Francisco Fernández-Carvajal 01 de enero de 2019
—
Santa María, Madre de Dios.
—
Madre nuestra. Ayudas que nos presta.
— La
devoción a la Virgen nos lleva a Cristo. Comenzar el nuevo año junto a Ella.
I. Hemos
contemplado muchas veces a María con el Niño en sus brazos, pues la piedad
cristiana ha plasmado del mil formas diferentes la festividad que hoy
celebramos: la Maternidad de María, el hecho central que ilumina toda la vida
de la Virgen y fundamento de los otros privilegios con que Dios quiso
adornarla. Hoy alabamos y damos gracias a Dios Padre porque María concibió a su
Único Hijo por obra y gracia del Espíritu Santo, y, sin perder la
gloria de su virginidad, derramó sobre el mundo la luz eterna, Jesucristo
nuestro Señor1.
Y a Ella le cantamos en nuestro corazón: Salve, Madre santa, Virgen,
Madre del Rey2,
pues realmente la Madre ha dado a luz al Rey, cuyo nombre es eterno; la
que lo ha engendrado tiene al mismo tiempo el gozo de la maternidad y la gloria
de la virginidad3.
Santa
María es la Señora, llena de gracia y de virtudes, concebida sin pecado, que es
Madre de Dios y Madre nuestra, y está en los cielos en cuerpo y alma. La
Sagrada Escritura nos habla de Ella como la más excelsa de todas las criaturas,
la bendita, la más alabada entre las mujeres, la llena de
gracia4, la que todas las generaciones llamarán bienaventurada5.
La Iglesia nos enseña que María ocupa, después de Cristo, el lugar más alto y
el más cercano a nosotros, en razón de su maternidad divina. Ella, «por la
gracia de Dios, después de su Hijo, fue exaltada sobre todos los ángeles y los
hombres»6. Por ti, Virgen María, han llegado a su cumplimiento
los oráculos de los profetas que anunciaron a Cristo: siendo Virgen, concebiste
al Hijo de Dios y, permaneciendo virgen, lo engendraste7.
El
Espíritu Santo nos enseña en la Primera lectura de la Misa de hoy que, al
llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer,
nacido bajo la Ley...8.
Jesús no apareció de pronto en la tierra venido del cielo, sino que se hizo
realmente hombre, como nosotros, tomando nuestra naturaleza humana en las
entrañas purísimas de la Virgen María. Jesús, en cuanto Dios, es engendrado eternamente,
no hecho, por Dios Padre desde toda la eternidad. En cuanto hombre, nació, «fue
hecho», de Santa María. «Me extraña en gran manera –dice por eso San Cirilo–
que haya alguien que tenga alguna duda de si la Santísima Virgen ha de ser
llamada Madre de Dios. Si nuestro Señor Jesucristo es Dios, ¿por qué razón la
Santísima Virgen, que lo dio a luz, no ha de ser llamada Madre de Dios? Esta es
la fe que nos transmitieron los discípulos del Señor, aunque no emplearan esta
misma expresión. Así nos lo han enseñado también los Santos Padres»9.
Así lo definió el Concilio de Éfeso10.
«Todas
las fiestas de Nuestra Señora son grandes, porque constituyen ocasiones que la
Iglesia nos brinda para demostrar con hechos nuestro amor a Santa María
–comenta San Josemaría Escrivá–. Pero si tuviera que escoger una, entre esas
festividades –añade–, prefiero la de hoy; la Maternidad divina de la Santísima
Virgen (...).
»Cuando
la Virgen respondió que sí, libremente, a aquellos designios que el Creador le
revelaba, el Verbo divino asumió la naturaleza humana: el alma racional y el
cuerpo formado en el seno purísimo de María. La naturaleza divina y la humana
se unían en una única Persona: Jesucristo, verdadero Dios y, desde entonces,
verdadero Hombre; Unigénito eterno del Padre y, a partir de aquel momento, como
Hombre, hijo verdadero de María: por eso Nuestra Señora es Madre del Verbo
encarnado, de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad que ha unido a sí
para siempre –sin confusión– la naturaleza humana. Podemos decir bien alto a la
Virgen Santa, como la mejor alabanza, esas palabras que expresan su más alta
dignidad: Madre de Dios»11.
A
Nuestra Señora le será muy grato que en el día de hoy le repitamos, a modo de
jaculatoria, las palabras del Avemaría: Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros.
II.
«Nuestra Madre Santísima» es un título que damos frecuentemente a la Virgen, y
que nos es especialmente querido y consolador. Ella es verdaderamente Madre
nuestra, porque nos engendra continuamente a la vida sobrenatural.
«Concibiendo
a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo,
padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó en forma enteramente
impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la
ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas.
Por eso es nuestra Madre en el orden de la gracia»12.
Esta
maternidad de María «perdura sin cesar... hasta la consumación perpetua de
todos los elegidos. Pues, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión
salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los
dones de la salvación eterna. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su
Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligro y ansiedad hasta que sean
conducidos a la patria bienaventurada»13.
Jesús
nos dio a María como Madre nuestra en el momento en que, clavado en la cruz,
dirige a su Madre estas palabras: Mujer, he ahí a tu hijo. Después dice
al discípulo: He ahí a tu madre14.
«Así,
de un modo nuevo, ha legado su propia Madre al hombre: al hombre a quien ha
transmitido el Evangelio. La ha legado a todo hombre... Desde aquel día toda la
Iglesia la tiene como Madre. Y todos los hombres la tienen como Madre.
Entienden como dirigidas a cada uno las palabras pronunciadas desde la Cruz»15.
Jesús
nos mira a cada uno: He ahí a tu madre, nos dice. Juan la acogió
con cariño y cuidó de Ella con extremada delicadeza, «la introduce en su casa,
en su vida. Los autores espirituales han visto en esas palabras, que relata el
Santo Evangelio, una invitación dirigida a todos los cristianos para que
pongamos también a María en nuestras vidas. En cierto sentido, resulta casi
superflua esa aclaración. María quiere ciertamente que la invoquemos, que nos
acerquemos a Ella con confianza, que apelemos a su maternidad, pidiéndole que
se manifieste como nuestra Madre (Monstra te esse Matrem. Himno
litúrgico Ave maris stella)»16.
Al darnos Cristo a su Madre por Madre nuestra, manifiesta el amor a los suyos
hasta el fin17. Al aceptar la Virgen al Apóstol Juan como hijo suyo muestra
Ella su amor de Madre con todos los hombres.
Ella
ha influido de una manera decisiva en nuestra vida. Cada uno tiene su propia
experiencia. Mirando hacia atrás vemos su intervención detrás de cada
dificultad para sacarnos adelante, el empujón definitivo que nos hizo
recomenzar de nuevo. «Cuando me pongo a considerar tantas gracias como he
recibido de María Santísima, me parece ser como uno de esos santuarios marianos
en cuyas paredes, recubiertas de exvotos, solo se lee esta
inscripción: “Por gracia recibida de María”. Así me parece que estoy yo escrito
por todas partes: “Por gracia recibida de María”.
»Todo
buen pensamiento, toda buena voluntad, todo buen sentimiento de mi corazón:
“Por gracia de María”»18.
Podríamos
preguntarnos en esta fiesta de Nuestra Señora si la hemos sabido acoger como
San Juan19, si le decimos muchas veces, Monstra te esse matrem!
¡Muestra que eres Madre!, demostrando con nuestras obras que deseamos ser
buenos hijos suyos.
III. La
Virgen cumple su misión de Madre de los hombres intercediendo continuamente por
ellos cerca de su Hijo. La Iglesia le da a María los títulos de «Abogada,
Auxiliadora, Socorro y Mediadora»20,
y Ella, con amor maternal, se encarga de alcanzarnos gracias ordinarias y
extraordinarias, y aumenta nuestra unión con Cristo. Es más, «dado que María ha
de ser justamente considerada como el camino por el que somos conducidos a
Cristo, la persona que encuentra a María no puede menos de encontrar a Cristo
igualmente»21.
La
devoción filial a María es, pues, parte integrante de la vocación cristiana. En
todo momento, hemos de recurrir, como por instinto, a Ella, que «consuela
nuestro temor, aviva nuestra fe, fortalece nuestra esperanza, disipa nuestros
temores y anima nuestra pusilanimidad»22.
Es
fácil llegar hasta Dios a través de su Madre. Todo el pueblo cristiano, sin
duda por inspiración del Espíritu Santo, ha tenido siempre esa certeza divina.
Los cristianos han visto siempre en María un atajo –«senda por donde se abrevia
el camino»– para llegar ante el Señor.
Dios y
Señor nuestro, que por la maternidad virginal de María entregaste a los hombres
los bienes de la salvación, concédenos experimentar la intercesión de aquella
de quien hemos recibido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida23.
Con
esta solemnidad de Nuestra Señora comenzamos un nuevo año. En verdad no puede
haber mejor comienzo del año –y de todos los días de nuestra vida– que estando
muy cerca de la Virgen. A Ella nos dirigimos con confianza filial, para que nos
ayude a vivir santamente cada día del año; para que nos impulse a recomenzar
si, porque somos débiles, caemos y perdemos el camino; para que interceda ante
su divino Hijo a fin de que nos renovemos interiormente y procuremos crecer en
amor de Dios y en servicio a nuestro prójimo. En las manos de la Virgen ponemos
los deseos de identificarnos con Cristo, de santificar la profesión, de ser fieles
evangelizadores. Repetiremos con más fuerza su nombre cuando las dificultades
arrecien. Y Ella, que está siempre pendiente de sus hijos, cuando oiga su
nombre en nuestros labios, vendrá con prisa a socorrernos. No nos dejará en el
error o en el desvarío.
En el
día de hoy, cuando contemplemos alguna imagen suya, le podemos decir, al menos
mentalmente, sin palabras, ¡Madre mía!, y sentiremos que nos acoge
y nos anima a comenzar este nuevo año que Dios nos regala, con la confianza de
quien se sabe bien protegido y ayudado desde el Cielo.
1 Misal
Romano, Prefacio de la Maternidad de la Virgen María.
—
2 Antífona
de entrada de la Misa. —
3 Antífona
3 de Laudes. —
4 Lc 1,
28. —
5 Lc 1,
48. —
6 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 63. —
7 Antífona
Magnificat del 27 de diciembre. —
8 Gal 4,
4. —
9 San
Cirilo de Alejandría, Carta 1, 27-30. —
10. Dz-Sch,
252. —
11 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 274. —
12 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 61. —
13 Ibídem,
62. —
14 Jn 19,
26-27. —
15 Juan
Pablo II, Audiencia general, 10-I-1979. —
16 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 140. —
17 Cfr. Jn 13,
1. —
18 Masserano, Vita
di San Leonardo da Porto Maurizzio II, 4. —
19 Cfr. Jn 19,
27. —
20 Conc.
Vat. II, Ibídem, 62. —
21 Pablo VI,
Enc. Mense Maio, 29-IV-1965. —
22 San
Bernardo, Hom. en la Natividad de la B. Virgen María, 7.
—
23 Oración
colecta de la Misa.
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