Miguel Méndez Rodulfo 14 de septiembre de 2020
Desde
que se comenzó a vislumbrar el alcance de la pandemia, diversos autores
empezaron a elaborar pronósticos muy bien sustentados que apuntaban a cambios
estructurales en el modelo de desarrollo global que había regido hasta entonces.
La crisis hizo patente que el crecimiento económico, como lo conocíamos, era
muy difícil de recuperar una vez superado el Covid 19. La manera como se fueron
apagando los motores económicos en forma paulatina, pero sistemática, el
rompimiento de las cadenas mundiales de suministro, la paralización del
transporte aéreo y marítimo, creó de la nada un colapso sistémico y produjo una
caída abismal en toda la economía global como no se había conocido antes en la
historia de la humanidad. Esto sirvió el escenario para que resaltaran con
nitidez las falencias de la globalización, con su estrategia de producir
barato, alejando la manufactura de los centros de producción y de consumo. Al
fallar la provisión de bienes, al caerse el suministro de los proveedores, las
fábricas de países que aún no habían sido sometidas a cuarentena, no pudieron
producir. Ello reveló la necesidad estratégica de contar con proveedores
cercanos, diversificar el suministro y no estar atados a lejanos, baratos y
exclusivos centros de producción.
Por
otra parte, la producción económica externalizada en Asia, lo es porque se basa
fundamentalmente en mano de obra sub pagada, nulos o escasos derechos
laborales, jornada laboral extensa, muchas veces trabajos de menores, mujeres y
ancianos (incluso presos) pagados a precios irrisorios; pero también se basa en
la agresión al ambiente. Es emblemático el envenenamiento de ríos, cuyas aguas
se utilizan para riego agrícola, en países asiáticos de intensa fabricación
textil, cuyas descargas de tintes químicos se hacen directamente a los cauces
de los ríos. La ropa barata que viene de Asia y que los consumidores
occidentales asumen como indumentaria de desecho, ha extinguido la manufactura
de vestimenta en Europa y USA, con la consecuente pérdida de empleos,
inversiones y desarrollo tecnológico. El hecho es que al no contabilizarse los
costos ambientales por el daño producido al suelo y los cuerpos de agua, se
está disfrazando el valor real de los artículos producidos. Siendo el cambio
climático un problema global, no es que lo que se contamine en Asia deje de
repercutir en Europa: incide igual.
En
otro sentido, el modelo de desarrollo global que ha adoptado el vértigo del
ciclo económico, la urgencia de transformar masivamente bienes del suelo
(agrícolas o mineros) en productos terminados, industriales o tecnológicos, que
se diseminan de manera fulgurante por las cadenas de suministro de valor por
todo el orbe, produciendo grandes riquezas y millonarios instantáneos, ya
mostraba signos de agotamiento y la pandemia evidenció que luce insostenible.
Pareciera que un ciclo histórico se ha cerrado y que comienza otro más
reflexivo y pausado, centrado en producir con arreglo al cuidado del ambiente,
remunerando bien y formando adecuadamente al capital humano, de manera que los
consumidores puedan pagar el justo valor que cuestan los bienes producidos
ecológicamente.
Claro
que ninguna era se extingue sin luchar contra las nuevas formas de hacer las
cosas. De manera que veremos resistencias en las industrias, gobiernos y grupos
de presión. Amenazas de pérdidas de empleo, disminución de ingresos fiscales,
baja en la actividad económica, desaparición de ramas industriales, etc. En los
siguientes años veremos una aparente prevalencia del modelo actual, pero un
inexorable avance de una nueva economía basada en los postulados de eso que
llaman la nueva normalidad.
Miguel
Méndez Rodulfo
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico