Por Froilán Barrios
Desde 2015 la carga de
la protesta social y laboral ha estado a cargo de los gremios de la salud, de
las federaciones sindicales del sector docente de educación media y
universitaria, de los gremios de jubilados y pensionados, quienes como letanía
han exigido al régimen tirano el derecho a una vida digna y a convenir sus
condiciones de trabajo, teniendo como respuesta las trompetillas del gabinete y
la indiferencia del “presidente obrero”.
En esa dirección poco a
poco, a partir de 2018, se han venido sumando otros sectores, como ha sido el
caso de los trabajadores petroleros, quienes pasaron de tener históricamente el
mejor convenio colectivo en nuestro país, a un documento mal llamado contrato
petrolero plagado de una retahíla de cláusulas ideológicas como milicias
obreras, trabajo voluntario, de fidelidad perruna a la “revolución socialista y
bolivariana”, firmado por una federación sindical entregada en cuerpo y alma al
Estado y al patrono Pdvsa.
El acicate de la
protesta ha sido la pobreza extrema que estremece a trabajadores activos y
jubilados de la industria petrolera nacional, quienes vieron cómo en 2002
despidieron a 22.000 compañeros de trabajo creyendo que tendrían un futuro
mejor, para ver hoy pulverizados todos sus derechos de salud, vivienda,
condiciones de trabajo, alimentación y lo más doloroso aún, su salario. Muchos
de ellos han vendido sus uniformes de trabajo, sus botas, y de paso laboran en
condiciones deplorables solo para devengar 10 dólares mensuales y recibir la
mortadela en la cada vez esmirriada bolsa de comida CLAP.
Ahora les toca el turno
a los trabajadores de las Empresas Básicas de Guayana, quienes alborozados
celebraban a nivel de éxtasis en 2008 las estatizaciones de Sidor, Sivensa y
cuanta empresa anexa expropiara el entonces presidente Hugo Chávez. Entonces
exclamaban: “Nos quitamos la explotación de argentinos y brasileños”, “ahora
Sidor será nuestra”.
Pues bien, las marchas
que recorren los patios de empresas hoy arruinadas, convertidas en cementerios
de cabillas y acero, contrastan con el jolgorio de otrora; ahora son miles los
que claman justicia en las calles de Puerto Ordaz, increpando a la Guardia
Nacional: “Mátennos de una vez porque no soportamos ver morir de hambre a
nuestros hijos, como tampoco aceptamos que nuestros compañeros de
Alambrón y Palanquillas, unidades de producción de Sidor, laboren sin botas de
seguridad ni protección alguna, arriesgando su vida, solo para recibir la caja
CLAP”.
La profundidad de este
movimiento hay que observarla con detenimiento cuando señalan: “Esta no es una
protesta de corrientes sindicales, ni de partidos políticos, es una protesta
natural de los trabajadores de las empresas básicas de Guayana”. Se pudo
identificar la participación igualmente de trabajadores de Venalum, Alcasa,
Ferrominera, quienes piden como única condición concretar una unidad de todos
los trabajadores de las otrora prósperas empresas básicas de Guayana para
exigirle al presidente de la CVG les atienda sus planteamientos.
Este clamor laboral que
viene del fondo de la masa de trabajadores se identifica también en la Cantv y
en Corpoelec, quienes han visto desmanteladas todas sus conquistas laborales en
materia de salario, salud, educación y condiciones de trabajo y seguridad
social.
Este proceso de
movilizaciones continuará e indica que el régimen tiránico, a pesar de la
persecución judicial y policial contra sindicalistas y trabajadores, incluso
con la creación de parapetos estatales como los Consejos Productivos de
Trabajadores, no ha logrado maniatar la conciencia gremial, ni la esperanza de
restablecer la democracia y un sistema de relaciones de trabajo que dignifique
la condición de vida.
10-02-21
https://www.elnacional.com/opinion/el-hambre-como-combustible-de-la-protesta-laboral/
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