La crisis política que vivimos hoy es,
entre otras cosas, una crisis de los partidos políticos. Esta crisis se ha
apalancado en una antigua tradición anti partidista, fomentada por los
militares y sus gobiernos
En Venezuela hemos vivido la
mayor parte de nuestra historia Republicana con una sensación de que pudiéramos
estar mejor, de proyecto en construcción, de contraste entre lo que somos y lo
que queremos ser como país. Esa inconformidad se manifiesta en forma de crisis
políticas más o menos largas, que idealmente deberían llevarnos, como sociedad,
a discutir y tomar decisiones en torno a las causas fundamentales y
estructurales que las generaron, y a cómo nos proponemos solucionarlas. Hasta
ahora las crisis no nos han llevado a ese tipo de consensos.
La crisis política que
vivimos hoy es, entre otras cosas, una crisis de los partidos políticos, o en
otras palabras, del sistema de partidos. Esta crisis se ha apalancado en una
antigua tradición anti partidista, fomentada, principalmente, por los militares
y sus gobiernos; que toman la "última proclama" de Bolívar como
justificación histórica. Valga la aclaratoria: queda claro para la historiografía
que los "partidos" de los que habla Simón poco o nada tienen que ver
con los partidos modernos. Su juicio identificaba a los partidos con facciones,
consideradas contrarias al bien común por defender intereses particulares.
Pero entonces, ¿qué deberían
ser los partidos modernos? Pues entes de socialización política, con una
ideología clara que nos propongan a los ciudadanos como proyecto a realizarse,
que eduquen a la población en política, y más específicamente en democracia, y
que compitan entre ellos de forma honesta y leal. Además de esto es
indispensable que su estructura interna sea democrática y participativa, para
permitirles la posibilidad de repensarse y adaptarse continuamente y mantener
un rumbo coherente con sus ideales.
La incapacidad de nuestros
partidos políticos de mantenerse en línea con esos requerimientos básicos,
aunada a la irresponsabilidad de medios, empresarios y opinadores, que muchas
veces no entienden su propio rol en una democracia; lograron que los
venezolanos nos fastidiáramos de ellos, en parte, por falta de una educación
democrática de la cual ellos deben ser garantes, optamos por quitarles el apoyo
y casi permitir su desaparición. Los sucesos de abril de 2002,
"celebrados" hace un par de meses, son una muestra de las consecuencias
de no tener partidos responsables a la cabeza de las discusiones políticas de
un país. Y el actual presidente es un símbolo claro del anti partidismo,
llegando al punto de ser esta una de sus banderas electorales por allá por
1998.
Como resultado de esta
crisis de partidos, deberíamos los venezolanos aprender a valorar el peso de
los mismos en el funcionamiento de una democracia que no queremos perder, y
exigirles garantías. Necesitamos repensar los partidos políticos, revisarlos y
mejorarlos. La ciudadanía en general tiene que ser garante de este proceso, no
nos podemos seguir escudando tras el manto de la anti política, o estaremos
condenados a sufrir continuamente los males del personalismo. Y los que
queramos comprometernos un poco más, ojalá y seamos muchos, debemos formar
parte de los que hay o formar nuevos; el mercado ciudadano y democrático
determinará cuáles sobreviven la competencia y cuáles no
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