Fernando Mires 22 de julio de 2012
Si quien escribe no estuviera
informado con cierto detalle del acontecer político de Venezuela, pensaría que
Chávez arrasará en las próximas elecciones, repitiendo -según la mayoría de las
encuestas- el resultado alcanzado el año 2006, como si desde esa fecha hasta
ahora no hubiera pasado nada.
Es por lo demás la información
predominante en los medios internacionales, los cuales se limitan a reproducir
encuestas como si éstas hubieran sido hechas en el país más democrático del
mundo. Cómo si en Venezuela, igual que en Holanda o Suiza, los números se
ajustaran a cierta lógica. Cómo si en la Venezuela de Chávez nada fuera
comprable ni vendible.
Pero si la prensa internacional se
diera la molestia de averiguar cómo el gobierno de Chávez se ha apropiado de
medios de comunicación, del poder judicial y -sin tener mayoría numérica- del
parlamentario, los lectores extranjeros entenderían, como yo entiendo, que la
utilización fraudulenta de encuestas cabe estrictamente dentro de la lógica de
la -por los chavistas denominada- “guerra asimétrica en contra del imperio”.
Seamos claros: para un gobierno que
afronta cada elección de acuerdo a estrictos criterios militares, la
manipulación de encuestas forma parte de una táctica destinada a erosionar la
moral del “ejército enemigo”. Por lo tanto, lo normal en Venezuela no es que el
gobierno utilice a las encuestadoras. Anormal sería si no lo hiciera.
Sin embargo, al ser situada “la
brecha” que separa a Chávez y Capriles por sobre el 20%, el gobierno excedió
sus propios excesos. Razón por la cual algunas empresas oficialistas han debido
achicar en Julio “la brecha” en un 4% menos. Así seguirán haciéndolo hasta
llegar a Octubre, cuando endilgarán a Chávez algo así como un 10% por sobre
Capriles. Después de las elecciones afirmarán, por supuesto, que ocurrieron
“factores imprevisibles y no encuestables”. Tiene razón Ibsen Martínez: las
encuestadoras “no pegan una”.
¿Cómo –pregunta Teodoro Petkoff –
justo cuando el gobierno se encuentra peor que nunca y la oposición mejor que
nunca, las encuestas dan como ganador a Chávez adjudicándole porcentajes tan
gigantescos? ¿Cómo puede ser posible si la tendencia de la oposición ha sido
desde hace años ascendente y de pronto, sin
mediar ningún motivo, desciende abruptamente? Definitivamente, algo huele a
podrido. Y no es en Dinamarca.
En Venezuela hay, efectivamente, dos
modos de pronosticar. Uno, de acuerdo a la lógica de las encuestas. Otro, de
acuerdo a las encuestas de la lógica. Esta última, no es casualidad, es la
misma que -de acuerdo a todas las informaciones- se vive en la calle. ¿A quién
creer entonces? ¿A las encuestas o a la lógica? Pues bien, tratándose de la
Venezuela de hoy –es mi tesis- es imposible creer en las encuestas.
¿Qué dice la lógica y no las
encuestas?
La lógica dice que no hay ninguna
razón para que el gobierno haya revertido la tendencia que cristalizó en las
elecciones parlamentarias del 2010, cuando la oposición alcanzó el 52%. Los
empresarios de encuestas argumentarán, sin duda, que en esas elecciones el
candidato no era Chávez. Mas, eso no es tan cierto. En todas las elecciones el
candidato ha sido Chávez. No ha habido elección en Venezuela a la que Chávez no
hubiera otorgado un carácter plebiscitario.
La lógica dice que cuando hay que
elegir entre un candidato enfermo y otro sano, las tendencias se dividen. Los
que creen en el chavismo como religión, votarán por el “más allá”. Los que
creen en la política, votarán por el “más acá”, es decir, por Capriles. Por lo
demás, no hay ninguna razón lógica que lleve a concluir que un Chávez enfermo
es más carismático que un Chávez sano.
Aceptando incluso que las elecciones
más que racionales son emocionales, todos los informes de las grandes
demostraciones de masas ocurridos durante la campaña indican que precisamente
la emocionalidad, el entusiasmo, el fervor, se observan en la candidatura de
Capriles. Luego, si hay una tendencia “nueva” después de las parlamentarias,
ésta debería inclinarse más a favor de la oposición que del gobierno.
No se trata por cierto de hacer
comparaciones. Sin embargo, es posible constatar que las condiciones en las
cuales se desarrollaron las campañas presidenciales anteriores son muy
distintas a la que tienen lugar en los tiempos de Capriles. Por de pronto, a
diferencia de todas las candidaturas anti-chavistas, la de Capriles es la
primera que ha surgido respaldada por un frente político cien por ciento
unitario, con un programa común y con una dirección por todos aceptada.
Más aún, Capriles no fue elegido por
cúpulas, sino como resultado de concurridas primarias las que le otorgaron
altísima mayoría –no vaticinada por ninguna encuestadora, hay que reiterarlo-.
Eso quiere decir: la candidatura de Capriles posee una legitimación política
que no tiene la de Chávez. Quiere decir, además, que el impulso entusiasta que
recogió Capriles en las primarias ha sido reinvertido en su campaña
presidencial. Eso se nota incluso en el hecho de que el ayer, en la oposición
numeroso, “partido de los abstencionistas”, ha dejado prácticamente de existir.
De ahí que los números que dan a Chávez la misma votación que le permitió
derrotar a Rosales, sean un insulto a la lógica.
La lógica indica, además, que si
Capriles ha sabido llegar a los pueblos y reductos más lejanos, sumará
muchísimos votos.
La lógica dice que si Capriles apela
a un discurso de reconciliación y no de enfrentamiento -en una ciudadanía
cansada de vivir en un clima insoportablemente agresivo- sumará muchísimos
votos.
La lógica establece que si Capriles
ha arrebatado a Chávez el rol de representar al futuro y no al pasado, sumará
muchísimos votos.
La lógica muestra, en fin, que si
hay una “brecha” en Venezuela, esa no existe entre Chávez y Capriles, sino en
la cabeza de los encuestadores, o mejor dicho: entre los números que
confeccionan y los todavía no conocidos que surgirán de esa “realidad–real” que
siempre escapa a toda encuesta. Afortunadamente –agrego yo-. Si no fuera así,
las elecciones estarían de más.
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