Américo Martín 31 de enero de 2021
Quisiera comenzar repitiendo y ratificando lo que para
mí, con los años, se ha convertido en una fuerte convicción. Aunque he
participado en innumerables polémicas partidistas, no tengo el menor interés en
aprovechar para exhibir supuestas ineptitudes o debilidades en el liderazgo o,
específicamente, en el adversario. Si de alguna manera esas noticias ayudaran
al progreso de la causa que defienda, preferiría dejar a un lado semejantes
ayudas que me parecen parte del deplorable lodazal que enturbia el noble oficio
político.
Prefiero la limpia manera, libre de zancadillas,
trampas y odios, como la concebía el ilustre florentino Nicolás Maquiavelo,
cual ciencia (o técnica) y a la vez arte. Hurgar en patio ajeno solo para
desordenar e intrigar me parece un método despreciable de competir.
No reproduciré por eso las sorprendentes declaraciones
del jefe principal del PSUV y sus múltiples fracciones, por dos razones. La
primera, se trata del hombre que cuenta con el poder de las armas y de la FAN,
institución para operarlas. El equilibrio que reina en el país entre el
fuerte potencial que respalda a Maduro y Guaidó solo puede ser resuelto por
negociaciones que remitan a elecciones libres, limpias, transparentes
y universalmente observadas, todo para garantizar su credibilidad. Esa es, en
este momento, la posición de la comunidad internacional en su firme propósito
de poner en el voto soberano la solución de la tragedia política, económica y
social, convertida en tragedia personal de los venezolanos.
Se han caído las fábulas sobre invasiones militares y
salidas de fuerza, lo que curiosamente nos deja frente al acertijo de
Cantinflas: como caballeros o como lo que somos. Se impone la solución de
caballeros porque la otra pierde cada vez más asidero.
Nicolás Maduro ha confesado que en su partido,
gobierno y alrededores cabalga una campaña contra él, en la que participan
importantes figuras dirigenciales. Operan –reitera– con el designio de separar
chavismo de madurismo y se proclaman “marxista-leninistas”. Imposible olvidar
que las más despiadadas divisiones de la izquierda extrema se asumieron hijos
predilectos de la doctrina marxista-leninista y en ese punto del océano
naufragaron.
La última polémica de esa índole en la que participé
contra polemistas brillantes hubo un derroche de sabiduría y excelente
argumentación, pero ya no dejó lugar para más. El tema, las figuras de
autoridad, la doctrina marxista, el leninismo, el maoísmo y demás “ismos”
fenecieron o fueron reducidos a mitos o fábulas condenados a desaparecer. Lo
único francamente feliz de aquel episodio fue la reconstrucción de nuestra
notable amistad y deseo de ayudar al país y a los demás a razonar sin
fantasías, dogmas y mitos que nunca tuvieron corporeidad material, y ahora
menos.
Pelearon, compitieron, ofrecieron cifras y hasta
vivieron momentos heroicos, pero su signo no cambió. Mito es –entre otras
acepciones– lo que no existe ni muestra un rostro aceptable. Y al final de
cuentas solo han sobrevivido bajo forma exactamente contraria a la sonrosada
promesa que ofreció ser. Por ejemplo, la República Popular China ha llegado a
ser una potencia económica mundial, dotada de poder disuasivo nuclear, pero
la pura realidad deja al descubierto que no aparece la huella socialista en sus
logros. Ninguna nación ha privatizado tantas empresas del Estado como
el antiguo emporio rojo de Mao Zedong y Chou Enlai. Tampoco abundan las que se
hayan consagrado al mercado en forma tan intensa. Sobreviven ciertos ritos
relacionados con el comunismo, que no ha descolgado el retrato de Mao del
frontis de la Ciudad Prohibida.
En Rusia sigue exhibiéndose la momia de Lenin, pero ya
ningún líder se arriesga a llamar al Partido de Putin “vanguardia del
proletariado mundial” ni se observan signos de desarrollo en su anatomía. En
fin, es un anacronismo sin sentido meter al PSUV en un aquelarre ideológico
cuyo destino sea la decadencia y el fraccionamiento.
¿Qué quedará en pie de esta polémica en el PSUV y sus
aliados? Solo se percibe la parte instrumentario-funcional.
Me resulta tramposo el hábito de bañarse de
legitimidad revolucionaria asumiéndose “verdadero marxista” y arremetiendo,
lanza en ristre, contra el socialismo de mercado.
Es una manera de colocar a Maduro y sus compañeros
fuera de la sacrosanta doctrina, con el objeto de borrarlos del mapa
pretendidamente revolucionario. El mismo despropósito animaría a estos a
reducir su importancia al estigmatizarles con el epíteto de “izquierda
trasnochada”.
Las dos aceras del conflicto venezolano disponen de la
vía electoral en los términos claros y viables que respalda la comunidad
mundial. Negocien y discutan su rápida
implementación, solo así nuestro violentado país romperá la trampa que lo
retiene en oscuras aguas, solo así le quebrará el espinazo a las plagas de
Egipto y la peligrosa pandemia que parece decidida a acabar con el género
humano.
Américo
Martín
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