacar
del poder al régimen comunista. Esa fue una transición pactada. Dado el
extraordinario desempeño económico de Polonia desde entonces ese pareciera ser
el camino ideal para que Venezuela deje atrás la era chavista.
Pero
hay otro ejemplo, de otro Estado comunista, donde ocurrió exactamente lo
contrario. En Rumania, donde la dura política de Nicolae Ceaușescu que sometió
a la población en los años 80 a drásticos recortes en el consumo de alimentos,
vestido, agua corriente y energía eléctrica, derivó en una revuelta popular en
1989 y en la pérdida del apoyo por parte del Ejército al dictador.
Unos
meses antes el líder soviético Mijaíl Gorbachov le había aconsejado a Ceaușescu
que abandonara el poder; no le hizo caso y eso le costó la vida. Así que, al
contrario del caso polaco, el régimen comunista rumano acabó por colapso.
En
Venezuela las actuales condiciones del país y su propio pasado político hacen
más probable el escenario rumano. A excepción de la democracia representativa
que dominó en el país durante los 40 años previos a la llegada de Chávez al
poder (y le dio paso a este pacíficamente) todos los demás regímenes políticos
terminaron por colapso. Un dato a tener en cuenta.
Por
supuesto que el escenario que Maduro espera se repita es el de la Cuba
posterior al Periodo Especial (1991-1999). Durante casi una década la vida
cotidiana de los cubanos retrocedió al siglo XIX (y en determinadas situaciones
a la Edad de Piedra) pero Fidel Castro sobrevivió en el poder. Su gran salvador
fue Hugo Chávez y el jugoso subsidio petrolero venezolano a partir de 1999. En
este punto la pregunta que cabe hacerse es: ¿Dónde está el Chávez que Maduro
necesita? Mientras esa pregunta espera respuesta Raúl Castro se prepara para lo
peor.
Pedro Benítez
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