Por Willy McKey
Justo cuando las
consecuencias de las divisiones políticas se hacen evidentes, el nombre de
Rubén González vuelve a recordarnos cuánto ha sido posible.
El líder sindical que
forma parte de los presos políticos que fueron excarcelados esta semana fue
arrestado en noviembre de 2018, después de haberse atrevido a liderar una
protesta de empleados públicos y denunciar que las condiciones salariales de
los trabajadores de Ferrominera y otros sectores públicos eran inhumanas,
frente a la mayor inflación en la historia de Venezuela.
No fue sino hasta
agosto de 2019 que un tribunal militar lo condenó a cinco años de cárcel,
imputándole el delito de ultraje a la Fuerza Armada Nacional.
En resumen, el caso de
Rubén González es un compendio de hechos que dejaría sin argumentos a cualquier
defensor del espíritu obrero y popular de las «revoluciones» del Siglo XXI: un
trabajador y líder sindical de las empresas básicas de Guayana apresado por
protestar y, casi un año después, siendo juzgado por un tribunal militar que lo
condenó a cinco años de cárcel.
No fue mucho lo que
hizo la izquierda internacional, aunque ni siquiera la más descabellada de las
lógicas obreristas podría justificar este exceso.
Las circunstancias
derivando en una incongruencia material e histórica
Ahora bien: ¿qué fue lo
que convirtió a Rubén González en un preso político?
Quizás sea necesario
hacer memoria y remontarse a 2009, pero en especial a 2011: el año del milagro
de Rubén González.
Hace once años, también
por haber liderado una protesta de trabajadores de Ferrominera, Rubén fue
arrestado por órdenes de su patrono: el Estado.
Además, el aparato
judicial y sus retardos procesales lo mantuvieron esperando sentencia hasta
2011, cuando fue condenado a más de siete años de cárcel.
Fue el primer martes de
marzo.
Desde aquel instante,
las protestas de sus compañeros obreros encendieron las calles de Guayana: el
estado Bolívar se transformó en un escenario que ningún Poder está preparado
para confrontar.
Tanto los sindicatos y
los movimientos obreros oficialistas que militaban del lado del PSUV, como las
fuerzas políticas opositoras y sus sectores gremiales dejaron a un lado la
polarización y se encontraron en las mismas calles, exigiendo la liberación de
Rubén González.
Trabajadores
protestando. Trabajadores y punto. Sin adjetivos políticos ni excusas. Sin
atajos calificativos que dieran lugar a la solidaridad automática ni a su
reverso.
La fuerza de las
protestas del movimiento obrero, despolarizado y en las calles para defender el
derecho a protestar de su compañero, hizo que en apenas 48 horas el Tribunal
Supremo de Justicia revocara la sentencia y Rubén González quedara en libertad.
Fue el primer jueves de
marzo.
¿Por qué, después de
nueve años y medio, otra vez estemos frente a la excarcelación de Rubén
González?
¿Cómo es que nos dicen
que le han sido perdonados, por segunda vez, delitos que no había cometido?
¿Qué fue lo que cambió
para que, en lugar del milagro en las calles de 2011, esta vez Rubén González
sólo recibiera los silencios de la pandemia de 2020?
Esta vez, la pelea de
los obreros no consiguió lugar en las calles. Un nuevo contexto político ha
reconfigurado los intereses y hay poderes que no se permitirían un nuevo
quiebre.
Además, todos los
demonios despertados por el Arco Minero han transformado las dinámicas humanas
de Guayana.
Y ahora las trampas del
presente vuelven a ponernos frente a Rubén González excarcelado, pero seguimos
sin recordar de lo que fuimos capaces.
Es como si aquella idea
de que fuerzas políticas distintas sean capaces de ponerse al servicio de una
misma idea de justicia todavía nos resulte demasiado ajena… incluso cuando
tengamos como antecedente aquel milagro de 2011
Tanto que el exceso de
que un civil haya juzgado por un tribunal militar, como si un líder obrero
tuviera tropas a su mando, ha quedado eclipsado, arrasado por el azogue de la
cárcel.
Una condena militar fue
aplicada a un civil, pero ese mismo aparato judicial hoy nos quiere hacer creer
que lo perdona
Todo eso ahí, en el
incompleto relato de nuestra historia política reciente, una línea de
tiempo donde hasta las victorias nos quedan borrosas.
Acompañar a Rubén
González tiene que pasar por la idea de entenderlo: como preso político y como
fenómeno que pone en evidencia la idea de una lucha común como algo posible
Es urgente que lo
hagamos.
Y más ahora, cuando
todo indica que no será desde arriba que caigan los encuentros.
03-09-20
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