Por Alexander Cambero, 15/07/2012
Sorteando tempestades y
recurriendo a viejas promesas que incumplió repetidas veces, su majestad Hugo
Chávez gesticula con la mecánica expresión del patriarca Leonid Brezhnev. Aquel
presidente soviético que parecía un muñeco de cuerda saludando desde su palco
en las olimpiadas de Moscú en 1980. Y que moriría dos años después de un ataque
al corazón. Al ver al candidato del desastre entre sus seguidores,
transportados desde nueve estados, nuestra mente hizo el paralelismo histórico
con aquellos artificios comunistas que presentan al líder como un ser
indestructible.
La carroza avanza entre
los cráteres de las calles. Su majestad observa y saluda con lerda
coordinación. La energía huyó con los años mozos que se diluyeron, mientras
unos pícaros sustrajeron millones de dólares en nombre de un proceso que
simboliza quien encabeza la caravana opulenta del socialismo agonizante. Apenas
algunos corean las mismas promesas del ayer. Otros gozan con el turismo que
hacen al acompañar al presidente a las distintas entidades para dar la
sensación de ferviente respaldo. Aprovechan para conocer las playas de
Lecherías. Disfrutar de horas de esparcimiento mientras Hugo Chávez repite sus
mismas historias de ultratumba, pero en un ritmo fatigado como colofón de un
discurso deplorable. Expele todo su arsenal de odio con una furia que no pasa de
un leve chasquido. Añora los tiempos en donde imponía la agenda de la nación.
La gran vitalidad y el crecimiento de Henrique Capriles, lo obligaron a salir
del escondite en donde los vigila el personal cubano enviado por el gobierno
antillano para asegurarse su parte del botín.
La carroza casi
retrocede por el peso de los adulantes. Son demasiadas las muestras de la
naturaleza rastrera de sus corifeos, que el motor del camión comenzó a fallar
en plena avenida. La mirada del gran protagonista del régimen luce vacía ante
la dura realidad de pueblos enteros que rechazan su nueva reelección, ya las
mentiras no surten el efecto esperado. Las animadas historias de un imperio
liquidándolo todo ya no interesan al ciudadano cansado de la misma telenovela.
Su majestad cree que
danza entre nubes. Desde su posición los determina con desdén. Sus pies ya no
caminan junto al pueblo humilde, sus manos no tocan los rostros de los
venezolanos que sufre por la incapacidad de su gobierno. De aquel hombre joven
lleno de sueños queda muy poco. El poder lo devoró hasta transformarlo en la
peor pesadilla que recuerden los venezolanos.
Se olvidó de aquellos
que lo hicieron presidente. Prefirió convertirse en una vedette del espectáculo
circense, que sentir a la patria profunda en cada centímetro de su piel. Se
llenó del perfume de la indiferencia, creyó que su puesto estaba en las alturas
y no en las duras realidades de los de abajo. Mientras su tiempo se extingue,
Henrique Capriles rescata la esperanza de un pueblo que quiere vivir en paz y
con progreso.
twitter @alecambero
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