Marta de la Vega 01 de febrero de 2021
La amistad es un don. Una joya preciosa. La amistad es
mágica. Regala luz, bondad, risa, lealtad, simpatía, honestidad, inteligencia,
chispazos de alegría. Respetar a la persona amiga, valorarla, tenerla en
cuenta, son los caminos del encuentro. Aunque no pensemos igual en ciertos
tópicos. Celebrar siempre a los amigos, un privilegio. Es un honor contar con
ellos. Estar siempre a la escucha y alerta, en las buenas y en las malas, en
los éxitos y fracasos, las victorias y las derrotas. Tender la mano. Acompañar
y apaciguar las angustias, las penas, la incertidumbre. Aunque es inevitable no
estar presente en permanencia. Más si la distancia física es trasatlántica.
Enseñanzas valiosas. Grandes verdades. El enigma de la muerte, su misterio y
promesa.
Béatrice sabía que iba a morir. No como cualquier
mortal que somos, que lo tenemos asegurado con certeza. Ella recibió un
diagnóstico duro, irreversible. Y lo escondió por varios meses, para no
molestar, para no inquietar a la familia, a los amigos. Lo informó dos meses
antes, cuando cualquier tratamiento médico lucía impotente y ninguna cura era
posible. También había elegido desde hacía muchos años afiliarse a una asociación
para morir con dignidad. Y nos dejó, como ella había escogido, como siempre
quiso. Fue una gracia divina, un regalo providencial que ella pudiera partir
con suavidad, sin despedirse, para no alterar el ritmo cotidiano, en su cama,
durante la madrugada, en la víspera de la Nochebuena. Sin sufrimiento,
apaciblemente. Con un libro en sus manos, mientras dormía. Hasta el último
instante, con una curiosidad intelectual y existencial espléndidas.
Pero cuando un amigo se va, cuando no pudimos apoyarlo
y calmar su enfermedad o su pesar, queda una herida muy grande en el corazón,
difícil de cicatrizar.
Béatrice, como dijo Simone de Beauvoir con gran
admiración de su colega Simone Weil, más que sus conocimientos y sabiduría, que
la distinguieron, tuvo “un corazón capaz de latir a través del universo
entero”. Fue cosmopolita en el mejor de los sentidos; por su formación abierta
al mundo, en su visión de la realidad, con sus decisiones personales, a través
de sus preferencias lectoras. Su patria no se encontraba en un país en
especial, geográficamente, aunque amara sus estadías plácidas de verano en
Quiberon, junto al mar de Bretaña, en el oeste de Francia, aunque viviera en
París; sino, sobre todo, en el corazón de sus apegos más entrañables.
Sus amores y lares familiares se encendieron y
nutrieron de modo esencial con raíces que brotaron desde su país natal,
Francia, de Egipto y Bolivia, que fueron tierra ancestral, de Argentina, fuente
incesante de profundos afectos y amistad, de su experiencia de vida en
Venezuela, con sus luces y sombras difíciles, de Colombia, por nuestra fraterna
y generosa amistad de poco más de 50 años, de la India, su más hermosa victoria
de la vida: su única hija, Sonal, y su supremo y feliz regalo, su pequeño nieto
Gabriel.
Su elegancia informal, su discreción e inteligencia
ejecutivas se desplegaron con un cargo de mucha responsabilidad que la hacía
viajar de Suiza a Londres, de París a Italia, sin el menor alarde o arrogancia
por sus funciones; trabajó luego con la Orden de Malta, donde sobresalieron su
compromiso y sentido humanitario.
Generosa y compasiva, no solo con la familia y los
amigos, fue voluntaria durante varios años en el hospital Necker, donde
visitaba regularmente a niños, a veces tan enfermos, que los acompañaba a bien
morir, lo cual la dejaba moralmente muy sacudida.
Siempre vimos a Béatrice sonreír, atenta y deseosa de
saber todo lo que teníamos entre manos. Siempre preguntando. Viendo las cosas
desde un ángulo que no era ni conformista ni convencional. Siempre con ese
humor y esa risa… Siempre apurada y siempre presente…Yo creo que ella misma no
alcanzó a imaginar nunca la profunda huella que ha dejado en mí su amistad, en
mi vida cada palabra, cada comentario, cada reflexión. Cada duda que planteaba
en perfecto español a mis escritos, a mis columnas quincenales de las que ella
fue, hasta el final, una fiel y consecuente lectora….
Hoy, “gracias a la vida”, como canta el poema de
Violeta Parra, por el coraje ejemplar, la rectitud y la noble lección de
amistad de Béatrice, frente a la desolación trágica en que se ha convertido el
horizonte para muchos en América Latina. En especial, Venezuela.
Marta
de la Vega
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