Carolina Gómez-Ávila 01 de octubre de 2020
Fue en 2001 cuando el felón de la patria anunció que
había comprado un alicate e instituyó el matonismo. Desde entonces, hemos
atravesado muchas coyunturas delicadas. Como la actual, que quizás tenga que
ver con que, en la lucha por llegar al poder, sea prioritario no perder el
poder que ya se haya obtenido.
Así que, con la finalidad de que la Asamblea Nacional
no pierda poder político cuando se consume el fraude programado para el 6 de
diciembre y para conjurar el zarpazo con el que Capriles intenta arrebatarle el
liderazgo a Guaidó, la coalición democrática convoca una consulta popular que
la revalide.
Inoportuna consulta, porque el liderazgo debería estar
abocado a reorientar las deprimentes protestas que exigen servicios básicos e
ingresos dignos a una dictadura que ofrece justo los servicios e ingresos que
le aseguran seguir en el poder. Pero no todos se han dado cuenta de que
protestar por urgencias es torpe y contraproducente, a menos que cada una de
esas protestas termine en la única exigencia que puede unirnos como nación:
elecciones presidenciales y parlamentarias, libres y justas.
Por cierto, si dice «libres y justas» no necesita
pedir que sean «verificables», porque la integridad del proceso de auditorías,
recuento de votos y observación, está en el listado de las condiciones que las
definen internacionalmente. Pero nadie se ocupa de educar sobre lo que implica
esa denominación y no se difunde su contenido.
Estamos pues, justo en el punto en el que aquello que
nos mueve a luchar, es desplazado por aquello por lo que es urgente luchar. En
vez de alzar la voz por unas elecciones presidenciales y parlamentarias, libres
y justas, nuestro liderazgo nos pide que la alcemos para revalidarlo como
nuestra representación necesaria.
Y es verdad que, de no ser ellos, no tendremos
ninguna, porque ya no hay partidos legítimos. También es verdad que no quedará
ninguna institución democrática a partir del próximo 5 de enero, a menos que le
demos legitimidad a la actual Asamblea Nacional.
Esta
es la coyuntura. Si no la atendemos, nos puede dejar incapacitados
políticamente. Estos son los factores y las circunstancias que nos obligan a
posponer lo que realmente debemos hacer. Este es, probablemente, uno de los
momentos más frustrantes en la lucha del pueblo por retornar a la democracia,
porque es difícil de explicar —y de entender— que, para poder tener unas
elecciones presidenciales y parlamentarias, libres y justas, primero tenemos
que asegurarnos de tener representación democrática en ellas.
Carolina
Gómez-Ávila
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