Fernando Rodríguez 02 de noviembre de 2020
Todos sabemos, hasta por vivencia propia, que las
mentiras para cumplir con sus fines, en general poco honestos (aunque las hay
piadosas, blancas) engañar a otros, deben parecer verdades. Si no simplemente
no operan. De manera que implican ciertas cualidades y destrezas. Por el
contrario, la mentira que se muestra como mentira sirve poco al mentiroso y es
posible que le cause más daño que beneficios, para empezar que lo tilden de
mentiroso.
En esta época llamada nada menos que de la posverdad,
tenemos que vivir muy atentos a los que se nos dice porque hasta los medios,
que deberían cuidar su credibilidad, condición de su reputación y sus ventas,
salvo excepciones, por indolencia o por torcidas intenciones, se dedican a
mentir en cantidades antes no conocidas. Tanto que el que aspira a la modesta
condición de estar medianamente informado tiene que hacer a veces
largas caminatas para medio enterarse de noticias de mucha importancia. No
hablemos de las redes.
Y ni hablar de otros que manejan la palabra pública,
los políticos. Y ya todos saben quién es el indiscutido campeón de tan
siniestro comportamiento, el presidente de la primera potencia del planeta,
Donald Trump. Lo cual no es tontería porque sus falaces informaciones sobre
tópicos fundamentales de la humanidad pueden tener consecuencias terribles
para ésta.
Piense no más, para no abundar, en su negación del
cambio climático, concretado, para que no haya equívocos, en su salida del
tratado planetario de París al respecto y en sus reiteradas y categóricas
declaraciones de que se trata de un engaño con el fin de agredir la industria
americana. Esta es justamente una de esas mentiras malas, cazurras, en que
nadie sensato puede creer. Que niegan no solo la ciencia mundial establecida
sino la ferocidad creciente de los diversos desastres muy tangibles que
comienzan a destrozar el planeta y que a lo mejor lo matarán. Es una
posmentiroso, tanto que reconocidos diarios han comenzado a llevar día a día
las cuentas de las hazañas de ese irresponsable inigualable de la palabra. Ojalá
en un par de días no tengamos que volverlo a oír.
No vamos a tocar el tema grave, kantiano por
antonomasia, de que si nos permitimos mentir estamos postulando una sociedad de
mentirosos que resultaría invivible, que se autodestruiría.
Pero queríamos terminar en la patria, El caso
Maduro está tomando ribetes poco comunes, aun en la era. Y mire que el chavismo
desde sus inicios mismos ha mentido a más no poder y con malas y reiterativas
mentiras. Mentiras extremas e insostenibles, que los hacen adelantados de esta
posmentira. Magnicidios que una vez sostenidos nadie averigua y a los tres días
ni los periódicos oficiales les paran. Presos acusados de horribles delitos,
que luego no vuelven a nombrar o cambian por otros a conveniencia.
Culpas a otros, hasta a animalejos, de los garrafales
o criminales errores gubernamentales, casi siempre corruptelas. Fraudes
electorales. Ridícula e incoherente reinvención de la historia nacional. Y pare
usted de contar.
Pero es que de un tiempo a esta parte las mentiras se
han vuelto tan mentirosas, tan inverosímiles, que ni siquiera merecen el
remoquete de mentiras o falsedades. Por ejemplo, el remedio, cien por ciento,
del coronavirus que descubrieron en Pipe, vía el vampiro de Valencia.
Eso no lo creyó, al menos no lo destacó suficientemente
ni siquiera la prensa arrastrada que aplaude siempre al gobierno y que esta vez
ha debido dedicar el número entero a una hazaña que debería poner de rodillas
ante nosotros a la especie entera, liberada de la atroz pandemia que mata
hombres y destruye economías.
Con lo de López realmente perdió los estribos. No solo
degradó al hasta entonces intocable ministro del interior, sino que atacó
a Pedro Sánchez, y se entiende porque realmente es un escupitajo el que le
propinó recibiendo a Leopoldo López, pero casi al mismo tiempo alabó a Borrell,
su compañero de partido, quien fue su canciller y lo representa en Europa,
reiterándole su beneplácito si viniese a observar las prístinas elecciones
parlamentarias. Cacofonías cerebrales.
Pero lo que no tiene nombre es la acusación de que le
salvó la vida dos veces a López porque Antonio Ledezma (sic) E Isaías
Baduel (sic) querían asesinarlo en diversas ocasiones. Juzgue usted, pregúntese
usted. Inquiétese, todo está permitido, hasta las más mentirosas mentiras.
Fernando Rodríguez
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