Por Piero Trepiccione
Brasil es el gigante
del sur, no hay duda. Es un país con una extensión territorial de más de ocho
millones quinientos dieciséis mil kilómetros cuadrados y una población que
alcanza las doscientas once millones de almas para este 2020, según
proyecciones estadísticas.
Brasil posee la mayor
proporción territorial del pulmón del planeta Tierra, el Amazonas, con más de
un millón quinientos cincuenta y nueve mil ciento cincuenta y nueve
kilómetros cuadrados, más que la extensión territorial de muchos países de
América Latina y el resto del mundo. Además produce ya más de un millón de
barriles de petróleo por día, café (primer productor mundial),
azúcar, soja, mandioca, arroz, maíz, algodón,
frijoles comestibles y el trigo.
Brasil produce
aproximadamente 2.000 millones de litros de leche por año y es el sexto
productor mundial. Tiene la primera cabaña bovina mundial. Es un gran
productor de piedras preciosas. Produce materias primas y manufacturadas, entre
ellas, equipos militares, televisores, celulares, computadoras, automóviles y
aviones. No está de más decir que es una verdadera potencia deportiva en
disciplinas como el futbol, basketball, volleyball, entre otras, donde con
frecuencia demuestra potencial mundial y es centro de atención global.
Y no podemos
obviar su importancia como centro turístico, pues es reconocido por atraer
grandes cantidades de visitantes año tras año por sus atractivos naturales y
culturales.
No obstante a este
potencial, al que se le suma ser la novena economía del mundo, Brasil tiene muy
poca influencia geopolítica y geoestratégica en el continente. Una nación con
esas características debería liderar sin cortapisas todos los procesos
diplomáticos y cooperativos, pero no ha sido así hasta ahora.
En sus relaciones
económicas se ha privilegiado el intercambio comercial con China, Estados
Unidos, Países Bajos, Alemania por encima inclusive de Mercosur; lo cual da
cuenta de sus limitaciones para establecer prioridad de agendas en la región.
Esto ha traído como consecuencia que como contrapartes a la tradicional
influencia norteamericana en el continente, hayan aparecido países como Rusia y
China en desmedro de lo que debería ser el rol del gigante suramericano.
Ante la ausencia de una
claridad conceptual de la geopolítica brasileña, la región ha sido dividida por
intereses externos muy marcados que han incentivado la polarización en países
como Venezuela, Colombia, Chile, Bolivia, Nicaragua, Honduras, Perú, entre
otros, y que han marcado la pauta durante las últimas dos décadas. Ante ello,
¿cuándo será posible que Brasil sea el país que asuma el liderazgo de la región
para defender los intereses de la misma y no los de potencias ajenas?
Hasta
ahora, Brasil ha estado marcado por sus contradicciones internas. Con
Cardozo se logró ubicar un centro de gravedad que permitió hacer fluir un
relacionamiento diplomático interesante con los EE.UU., China y países como
Cuba y Venezuela. Lula y Dilma también siguieron esa ruta de amplitud; en
cambio Bolsonaro, ha dado un giro sustancial a la política
brasileña quitándole la influencia regional al polarizar en los debates
ideológicos. Un retroceso imperdonable en un país que tiene un destino
histórico que cumplir y para el cual sigue estando en deuda.
Muchos de los problemas
de la región en materia de avances y retrocesos han sido promovidos desde el
no-protagonismo de Brasil. Con sus condiciones geopolíticas, sus
responsabilidades con el vecindario deben ser mucho mayores. Tener gobiernos
hostiles a su alrededor o corredores de tráfico de drogas es una amenaza cada
vez más latente que agravaría sus propios problemas internos de desigualdad
social y pobreza.
Esperemos que más
temprano que tarde, Brasil adquiera conciencia de ello.
29-11-20
https://efectococuyo.com/opinion/la-deuda-de-brasil-con-latinoamerica/
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico