Américo Martín 07 de enero de 2019
Aunque
alguna razón debe explicarlo, a mí me resulta totalmente incomprensible la
insistencia algo tortuosa de buscarle fallas a la Asamblea Nacional
probablemente para negarle el enorme papel que le corresponde en circunstancias
tan decisivas como las actuales. Eso de encontrarle “la caída” a un poder que
contando con mayoría opositora goza del reconocimiento universal es en realidad
raro y algo borrascoso si recordamos que parte de los que van para el cielo y
van llorando son opositores sin tacha y seguramente sienten sinceramente
extraños temores cuya naturaleza no se nos alcanza si solo la comparáramos con la
ANC y el Poder Ejecutivo.
Deslegitimado
aquel por inconstitucional y colocado éste en estado crítico si la gran
cantidad de países que calificaron de fraudulenta la elección del 30 de mayo no
reconocieran el 10 de enero la reelección de Nicolás Maduro.
¿Qué
puede ser más importante para los venezolanos que sufren y desean un cambio de
poder que esa riquísima posibilidad de encontrar una solución de fondo e
incruenta a la tragedia que los azota? ¿No es obvio que rodear de afecto y
defender a la Asamblea Nacional es la primera tarea del orden del día? Tanto,
diría, como la primera del régimen es desacreditarla y asociarla a maniobras
torcidas.
Infamar
al único Poder del país mundialmente reconocido y, por añadidura, controlado
por la oposición, alegando el crítico –por cierto, sin lujo de pruebas- que
algunos diputados se venden, es como pegarnos un tiro para evitar que un
bellaco nos mate en una esquina. Verdad es que la revolución ha hecho de
Venezuela el país más inseguro del Continente, pero sería delirante pretender
acabar con la violencia suicidándonos todos.
En una
confrontación trascendental como la que toca la puerta en Venezuela la Asamblea
Nacional coronó una primera victoria sin necesidad de suicidios. Se había
librado una absurda campaña infamando a los diputados que pactaron la rotación
interanual de la directiva de la Asamblea Nacional. Aseguraron disponer de
pruebas de violación del indicado acuerdo. Resultó falaz. La nueva directiva se
instaló pacíficamente en el histórico 5 de enero del nuevo año.
No
cuestiono la buena fe de los críticos. Mucho desearía que acompañaran a la
Asamblea Nacional, ahora presidida por el lúcido diputado Juan Guaidó. La
crisis es de desenlace improrrogable. El gobierno empeora perdiéndose en el
juego de “ganar tiempo”. ¿Ganarlo? ¡Qué va! Las variables económicas y sociales
empeoran, el PSUV se disuelve en costosas deserciones, los presos militares y
políticos se unen en las cárceles. Venezuela no está sola. El Grupo de Lima
exige al gobierno de Maduro que negocie en serio, con agenda pertinente y
supervisión internacional. La eficacia de cualquier negociación depende de la
fuerza de las partes. La del cambio democrático se incrementa con respaldo
planetario. El marco no es otro que Constitución y elecciones libres.
¿Por
qué el PSUV se arriesgaría a contarse? ¡Hombre! porque en la más compleja de
las situaciones más vale tener abrigo constitucional que alzarse contra todo y
contra todos. De infructuosas operaciones topo a todo están sembrados los
océanos.
Américo
Martín
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