Por Carlos M. Montenegro
Fue en La Guaira empezando
los ‘60 cuando desembarqué por primera vez en tierra venezolana, Cuando
conocí Caracas la sorpresa fue grande pues era una ciudad muy moderna, puesta
en un paraje único lleno de vegetación, era como un jardín con un ligero
desaliño. Venezuela era un país saliendo de una dictadura que al lado de otras,
incluso las de nuevo cuño, resulto más bien blanda.
La palabra democracia era
profusamente usada, en exceso diría, por los políticos a cargo de aquella
especie de transición; el gobierno de Betancourt aún no las tenía todas
consigo, pues le tocó inaugurar un nuevo baile pero bailando con la más fea, y
no andaba descaminado el hombre, ya que a lo largo de su mandato tuvo que
aguantar un atentado afortunadamente fallido y varios embates por parte de los
militares de entonces, aún con maneras perezjimenistas, y al mismo tiempo tuvo
que fajarse con la izquierda, la misma con la que había flirteado desde joven,
debido al compromiso adquirido con sus socios políticos de la quinta Punto
Fijo, donde decidieron sacar del juego a los comunistas, que terminaron
por echarse al monte a lo “Sierra Maestra” donde fracasaron, pero jodieron
bastante hasta que llegó Caldera.
El otro perenne latiguillo
de los politicastros venezolanos era el del Libertador.¿Por qué no lo
dejarán en paz, y dejan de usarlo cual comodín?, decía el historiador y
eminente bolivariano Manuel Pérez Vila, quien nos impartía clases de historia
en la recién creada Escuela de Periodismo de la Universidad Católica Andrés
Bello, UCAB, sita en el viejo convento de la esquina de Jesuitas, cuando aún se
entregaban los ejercicios escritos con las Olivettis portátiles o las pesadas
Underwoods.
Se quejaba del manoseo del
que era objeto el Libertador por parte de los políticos según les convenía.
Recuerdo una conversación, en que al conocer mi origen español me dijo con su
leve deje gerundense: “mire joven si hay un país en Iberoamérica con un gran
futuro ese es Venezueva” (sic), pues tenía una curiosa dificultad para
pronunciar la “l”.
Aprendimos mucha historia
con Pérez Víla, un verdadero didacta, y a veces suelo evocar su frase, sólo que
dándole un sentido diferente al que el maestro me quiso ilustrar. Entiendo lo
que quería decir don Manuel con su optimista expresión, no exenta de
ingenuidad; bien es cierto que eran tiempos en que el país acababa de abrir una
puerta por donde entraba una brisa que auguraba mejor porvenir.
La realidad es que ha
transcurrido medio siglo desde entonces y el profesor Pérez Vila nunca imaginó
la clase de futuro en que devino Venezuela y cuán lejos lo vislumbramos.
Ha transcurrido más de media
vida y seguimos anclados en la Arcadia del presente, como dijo Antonio Machado,
no sin la contribución de la IV República tan denostada por unos y añorada por
otros, que hizo políticamente tan poco por el futuro de Venezuela, estimulando
de una u otra forma que nos llegara la V
Disculpen si no entro en más
detalles, se puede explicar con un sabio refrán: “el uno por el otro y la casa,
sin barrer”.
En Venezuela han abundado
presidentes democráticos de todas las raleas, por supuesto elegidos
democráticamente; claro que casi siempre eso ha sido una excelente coartada
para saltarse las reglas del juego y sobrepasar los límites de lo que se les
encomendó, con los resultados que todos conocemos. Dónde quedaron las promesas
hechas en sus campañas maravillosas en que se le aseguraba al pueblo cosas
como: “llegaremos al mar de la felicidad…; y si me votan, vamos a implementar…;
construiremos autopistas…; habrá sanidad para todos…; edificaremos
escuelas…; nos bañaremos en el Guaire…; no habrá más niños de la
calle…; haremos ferrocarriles a lo largo y ancho…y ¡haremos… haremos…
haremos…!”.
¿Cuántas veces prometieron
esas y otras maravillas, y, dónde están? Acuérdense de aquel “futuro”, mientras
esperamos que llegue con la esperanza de que sea antes que la eternidad.
En la actual república tras
casi 20 años no hay que ser profeta para comprobar que somos un país de futuro,
y si me apuran sin futuro, viendo cómo ni siquiera las promesas originarias se
cumplen sino que se ignoran por completo. El gobierno no termina de ejecutar
nada pues casi nada ha comenzado bien, lo realmente substancial está en un
terreno de nadie, disociado de lo que la gente quiere y que no les parece
importar; estaría bien que no nos dijeran cuánto nos quieren, bastaría que
nos quisieran.
Las promesas han quedado
regadas por el camino pudriéndose como tantas cosas. El pueblo sólo pide
trabajo, para poder comer, sin exigir mucho; que lo atiendan si se enferma y a
ser posible que lo curen, que no lo maten hoy y poder llegar a casa, que mañana
será otro día. No ve luz al final del túnel y en el túnel tampoco, pues los
bombillos, aunque de bajo consumo, están apagados porque no llega la corriente,
con lo que el tiempo corre “sin ver luz”. Mientras, los responsables no sé cómo
se las arreglan, van rompiendo todo, hasta el futuro – qué afán – y eso que tratan
de esmerarse en que todo luzca normal, prometiendo perniles y “Claps” para
todos (sus prosélitos, claro) y mucho futuro para tratar de alargar su
presente.
Mientras, el gobierno ha ido
acumulando una deuda internacional de $220 mil millones, la mayor del mundo,
que alcanza el 159% del producto interno bruto. También, desde 1914 se han
incorporado durante el actual gobierno 13 millones de nuevos pobres aspirantes
a cajas Clap, perniles y lo que les den. Contamos con un par de satélites con
nombres patrios que ni siquiera nos pueden dar un servicio telefónico normal, y
otros logros parecidos que no prometieron pero que son presente, y bien
presente de indicativo del verbo tener.
Cuando lleguen los nuevos
políticos, pero bien nuevos espero, ojalá que sean un poco más esmerados y lo
hagan bien, o al menos mejor. Si van a prometer que sea en presente y si lo
cumplen, tanto mejor. Algo es algo
Escribo esto hoy día de los
inocentes, y deseo a todos los lectores de TalCual, a los que lo hacen con
no poco esfuerzo y al resto del mundo “mundial”, lo mejor posible para el año
2019.
30-12-18
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