Editorial
Revista SIC Nº 828
Desde su origen
etimológico, la palabra energía (del griego ἐνέργεια “enérgeia”) ha mantenido
su mismo sentido: fuerza o capacidad de acción.
De allí que hablar de
crisis energética, supone entonces toda aquella situación en la cual falla (o
no hay) la capacidad de actuar, cesa la actividad y movimiento, no hay fuerzas
ni ánimos para que las cosas ocurran. Impera así el des-ánimo entendido como la
ausencia de animus: lo inanimado.
Ya los padres del
desierto nos advertían el peligro de la acedia como aquella manera –a ratos
sutil a veces más violenta– por la cual se iba apoderando del monje una suerte
de desidia, de tristeza, de abatimiento, que le llevaba al completo desánimo y
a su consecuente perdición.
Como podemos apreciar,
una crisis de energía no es un tema simplemente de combustible, electricidad u
otras formas de movimiento y transformación, sino en sentido amplio es una
crisis tremendamente grave y delicada de pérdida de la capacidad de acción
general de un país que, si no se atiende y supera a tiempo, nos conduce al
final a la devastación y pérdida de toda vida.
Resulta más que
evidente en la situación que vivimos hoy en Venezuela, que el país se encuentra
detenido. Lo dicen los analistas y lo reflejan sus números, pero sobre todo lo
sabemos y lo sufrimos los ciudadanos normales, los venezolanos sencillos. Basta
con ver las enormes y kilométricas filas de vehículos esperando en las calles
de todas las ciudades y poblaciones del país para tratar de obtener algo de
gasolina. Cierta y literalmente, un país sin combustible es un país que se
detiene. Se detienen sus ciudadanos al no poder movilizarse, se paralizan las
actividades regulares, la vida normal se trastoca y se afecta. El país todo se
va quedando sin fuerzas, sin capacidad de acción, sin “enérgeia”.
Igual ocurre con la
falta de electricidad, con la falta de gas doméstico, con la falta de agua… y
ahora ha comenzado a presentarse la amenaza de la carencia de diésel, como
efecto de las sanciones económicas-políticas aplicadas al gobierno de Nicolás
Maduro y a la República de Venezuela.
Nos alerta un estudio
realizado sobre la opinión de expertos en la materia: “[…] en una nación
donde no hay producción suficiente para abastecer a sus propias regiones, la
paralización del transporte de carga por falta de diésel, hará imposible el
acceso a bienes y servicios de primera necesidad”. El principal efecto de esta
sanción sería la afectación directa al sector transporte (cargas, alimentos y
pasajeros). El 85 % del transporte de carga, así como el 70 % de la población
de Venezuela, depende del diésel para movilizarse.
De igual manera, se
afectaría la generación de energía eléctrica. El diésel es usado como
combustible principal de la plantas en varias zonas del territorio nacional, lo
cual llevaría a que el país entero dependa del aporte de El Guri. Así mismo,
las plantas eléctricas de respaldo usadas en casi todas las clínicas privadas,
y posiblemente en una cantidad importante de hospitales públicos del país
funcionan con diésel.
Un tercer sector de
alto riesgo lo conforma el suministro de gas. La interrupción del acceso a
diésel impactaría el suministro de gas metano a los consumidores residenciales.
Esta medida afectará el gas que usa el 7 % de la población de las principales
ciudades. De igual forma, se vería una caída en la producción de los líquidos
de gas natural afectando la producción de propano, que es usado para las
bombonas de gas. A la fecha, la producción local solo abastece el 25 % del
mercado.
La
revista SIC no es una publicación técnica, ni pretende serlo. Por
ello, no nos corresponde hacer el análisis de las razones y causas de esta
profunda y preocupante crisis nacional que atravesamos en el sector energético.
Pero sí nos corresponde hacernos las preguntas que increpen y nos conduzcan a
la reflexión. Sí pretendemos alzar la voz por las implicaciones morales de una
terrible situación como esta que vivimos los venezolanos hoy día en nuestro
país.
El 14 de septiembre, se
cumplieron sesenta años de la fundación de la OPEP, organización de la cual
Venezuela no solo ha formado parte desde su inicio, sino que fue principal
promotor de su creación y conformación.
Pero en estos últimos
años, Venezuela ha pasado de tener un papel protagonista y de liderazgo en la
OPEP, a convertirse en un miembro pequeño, de escasa y cada vez menor
producción y con una debilidad tremenda en su nivel de influencia sobre el mapa
energético mundial.
¿Qué pasó? ¿Cómo es
posible haber desperdiciado todo el esfuerzo? ¿Por qué no supimos mantener la
posición de liderazgo y los niveles de calidad y producción? ¿Dónde nos
perdimos?
Pero a estas preguntas
de orden institucional, se le suman otras preguntas más coloquiales –pero más
increpadoras– de la gente en las calles: ¿cuándo llegará la gasolina? ¿Vendrá
una cisterna hoy a la estación? ¿Alcanzará para mi vehículo? ¿Tendré que pasar
otro día más aquí en la espera?
Y es que, precisamente,
en este dilema radica la génesis y razón principal de toda esta crisis. Las
instituciones, el Estado, el Gobierno, la OPEP, Pdvsa, las gobernaciones, las
alcaldías, los consejos comunales, la Asamblea Nacional, los partidos
políticos, etcétera, carecen de sentido si no están allí para darle respuestas
oportunas, reales, efectivas y concretas a los problemas de las personas.
Todo gobierno debe
tener la responsabilidad, es decir la capacidad o habilidad de dar respuestas a
sus gobernados, de lo contrario, no es gobierno.
Entendido así, en
nuestra crisis actual el Gobierno es sin duda alguna el principal responsable.
No ha sabido cómo dar respuestas. No ha podido. No ha querido. Por el contrario
ha quedado en palpable y patética evidencia que las respuestas ideológicas no
solucionan nada, y por el contrario empeoran todo.
Por su parte, la
oposición tampoco ha sabido cómo dar respuestas. No ha podido. No ha querido.
Ninguna acción o petición que represente más enfrentamiento, más conflicto, más
sufrimiento, más penurias, más hambre, más desolación y más muerte, pueden ser
nunca la vía para salir de esta profunda crisis en la que estamos.
Bien lo advertía
Jacques Maritain: el político que lo sacrifica todo al deseo de ver triunfar su
política, es un mal gobernante y un político pervertido.1
Por ello coincidimos y
compartimos el llamado que realiza la Conferencia Episcopal Venezolana al
liderazgo político del país (tanto al oficialismo como a la
oposición), sobre la terrible situación de sufrimiento del pueblo,
golpeado por la profunda crisis económica, social, moral, institucional y
política que vive el país, siendo olvidado por quienes asumieron el rol de
representarlo en el campo político.
Enseña el pensamiento
social de la Iglesia que la política es la forma más excelsa de la Caridad, es
decir, es la manera más sublime de amar a los demás. Pero también puede ser la
forma más cruel y más abyecta de tratarnos y maltratarnos entre los seres
humanos.
Elijamos pues, la forma
correcta de vivir como hermanos, porque si no, avanzaremos inexorablemente por
el camino de la destrucción y la barbarie.
Notas:
1 El fin del
Maquiavelismo. Jacques Maritain.
05-11-20
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