Trino Márquez 09 de diciembre de 2020
@trinomarquezc
El 6D, el gobierno apenas logró acarrear alrededor de
15% de los votos del Registro Electoral Permanente (REP), a pesar de los puntos
rojos, el ventajismo grosero en los medios de comunicación y los organismos
públicos, las amenazas y los chantajes. Con ese minúsculo porcentaje, Nicolás
Maduro conseguirá de nuevo la hegemonía total del Estado, pero no el
reconocimiento internacional. La mayoría de los países democráticos han
desconocido y ratificado la condena a esas elecciones.
La captura de la Asamblea Nacional era un trámite
innecesario. Maduro ya contaba con la asamblea constituyente, de carácter
originario y plenipotenciario, y con el tribunal de Maikel Moreno y sus
muchachos, intérpretes inapelables del texto constitucional. Se trató de un
capricho. Él, gran ventrílocuo, quería tener un nuevo muñeco que le amplificara
las palabras y satisficiera sus deseos.
Lo logró, aunque con una participación escuálida y un
impacto muy negativo en el plano nacional e internacional. El gobierno no pudo
abultar la concurrencia a los centros de votación, para encubrir el fracaso de
la convocatoria. Le resultaba imposible mostrar imágenes de procesos
anteriores, como sucedió en otras ocasiones. En la elección de la constituyente
en 2017 y en la reelección de Maduro en 2018, según las cifras oficiales, los
venezolanos se habían volcado por millones a depositar su voto en las urnas
electorales. Imágenes trucadas mostraron algunos centros repletos de gente. En
esta oportunidad, el CNE había prometido que garantizaría las medidas de
bioseguridad en los centros electorales. Con esa oferta, se puso la soga al cuello.
Se obligó a mostrar los votantes llevando el tapaboca y manteniendo el
distanciamiento social. Esa aguda acotación la formuló Héctor Manrique en un
tuit la noche del domingo. De todas maneras, los rectores sacaron el
escalímetro para ubicar la abstención en menos de 70%, con lo cual mejoraron
los números proyectados por todas las encuestadoras serias, entre ellas,
Consultores 21.
Las famélicas cifras del 6D contrastan con las
conseguidas en las elecciones parlamentarias de 2015. De este hecho han tomado
debida nota los factores internacionales de poder. En esa ocasión votó 70% del
REP. Los diputados opositores obtuvieron casi ocho millones de papeletas.
Ganaron la mayoría calificada de la Asamblea Nacional en una honrosa batalla
contra el ventajismo oficial. El gobierno ahora dice que la participación cayó
40% con relación a 2015, porque pasó de setenta por ciento a treinta por
ciento. Están raspados también en matemáticas, como en todo lo demás. Los datos
del CNE hablan de puntos porcentuales, no de porcentaje absoluto. La verdad es
que la concurrencia retrocedió casi 55%. Esa cita era demasiado insípida.
Carecía de atractivo. Maduro intentó ponerle algo de pimienta con la oferta de
que se iría de Miraflores si perdía. Diosdado Cabello optó por una fórmula más
letal: le puso veneno a la convocatoria, amenazando a quienes no votaran con
quitarles la comida. En otro país habría recibido una sanción ejemplar por
chantajear de esa forma tan obscena. Aquí quedó solo como una treta miserable.
Ni la zanahoria, ni el mazo les funcionó. La gente decidió no convalidar la
farsa.
Los ciudadanos no fueron a sufragar, no porque ya no
crean en el voto como instrumento de lucha y cambio democrático, sino porque no
creyeron que la consulta del 6D tuviese alguna trascendencia. Conocen muy bien
lo ocurrido en Venezuela con la AN después de su instalación en enero de 2016.
Saben que con Maduro en Miraflores y Moreno en la Sala Constitucional, resulta
imposible lograr algún cambio notable en el desempeño de la AN. Si no se logró
cuando se obtuvo la mayoría calificada, menos aún en medio de un cuadro
depresivo tan agudo como el que atraviesan los sectores democráticos.
Lo logró, aunque con una participación escuálida y un
impacto muy negativo en el plano nacional e internacional. El gobierno no pudo
abultar la concurrencia a los centros de votación, para encubrir el fracaso de
la convocatoria. Le resultaba imposible mostrar imágenes de procesos
anteriores, como sucedió en otras ocasiones. En la elección de la constituyente
en 2017 y en la reelección de Maduro en 2018, según las cifras oficiales, los
venezolanos se habían volcado por millones a depositar su voto en las urnas
electorales. Imágenes trucadas mostraron algunos centros repletos de gente. En
esta oportunidad, el CNE había prometido que garantizaría las medidas de
bioseguridad en los centros electorales. Con esa oferta, se puso la soga al
cuello. Se obligó a mostrar los votantes llevando el tapaboca y manteniendo el
distanciamiento social. Esa aguda acotación la formuló Héctor Manrique en un
tuit la noche del domingo. De todas maneras, los rectores sacaron el
escalímetro para ubicar la abstención en menos de 70%, con lo cual mejoraron
los números proyectados por todas las encuestadoras serias, entre ellas,
Consultores 21.
Las famélicas cifras del 6D contrastan con las
conseguidas en las elecciones parlamentarias de 2015. De este hecho han tomado
debida nota los factores internacionales de poder. En esa ocasión votó 70% del
REP. Los diputados opositores obtuvieron casi ocho millones de papeletas.
Ganaron la mayoría calificada de la Asamblea Nacional en una honrosa batalla
contra el ventajismo oficial. El gobierno ahora dice que la participación cayó
40% con relación a 2015, porque pasó de setenta por ciento a treinta por ciento.
Están raspados también en matemáticas, como en todo lo demás. Los datos del CNE
hablan de puntos porcentuales, no de porcentaje absoluto. La verdad es que la
concurrencia retrocedió casi 55%. Esa cita era demasiado insípida. Carecía de
atractivo. Maduro intentó ponerle algo de pimienta con la oferta de que se iría
de Miraflores si perdía. Diosdado Cabello optó por una fórmula más letal: le
puso veneno a la convocatoria, amenazando a quienes no votaran con quitarles la
comida. En otro país habría recibido una sanción ejemplar por chantajear de esa
forma tan obscena. Aquí quedó solo como una treta miserable. Ni la zanahoria,
ni el mazo les funcionó. La gente decidió no convalidar la farsa.
Los ciudadanos no fueron a sufragar, no porque ya no
crean en el voto como instrumento de lucha y cambio democrático, sino porque no
creyeron que la consulta del 6D tuviese alguna trascendencia. Conocen muy bien
lo ocurrido en Venezuela con la AN después de su instalación en enero de 2016.
Saben que con Maduro en Miraflores y Moreno en la Sala Constitucional, resulta
imposible lograr algún cambio notable en el desempeño de la AN. Si no se logró
cuando se obtuvo la mayoría calificada, menos aún en medio de un cuadro
depresivo tan agudo como el que atraviesan los sectores democráticos.
La mayoría en la nueva AN le servirá al gobierno para
aprobar el endeudamiento de la República y vender los activos estatizados
cuando el frenesí estatizador se apoderó de Hugo Chávez. Sin embargo, ese
factor no hará que al país fluyan los recursos financieros necesarios para
salir de la crisis en la que nos hundió la estulticia roja. Hoy Venezuela se
encuentra más fracturada que antes y casi sin posibilidades de recuperación.
Los nuevos diputados oficialistas solo profieren amenazas.
El maquillaje obtenido por Maduro le cubre las ojeras,
pero hunde más a Venezuela en la miseria.
PD: En este artículo no me refiero a la ‘oposición
oficial’ que participó en la contienda. A los náufragos no hay que recordarles
su situación.
Trino Márquez
@trinomarquezc
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