Ismael Pérez Vigil 31 de octubre de 2020
Difiero en varios puntos con las propuestas políticas
de varias de las personas que mencionaré en este artículo, en el cual hago una
pausa en el análisis político para reflexionar sobre un tema, que también tiene
su trasfondo político, pero de manera indirecta.
Con respecto a Leopoldo López, aunque difiera en
varias de sus propuestas políticas, me alegra sobremanera que se haya fugado;
sí, fugado, porque soy de los que cree que los capitostes del régimen no son
estúpidos como para haber dejado libre a alguien tan carismático como Leopoldo
López, que les puede hacer tanto daño ante la opinión pública internacional,
con solo relatar su experiencia de siete años privado injustamente de libertad,
tras un juicio totalmente amañado.
Su fuga y posterior viaje a Madrid, no creo que se
merezca los comentarios y diatribas que se levantaron en su contra en las redes
sociales, tratándolo de traidor, vendido, insinuando y dejando entrever sucias
negociaciones, omitiendo cualquier tipo de argumento, pero si emitiendo cientos
de insultos y descalificaciones. Por ejemplo, pienso en lo ruin y miserable que
deben tener el alma los que criticaron a Laureano Márquez por comentar
favorablemente la foto de Leopoldo con sus pequeños hijos. A mí también me
conmovió mucho esa foto de Leopoldo con sus hijos y esposa y aprovecho para
decir –ahora en serio–, algo que siempre dije en broma a mi esposa, hijos y
amigos: que si algún día –caso muy improbable, espero– a mí me metieran
injustamente preso como a Leopoldo López, yo quiero que me defienda Lilian
Tintori.
No logro entender la mezquindad y juicios que se
hicieron, hoy contra Leopoldo, pero ayer contra Henrique Capriles y Juan Guaidó
y antes de ayer contra Julio Borges, Ramos Allup y así sucesivamente, sobre
tantos otros que han pasado por esa “molienda de líderes” –la “liderofagia” de
que habla Tulio Hernandez– en que algunos han convertido a la oposición
venezolana. En muchos casos ni siquiera se argumenta sobre sus posiciones
políticas, pues lo que se profiere son meros insultos y
descalificaciones.
De esa debacle no han escapado, entre otros, Moisés
Naim y Ricardo Hausmann recientemente; uno por haber hecho comentarios
negativos sobre Donald Trump y el otro por defender a su hija y el derecho que
tiene de decir que votará por Biden. En realidad, ni siquiera hace falta decir
que se apoya a Biden, basta con que al hablar de las elecciones norteamericanas
no se grite: ¡Viva Trump!, o ¡Biden comunista!, para ser insultado. Las
elecciones norteamericanas, en las que nos hemos involucrado –como si fueran
nuestras o no fuera para nosotros lo mismo, en el fondo, cualquier resultado–,
afortunadamente concluirán la semana que viene y el pueblo estadounidense se
verá finalmente librado de esa pava que le cayó de tener que escoger entre el
malo y el peor, sin pronunciarme sobre quien es el malo y quien el peor, para
ahorrarme insultos.
Pero no es necesario ser político en Venezuela o
candidato presidencial en los Estados Unidos para caer bajo la ira de la “santa
inquisición, savonaroliana, indignada”, otros han caído por otras cosas; por
ejemplo, la Conferencia Episcopal Venezolana, o el Papa, blanco favorito de
muchos, esta vez con su reciente encíclica, Fratelli Tutti, que probablemente
sus críticos ni siquiera han leído las más de 80 páginas y se conforman con las
interpretaciones erradas de algún periodista norteamericano. Pronto caerá
también en esa diatriba el padre Luis Ugalde, que tuvo la osadía de comentar
favorablemente al respecto en su penúltimo artículo (Libertad y Fraternidad, El
Nacional, 16 de octubre de 2016) al decir que a algunos “Les escandaliza que el
Papa diga que “el mercado no resuelve todo” y que “la libertad de mercado no
basta”. Yo creía que este principio defendido por los clásicos liberales era
obvio.”, escribió el Padre Ugalde.
Pero si se libra de esa el Padre Ugalde, no se librará
por lo que dijo en su último artículo (Capitulación Revolucionaria, 30/10/2020)
que circula en las redes sociales desde ayer, en el cual afirma: “Empecemos el
cambio lo más civilizadamente posible negociando los otros pasos para la
transición, e iniciar el nuevo año poniendo los cimientos para la
reconstrucción, incluyendo a toda la sociedad, excepto los que se excluyen
aferrados a su conducta delincuencial… Fueron y son legítimas las aspiraciones
de la población que hace 22 años dieron el triunfo a Chávez.” ¡Qué horror!,
¡Hablar de negociación y legítimas aspiraciones de quienes votaron por Chávez!,
¡Como se ve que este es un jesuita comunista, compinche de Francisco!… En
realidad, el Padre Ugalde se libra porque su artículo tiene dos páginas y
muchos de los “críticos” no alcanzan a leer o reflexionar más allá de 280
caracteres. También se libra Bernardo Klisberg, por el momento, quien en su
artículo de esta semana (La pregunta de Francisco, El Universal, 28/10/2020) se
atreve a comentar favorablemente la encíclica, concluir con una frase de la
misma e invitarnos a pensar al respecto.
Pero lo que hasta ahora he referido, y que pudiera
seguir hasta el infinito, no es más que un síntoma. Lo grave, lo que quiero
destacar, lo que es el centro de mi reflexión de esta semana, es que todo esto
no es más que la confirmación de que Hugo Chávez Frías triunfó.
No solo nos derrotó políticamente en varios procesos
electorales y políticos, no solo nos destruyó el país y lo llevó a la más
ignominiosa miseria, no; lo más grave es que logró inocularnos su veneno de
odio, rencor y resentimiento, que hoy circula libremente por nuestras venas, se
nos mete hasta los tuétanos de los huesos y nos empapa el alma. Toda esa
frustración que sentimos, toda esa rabia que reflejamos, todo el veneno que
llevamos por dentro y que volcamos en Twitter y WhatsApp no hace ni mella en los
“prohombres” de este oprobioso régimen, no los toca, pero se ha vuelto contra
nosotros mismos, contra nuestros líderes, buenos, malos o mejores, contra
nuestros partidos políticos, víctimas también del régimen, a los que algunos
critican inmisericordemente, de los que hacemos burla y chistes fáciles, de
humorismo barato y ramplón. No se trata de limitar la crítica, mucho menos
suprimirla, se trata de que no se haga sin argumentar, ni dar razones y la
oportunidad de que los criticados se defiendan, dándoles el beneficio de la
duda.
Será mucho más difícil librarnos de ese veneno que
reconstruir el país, cuando hayamos salido de este oprobioso régimen. Se trata
entonces de meditar y reflexionar acerca de que nos han llenado de odio, de
amargura, de rabia…de miedo, que como bien dice una buena amiga, y con esto
concluyo: “El veneno que los venezolanos llevamos por dentro es muy poderoso.
Nos nubla la vista, nos carcome, nos impide pensar como adultos educados y
racionales… ¡Qué difícil es pensar derecho con este veneno adentro!”
Ismael
Pérez Vigil
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